LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

 

IMPORTANCIA CONSAGRACIÓN PERSONAL

 

 

Por Florentino Alcañiz, S. J.

 

Doctor y Maestro Agregado a la Facultad de Filosofía de la Universidad Gregoriana

 

5ª EDICIÓN AUMENTADA

 

 

Misioneras Hijas del Corazón de Jesús

Calle Arabial, n.º 59. 18004 Granada.

 

 

Con licencia de los Superiores

 

 

Granada, 29 de julio de 1957

Nihil obstat.

El Censor,

Dr. Fernando Blanco Blanco

 

 

Granada, 30 de julio de 1957

 

REIMPRIMATUR

 

Dr. Paulino Cobo,

Vic. Gral.

 

 

Por mandato de S. Sría. Ilma. y Rvdma.

José García Peralta

Vice-Canciller-Srio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

SUMARIO. - Objeto de esta devoción. - Nuestro intento. - Fuentes. - Una observación.

 

 

Objeto de esta devoción

 

            Señalar el objeto de este culto es lo mismo que declarar lo que entendemos con el nombre de Corazón de Jesús. Esta cuestión ya ha sido desarrollada amplia y repetidamente por excelentes autores, y así tan sólo haremos aquí un brevísimo resumen, tomado del P. I. V. Bainvel, a quien puede consultar quien deseare ideas más amplificadas.

 

            Cuando decimos Corazón de Jesús significamos por de pronto el corazón material y verdadero de Cristo, pero considerado como símbolo de su amor; significamos además este mismo amor del Hijo de Dios simbolizado en su Corazón divino; significamos todo lo íntimo de Jesús: sus sentimientos, sus afectos, sus virtudes, etc., «en cuanto tienen en el corazón viviente un centro de resonancia, un símbolo, o un signo de referencia», a lo cual llaman el objeto por extensión; significamos, en fin, la Persona amabilísima de Cristo Nuestro Señor.

 

            «Margarita María, escribe el P. Bainvel, dice este Sagrado Corazón como diría Jesús. En ambos casos mira directamente a la Persona. Y este uso ha venido a ser corriente, designando a Jesús por el nombre de El Sagrado Corazón. No es que los dos vocablos sean sinónimos (adviértase bien). No se puede decir indiferentemente Jesús o el Sagrado Corazón; no se designa siempre la persona por su corazón. Para hacerlo es menester que se atienda a la vida afectiva y moral de la persona, a su intimidad, a su carácter y a sus principios de conducta... Esta consideración de la persona en su corazón da a la devoción un aire más libre y un alcance más amplio, Por ella el Sagrado Corazón me representa a Jesús en toda su vida afectiva y moral; lo interior de Jesús, a Jesús todo amante y todo amable...

 

            Todo Jesús se resume y se representa en el Sagrado Corazón atrayendo bajo este símbolo expresivo nuestras miradas y nuestros corazones hacia su amor y sus amabilidades, Jesús ¿no es, acaso, en todo y por todo, todo amable y todo amante? Todo El, ¿no es corazón?... El corazón no desaparece en esta nueva acepción.

 

            Pero la Persona misma de Jesús es quien nos lo abre, diciéndonos como a Santa Margarita María: «He aquí este Corazón». Y nosotros, mirando al Corazón que se nos muestra así aprendemos a conocer la Persona en su fondo. Por esta manera todo Jesús se recapitula en su Corazón, como todo lo demás se recapitula en Jesús»[1]

 

            De este modo hermoso e íntegro consideramos nosotros al Corazón de Jesús en nuestro libro; modo como suele entenderlo de ordinario el pueblo fiel, y modo como parece desea que le consideremos la Iglesia, cuando excluye del culto público (no del privado) al Corazón separado de lo restante de Cristo.

 

 

 

Nuestro intento

 

            Estudiando la historia de la devoción al Corazón de Jesús, se ve el proceso de evolución o desarrollo que ha ido siguiendo desde los primeros tiempos de la Iglesia. En esto imita al astro del día: primero es un alborear tenue; luego una luz sonrosada que matiza con sus colores las crestas de algunas altas montañas; y en fin un acrecentamiento paulatino de claridad y calor, hasta llegar al cenit desde donde el astro rey envía cascadas de luz y torrentes de fuego sobre el planeta.

 

            No creemos que la devoción al Corazón de Jesús haya tocado todavía su cenit. Su conocimiento y su práctica no han adquirido aún en muchos fieles aquel grado de perfección que Nuestro Señor desea y que un día han de tener, y aun sospechamos que a las gentes venideras reserva el Divino Corazón nuevas sorpresas, que descubran más y más los tesoros que en su devoción se encierran, y den a conocer métodos más rápidos, sencillos y eficaces de explotarlos.

 

            Respecto de nuestros tiempos, véase lo que el mismo Señor decía no ha muchos años a una de sus grandes almas:

 

            «Una vez, hablando de este mismo asunto de las comuniones, dijo Él que su deseo había sido establecer el culto de su Divino Corazón, y que ahora que este culto exterior estaba introducido por sus apariciones a la bienaventurada Margarita María y extendido por todas partes, El quería también que el culto interno se estableciese más y más; es decir, que las almas se habituasen a unirse cada vez más con Él interiormente y a ofrecerle sus corazones como morada»[2].

 

            Con esto tiene el lector indicado el fin que hemos tenido al escribir este libro: aportar nuestro granito de arena a la obra de la generalización entre los fieles cristianos

de un conocimiento más profundo y una práctica más llena de la devoción al Corazón de Jesús. Pero, como éste es un campo vastísimo, nos hemos ceñido únicamente a estos dos puntos: importancia de la devoción al Divino Corazón, y práctica fundamental individual completa. No tenemos pretensiones de descubrir el Dorado, sino de dar a conocer un poco mejor lo que ya está descubierto.

 

Fuentes

 

            Varios caminos pueden seguirse para llegar al término que nos propusimos; nosotros hemos tomado el siguiente, porque creíamos que en conjunto era el más acomodado al fin absolutamente práctico que ante los ojos llevamos.

 

            Como la devoción al Corazón de Jesús no es cosa inventada por los hombres, sino revelada al mundo por Cristo Nuestro Señor. sirviéndose para ello de personas destinadas expresamente a esa misión particular en la tierra, es evidente, que si alguien en el mundo ha podido conocer a fondo, en su teoría y en su práctica, la devoción del Sagrado Corazón, han sido estas almas escogidas, y, si ellas no han llegado a comprenderla, ya podemos los demás renunciar a tal intento. Ahora bien: si en cada ramo solemos acudir para ilustrarnos a los peritos en él, y de ahí el vulgar proverbio: «peritis in arte sua credendum est», no se ve por qué no habremos de hacer lo mismo cuando se trata de la devoción al Corazón de Jesús.

 

            Claro está que también echamos mano, y con bastante frecuencia, de otros documentos eclesiásticos, como el lector irá viendo en el decurso del libro.

 

            En el cielo de la devoción al Corazón de Jesús hay estrellas de luz propia, y hay planetas y satélites que la reciben de otros. De ordinario hemos procurado circunscribirnos a aquéllas, y aun entre ésas solamente a las de más importancia por razón de sus escritos acerca de los puntos de vista escogidos por nosotros; tales son: Santa Gertrudis, muerta hacia el 1303, y que contribuyó a una cierta difusión de la devoción al Corazón de Jesús en los siglos XIV y XV; San Juan Eudes, a quien San Pío X en el Breve de Beatificación le llama doctor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María; Santa Margarita Mª. de Alacoque, que sin duda ocupa el primer lugar; el P. Bernardo de Hoyos, primer apóstol del Corazón Divino en España, y favorecido con muchas comunicaciones del cielo sobre el asunto; el P. Agustín de Cardaveraz, compañero del anterior y muy semejante a él tanto en sus comunicaciones con el Corazón de Jesús, como en todo lo demás; la M. María del Divino Corazón, Condesa Droste zu Vichering, que fue el instrumento con que el Corazón Sagrado, mediante diversas apariciones, movió al Papa León XIII a que le hiciese la consagración del mundo, y de quien se sirvió también para comunicarnos algunas ideas magníficas sobre el porvenir de su reino; y por último, en nuestros días, un alma privilegiada, cuyo proceso de beatificación está incoado y que puede ejercer bastante influjo con sus hermosos escritos: Sor Benigna Consolata Ferrero, muerta en Italia el 1916. Esto decíamos en la primera edición. En la segunda, antes del misterioso pasaje de la Herida

del Costado hemos añadido algunas páginas sobre el autor que nos transmitió datos tan interesantes de tan hondos misterios, el Discípulo amado del Señor, San Juan Evangelista.

 

            En la 4ª edición agregamos, en el Capítulo II y con el título «El Pacto y el Papa Pío XII», las palabras de este Sumo Pontífice, dirigidas a los católicos de la Argentina. En esta 5ª edición agregamos en la Parte 1ª, al final del Capítulo III y con el título de «Pío XII» unos trozos escogidos del último solemne documento pontificio que en 1956 escribía Su Santidad sobre el Corazón de Jesús, carta Encíclica «Haurietis Aquas» del actual Vicario de Cristo sobre los fundamentos del culto al Sagrado Corazón. Muchas veces citaremos revelaciones privadas de estos amigos del Corazón de Jesús, mas no haremos de ordinario hincapié en ello; buscamos sus íntimas convicciones, prescindiendo del camino por el cual hayan llegado a adquirirlas.

 

 Una observación

 

            Frecuentemente acumulamos gran copia de testimonios, que, tal vez, a algunos de nuestros lectores, parecerán excesivos, en orden a demostrar nuestro intento. Nos ha movido a insertarlos el deseo de que en puntos principales, tenga el lector materia abundante y con unción, ya que de ordinario son palabras de almas santas, para poder releer y meditar ideas sobre el Corazón Divino, pues son muchas las personas que se quejan de la penuria de libros que contengan reunidos tantos pensamientos hermosísimos sobre el Corazón de Jesús como han expresado sus amigos. Por eso, una de nuestras primeras ideas fue presentar solamente una colección de documentos, pero como este proyecto ofrecía no leves inconvenientes, optamos por seguir una vía media: ni un libro de lectura enteramente seguida, pues para eso bastaba nuestro folleto, ni una pura colección de testimonios. Mas bien nos hacemos cargo de que estos libros que quieren llenar dos fines, no es fácil que agraden a todo el mundo. Pero en mano del lector está saltar los testimonios que no quisiere leer.

 

-PARTE  1-

 

            Excelencia de esta devoción

 

Capítulo 1

 

SANTA GERTRUDIS, SAN JUAN EUDES Y SANTA MARGARITA

 

 

SUMARIO. - §1- Sta. Gertrudis .- Notas biográficas.- Gran revelación.- Reenfervorizar al mundo.- §II-S. Juan Eudes.- Su vida.- Su estima de esta devoción.- §III- Sta. Margarita.- Palabras de Benedicto XV.- Una causa de su eficacia.- Su cerebro incorrupto.- Primera gran revelación .-1. Una redención amorosa. ¿Qué significa?- 2. Un último esfuerzo de su amor.- 3. Este gran designio de Dios.- 4. Tesoro, profusión de gracias.- a) No puede decir cuanto sabe.- b) Cúmulo de gracias.- 5. Deseos vehementes del Sdo. Corazón.- 6. Odio de Satanás a esta devoción.- 7. Virtud santificadora de este culto.- A)Respecto de los individuos.- El librero. Un diseño. Dos monedas.- Otros pasajes.- B) Respecto de las Comunidades religiosas.- Quiebras, cimientos.- Fervor primitivo.- Unión de caridad. - Fines de cada Instituto.- Ricas promesas. -8. Remedio soberano para las almas del Purgatorio.- Devoción de Sta. Margarita.- La. explicación.- Preciosa carta resumen.

 

 

SANTA GERTRUDIS

 

Notas biográficas

 

            Esta santa, considerada como la maestra de los ascetas y místicos del siglo XIV al XVI, y apellidada la Grande, nació en 1256. A los cinco años entró en el monasterio de Helfta situado a la entrada de Eisleben en Alemania. Durante sus primeros años de Religión diose con pasión a la lectura de los clásicos latinos en su lengua original, que conocía muy bien, según lo demuestran sus escritos. A los veinticinco, cuenta ella que dio un gran cambio en sentido de vida más fervorosa, y desde entonces, dejando a un lado a Virgilio, se entregó exclusivamente al estudio de la Sagrada Escritura, Santos Padres y teólogos, al trato largo con Dios y a aprovechar a los prójimos con sus palabras y escritos. Estuvo adornada de grandes carismas místicos. En sus obras habla mucho del Corazón de Jesús, por lo cual se la ha llamado la teóloga del Sagrado Corazón, y ella fue el principio de una cierta difusión de esta devoción divina a fines de la edad media, sobre todo, en Alemania.

 

 

 

 

 

 

 

 

Gran revelación

 

            Pero entre los muchos pasajes referentes al Divino Corazón hay uno que, como muy bien se ha dicho, «abre época en la historia de la devoción (al Sagrado Corazón)» [3] y del cual hicieron mención con estima los Padres del Concilio Vaticano en su mensaje a Pío IX, pidiendo la consagración de la Iglesia al Corazón de Jesús. Como más adelante la primera gran revelación a Santa Margarita, tuvo ésta lugar un día de San Juan Evangelista a la hora de Maitines. «Estando ella ocupada toda entera en su devoción, según costumbre, el discípulo a quien Jesús tanto amaba, y que por ello debe ser amado de todo el mundo, se le apareció y la colmó de mil pruebas de amistad... Ella le dijo: «¿Y qué gracia podría obtener yo, pecadora, en vuestra dulce fiesta? Respondió: ven conmigo; tú eres la elegida de mi Señor; reposemos juntos sobre su dulce pecho, en el cual están escondidos los tesoros de toda bienaventuranza». Y llevándola consigo, la condujo cerca de nuestro tierno Salvador y la colocó a la derecha, y él se retiró para situarse a la izquierda. Y estando descansando los dos suavemente sobre el pecho del Señor Jesús, el bienaventurado Juan, tocando con su dedo con respetuosa ternura el pecho del Señor, dijo: «He aquí el Sancta Sanctorum que atrae a sí todo el bien del cielo y de la tierra». San Juan le explicó en seguida por qué la había colocado a la derecha, del lado de la llaga,[4] en tanto que él había tomado la izquierda: «Hecho un espíritu con Dios, yo puedo penetrar sutilmente a donde la carne no podrá llegar. Yo, pues, he escogido el lado cerrado; pues tú, viviendo la vida terrestre, no podrás, como yo, penetrar en lo interior... Yo, pues, te he colocado junto a la abertura del Corazón divino, a fin de que puedas sacar de El más a tu gusto la dulzura y la consolación que, en su manar continuo y como a borbollones, el amor divino derrama con impetuosidad sobre todos aquellos que le desean».

 

            Como ella experimentase un gozo inefable con las santísimas pulsaciones que hacían latir sin interrupción al Corazón Divino, dijo a San Juan: «Y vos, amado de Dios, ¿no experimentasteis el encanto de estos dulces latidos, que tienen para mí en este momento tanta dulzura, cuando estuvisteis recostado en la Cena sobre este pecho bendito?» El respondió: «Confieso que lo experimenté y lo reexperimenté, y su suavidad penetró mi alma como el azucarado aguamiel impregna de su dulzura un bocado de pan tierno; además, mi alma quedó asimismo caldeada, a la manera de una marmita bullente puesta sobre ardiente fuego». Ella replicó: «¿Por qué, pues, habéis guardado acerca de esto tan absoluto silencio, que no dijeseis nunca en vuestros escritos algo, por poco que fuese, que lo dejase traslucir al menos para provecho de las almas?» Contestó: «Mi misión era presentar a la Iglesia en su primera edad una sola palabra acerca del Verbo increado de Dios Padre, que bastase hasta el fin del mundo para satisfacer la inteligencia de toda la raza humana sin que nadie, sin embargo, llegase nunca a entenderla en toda su plenitud. Pero publicar la suavidad de estos latidos estaba reservado para los tiempos modernos, a fin de que al escuchar tales cosas el mundo, ya senescente y entorpecido en el amor de Dios, se torne otra vez a calentar. «Eloquentia autem suavitatis pulsuum istorurn reservata est moderno tempori, ut ex talium audiencia recalescat iam senescens et amore Dei torpescens mundus»[5]

 

 

Reenfervorizar al mundo

 

            Muchas ideas aparecen en este pasaje, pero la más importante para el fin de nuestra obra es aquella expresada en las últimas palabras, en que se explican los designios de Dios en ¡a revelación a los hombres de la devoción al Corazón de Jesús. Los planes e intentos de Nuestro Señor son, pues, que el mundo senescens, que ya en tiempo de Santa Gertrudis comenzaba a envejecer; el mundo, que iba perdiendo el entusiasmo y el brío propios de la juventud; el mundo, amore Dei torpescens, pesado, frío en el amor de Dios y de las cosas divinas, recalescat, volviese a recobrar el calor, la fuerza y la juventud; pues ambas ideas de rejuvenecimiento y ardor expresa en el contexto la palabra «recalescat», ya que es contraposición del envejecimiento y pesada frialdad del primer miembro. Y es de notar que dice recalescat, tornar a recobrar el calor, es decir, un calor que tuvo antes y que después ha perdido; de donde se ve, que en esta revelación se trata directamente sólo del mundo cristiano, porque el mundo gentil siempre ha estado a cero grados, y así mal podría recuperar calor que nunca ha tenido. Y ¿qué ardor es éste que tuvo un día el pueblo cristiano y que la devoción al Corazón de Jesús le ha de hacer recuperar? Ya se ve que éste no puede ser otro que aquél de la primitiva Iglesia, como las mismas palabras lo insinúan bastantemente al hablar de un ardor o fuego contrapuestos a la frialdad lenta y torpe de la vejez, es decir, el calor brioso y activo, propio de la juventud. Así que la devoción al Divino Corazón viene por de pronto a reproducir en los católicos los fervores de los primitivos fieles: aquel amor y cariño a la Persona de Cristo, propio de la edad primera, en que todavía estaba fresca la memoria de la mansedumbre y bondad encantadoras del Dios-Hombre, que arrastraban en pos de sí las sencillas muchedumbres; aquella devoción a la Eucaristía, que llevaba a todos los fieles a la comunión diaria; aquel desprecio de las cosas de la tierra y caridad con el prójimo, que les hacía vender sus fincas y depositar el precio a los pies de los apóstoles para subvenir a las necesidades de todos; aquel amor. a la oración, que les dulcificaba el pasarse largas horas del día y de la noche unidos en plegarias y lectura de las Santas Escrituras, como lo atestiguan aun los documentos paganos, y son todavía prueba de ello los documentos litúrgicos; aquel fervor apostólico, que hacía de cada cristiano un misionero ferviente, como lo dan a entender muchos lugares de la Sagrada Escritura, y a lo que se debió en gran parte la rápida difusión del cristianismo; y, en fin, aquella bizarría intrépida en dar la cara por Cristo aun a costa de la sangre, que ha proporcionado al cristianismo la gran era gloriosísima de mártires.

 

            Para renovar aquellos tiempos fervientes y sacar al mundo cristiano de esa languidez senil, materialista y sensual, que debiera causar náuseas si no fuera por aquello de que: ab assuetis non fit passio, para eso ha venido al mundo, según la gran vidente de Helfta, la devoción admirable del Corazón de Jesús. Y ya en la misma revelación de San Juan tenemos una especie de misteriosa comprobación de esta promesa que, si la generalizamos, nos dará el resultado que las últimas palabras de Santa Gertrudis indican. En efecto, el conocimiento de las pulsaciones del Corazón de Jesús produjeron, así en Santa Gertrudis como en San Juan Evangelista, dos efectos; primero: una gran suavidad: «y su suavidad penetró mi alma, como un azucarado aguamiel impregna con su dulzura un bocado de pan tierno»; segundo: un ardoroso incendio de amor divino: «además mi alma quedó asimismo caldeada, como una marmita bullente puesta sobre ardiente fuego». Suponía Santa Gertrudis que estos mismos efectos se habrían seguido en las almas, si el Evangelista hubiese descubierto los latidos amorosos del Corazón de Jesús, o como si dijésemos, los misterios de esta santa devoción; como San Juan la confirma en esta opinión, se sigue que los frutos que este culto había de producir en aquellos que lo abrazasen de veras, serían grande ardor de caridad, y suavidad que impregnase toda la vida cristiana. Supóngase difundida y abrazada esta devoción por. el mundo en general, y tendremos el retorno a aquel fervor ardoroso de la primitiva Iglesia.

 

            Vamos a terminar este punto con la oración de uno de los oficios locales del Corazón de Jesús, que respira parecidos sentimientos:

 

            «¡Oh Jesús, restaurador del universo!, ved aquí que ha llegado aquel desdichado tiempo en que abundó la iniquidad y se enfrió el amor. ¡Ea! Señor, por el culto de tu Corazón, que, en estos miserables tiempos, te has dignado revelar como remedio de tantos males, instaura y renueva nuestros corazones; haz que vuelvan los dorados siglos de la caridad primitiva; crea una tierra nueva; renuévalo todo, a fin de que, con el nuevo incendio de caridad que arde en tu Corazón, la vejez de los crímenes se borre, y ardan nuestros corazones en tu amor»[6]

 

            Conciben, pues, la devoción al Corazón de Jesús como un sol esplendoroso que, al brillar en el invierno de la frialdad del mundo, comienza a vivificar las plantas, a calentar los gérmenes sepultados en el seno de la tierra y a efectuar en el individuo y en la sociedad una especie de rejuvenecimiento primaveral del espíritu.

 

SAN JUAN EUDES

 

Su vida

 

            Nació en Ri, municipio del departamento del Orne (Francia), el año 1601. A los 22 años de edad ingresó en la Congregación del Oratorio. Bien pronto adquirió fama como predicador, distinguiéndose también por su celo y caridad. En 1640 fue nombrado superior, pero tres años después abandonó el Oratorio y fundó una nueva Congregación, destinada a la educación de los seminaristas y a las predicaciones populares, llamada de los Presbíteros de Jesús María, y, además, la Orden de las Hijas de Nuestra Señora de la Caridad. De ella es rama la Congregación del Buen Pastor de Angers, de la cual, más adelante, hemos de hacer honorífica mención. San Juan Eudes fue un apóstol del Corazón de Jesús y del Corazón de María en toda la extensión de la palabra. El Romano Pontífice, Pío X, decía de él en el Breve de su beatificación: «Pero a los méritos de Juan para con la iglesia es preciso añadir el de que, ardiendo en singular amor para con los santísimos Corazones de Jesús y de María, fue el primero en pensar, no Sin inspiración divina (non sine aliquo divino afflatu), en que se les tributase culto litúrgico. Por lo cual ha de ser considerado como padre de esta suavísima devoción, ya que desde los principios de su Congregación de sacerdotes procuró que entre sus hijos se celebrase la fiesta de los mismos Corazones; doctor, puesto que compuso Oficio y Misa propios en honor de ellos;[7] apóstol, finalmente, por haberse esforzado con todo su corazón en que se divulgase por doquiera este provechosísimo culto»[8]. No puede darse más encomiástico elogio. En el decurso de este libro habremos de mencionar varias veces a este grande amigo del Divino Corazón; aquí sólo citaremos algunas de sus ideas.

Su estima de esta devoción

 

En el libro: Cœur admirable se expresa de esta manera:

 

            «El Corazón adorable de Jesús es el principio y la fuente de todos los misterios y circunstancias de su vida, de todo lo que ha pensado, hecho y sufrido...; es la fiesta de las fiestas, porque su Corazón abrasado de amor es quien le ha movido a hacer todas estas cosas. Esta fiesta pertenece más bien al cielo que a la tierra, es más bien festividad de serafines, que festividad de hombres»[9].

 

            Va mostrando cómo toda la santidad, gloria y felicidad de los Ángeles y Santos son otras tantas llamaradas del horno inmenso del Corazón de Jesús, al igual de las gracias que de continuo se derraman mediante los sacramentos a fin de vivificar y santificar las almas de la Iglesia militante, y, al afirmar que la santa Eucaristía es la más ardiente de estas divinas llamaradas, añade: «Si, pues, se celebra en la Iglesia una fiesta tan solemne en honor de este divino Sacramento, ¡qué festividad no debería establecerse en honra de su Sacratísimo Corazón, que es el origen de todo lo grande, raro y precioso que existe en este augusto Sacramento![10]

 

            Por eso, el Santo, al considerar que Dios había concedido la merced, a él y a su Congregación, de entregarles el Corazón de Jesús y el de María, exclamaba con humilde gratitud:

 

            «No tengo palabras que puedan expresar la excelencia infinita del favor incomprensible que me habéis otorgado, ¡oh Madre de misericordia!, al entregar a mis hermanos y a mí el Corazón adorable de vuestro amado Hijo con el vuestro amabilísimo, para ser el corazón, la vida y la regla viva de dicha Congregación»[11]

 

            Da una idea de lo mucho que San Juan Eudes esperaba de la devoción al Corazón de Jesús y del concepto grandioso que de ella tenía, aquella teoría de los tres diluvios, que él admite en sus escritos. Según ella, tres son los diluvios en el mundo. El primero fue de agua, con el cual la justicia purificó la tierra manchada con los pecados de los hombres, y éste se atribuye a la omnipotencia de Dios Padre. El segundo fue de sangre, con la pasión y muerte de Jesucristo, que satisfizo a la par a la justicia y a la misericordia de Dios, y éste se atribuye al Hijo. El tercero será de fuego y de amor, y será atribuido al Espíritu Santo. Este diluvio está reservado a los últimos tiempos, y vendrá por el Corazón de Jesús.

 

            Sin duda que una idea parecida tenía el Santo en su entendimiento, cuando escribía en el último año de su vida:

 

            «Los innumerables motivos, que nos obligan a tributar nuestras adoraciones y honores al Divino Corazón de nuestro amabilísimo Salvador, con una devoción y respeto extraordinarios, están comprendidos en tres palabras de San Bernardino de Sena, que llama a este amabilísimo Corazón: Horno de caridad ardentísima para inflamar y encender el orbe entero»[12]. Tal vez, bajo la influencia de esta idea, como hace notar el P. Doré, el Santo, en la imagen de Nuestra Señora de los Corazones, ha representado a los de Jesús y de María bajo el emblema de un horno de amor, adonde acuden los discípulos del Santo a encender sus teas para iluminar y abrasar el universo.

 

 

SANTA MARGARITA

 

            De familia de posición social relativamente elevada, nació en el pueblo de Lhautecourt, diócesis de Autun, el 22 de Julio de 1647. El 25 de Agosto de 1671 tomaba

el hábito en el Monasterio de Paray-le-Monial en la Orden de la Visitación. Fue Asistente de la Superiora y Maestra de novicias. Las comunicaciones extraordinarias con el Corazón de Jesús fueron muy numerosas. Trabajó incansablemente por difundir su devoción; y el 17 de Octubre de 1690, a los 43 años de edad, expiró santamente en el mismo Monasterio de Paray.

 

            Esta alma privilegiada es la primera figura de los tiempos modernos en la devoción del Corazón de Jesús; sus escritos son la fuente más rica y exacta en la materia, que existe, y a la cual debe acudir por lo mismo quien deseare conocer en toda su extensión y profundidad la devoción al Divino Corazón. Sobré todo, son de recomendar sus cartas, en las que se halla casi todo lo mejor que se ha escrito sobre esta admirable devoción.

 

 Palabras de Benedicto XV

 

            «La iglesia católica entera - escribía Benedicto XV al editor de las obras de la Santa - se felicita de tener a su disposición, gracias a ti, el archivo viviente del culto del Sagrado Corazón. La vulgarización de estas fuentes preciosas servirá a los teólogos y a los predicadores a meditar y establecer después con fruto los fundamentos doctrinales de una devoción, que importa precisar más de día en día en su fin, en su espíritu y en todas sus prácticas».

 

            «La devoción al Sagrado Corazón ha llegado a ser familiar a la piedad cristiana, pero el movimiento del que la Bienaventurada Margarita María ha sido la propagadora, está llamado a extenderse más aún, y la obra que tú editas será uno de los mejores auxiliares del apostolado, el cual debe continuarse con más ardor todavía, si es posible, en esta época agitada y tumultuosa»[13].

 

            Siguiendo los consejos del Pontífice, hemos procurado cavar en esta abundante mina, que contiene gran cantidad de mineral y pequeña de escoria; pues Santa Margarita, al revés de otros autores, habla poco y dice mucho.

 

Una causa de su eficacia

 

            Tienen por otra parte los escritos de esta Santa eficacia peculiar para insinuarse en las almas; lo cual no encierra nada de extraño, si se atiende a la mucha parte que parece tuvo en ellos la influencia particular del Corazón de Jesús.

            Cuando recibió la orden de hacer su propia biografía, como sintiese mucha repugnancia en ello, el Señor le dijo que obedeciese:

 

            «Escribe, pues, sin temor conforme Yo te dictare, y te prometo derramar la unción de mi gracia, a fin de que Yo sea glorificado con ello». Y explicándole las causas por qué le ordenaba escribir, díjole:

 

            «En tercer lugar, para hacer ver que soy la Verdad eterna, que no puede mentir; que soy fiel en mis promesas, y que las gracias que te he concedido pueden sufrir toda suerte de exámenes y pruebas»[14].

 

            «Es necesario decir a V. una cosa que me impediría en absoluto escribir, si la obediencia no me ordenara lo contrario, y es que cuando escribo, después de ponerme de rodillas para ello, como un discípulo delante de su maestro, escribo siguiendo lo que Él me dicta, sin poner cuidado ni pensar en lo que escribo; y esto me hace sufrir grandes humillaciones, tanto por el temor que tengo de decir lo que yo quería callar y tener oculto, como por la idea en que estoy de que vuelvo a repetir siempre lo mismo, porque me han prohibido tornar a leer las cartas, a causa de que, cuando lo hacía, no me podía contener de romperlas y quemarlas»[15].

 

            «Me manda V. que le conteste ampliamente...; quiero decir a V. en su santa presencia (del Corazón de Jesús) todo lo que El me inspirare para su gloria, pues no está en mi mano hacer de otra manera, ni preparar nada para escribir, sino decir sencillamente cuanto Él me pone en el pensamiento sin preocuparme nunca del resultado»[16].

 

Su cerebro incorrupto

 

            Quién sabe si, para expresar ese influjo del Corazón de Jesús que aparece en las frases de la Santa, permitió el mismo Señor que, por espacio de casi 200 años, se conservase incorrupto el cerebro de su sierva, como lo atestigua un testigo presencial que lo observó, al descubrirse los restos en 1864, cuando Pío IX publicó el decreto permitiendo se procediese a la beatificación. «A las diez del 13 de Julio (1864)- escribe dicho testigo - el Ilmo. Sr. Obispo de Autun, acompañado de Monseñor Borgui y de unos doscientos sacerdotes, entró en el Monasterio de Paray, y en él instaló el tribunal, bajo cuya autoridad y vigilancia iba a abrirse el sepulcro... Levantada con mucho cuidado la piedra sepulcral, se vio, en una excavación bastante profunda, la caja de nogal que contenía los restos de la Venerable... Ábrese la caja de madera, y aparece sucesivamente a nuestras miradas lo que queda en este mundo de aquella, a quien se dejó ver Jesucristo tantas veces... Hubo en la inspección y veneración de aquellas reliquias un momento más interesante que los demás. Todos los huesos, como queda dicho, estaban secos, y las carnes consumidas, pero el cerebro estaba intacto: había resistido a la corrupción. Esta parte tan frágil, que se disuelve tan pronto, que es la primera que se corrompe, había atravesado dos siglos sin destruirse...»[17].

            Parece que Nuestro Señor no quiso permitir se corrompiese aquel órgano, que Él había usado como instrumento particular de su amor para comunicar a los hombres tan grandes y consoladoras ideas. ¡Buena lección para aquellos que habían considerado a la humilde religiosa como visionaria y de enfermizo cerebro! Ahora bien, esta principalísima evangelista del Divino Corazón, ¿qué concepto tenía acerca de la importancia de la devoción que venimos exponiendo? Citaremos algunos pasajes de sus escritos, para que el lector pueda por sí mismo verlo.

 

Primera gran revelación

 

            En carta al P. Croiset, dándole cuenta de la primera gran revelación, que a nuestro juicio es la más importante de todas, dice:

 

            «Y me hizo ver que el ardiente deseo que tenía de ser amado de los hombres, y de apartarlos del camino de perdición adonde Satanás los precipita en tropel, le había hecho formar este designio, de manifestar su Corazón a los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracia, de santificación y de salud que contenía, a fin de que, todos aquellos que quisieren darle y procurarle todo el honor, el amor y la gloria que estuviere en su mano, El los enriqueciese con abundancia y profusión de estos divinos tesoros del Corazón de Dios, que es la fuente de ellos, y al cual era necesario honrar bajo la figura de este Corazón de carne, cuya imagen deseaba Él fuese expuesta y llevada consigo, sobre el corazón, para imprimir en él su amor y llenarle de todos los dones de que El estaba henchido, y para destruir en él todos los movimientos desordenados».

 

            «Y que esta devoción era como un último (un dernier) esfuerzo de su amor, que quería favorecer a los hombres en estos últimos siglos con esta redención amorosa (de cette rédemption amoureuse), para sustraerlos del imperio de Satán, el cual pretendía arruinar, y para colocarlos bajo la dulce libertad del imperio de su amor, que quería restablecer en los corazones de todos aquellos que quisiesen abrazar esta devoción».

 

            «Y después de ello, este Soberano de mi alma, me dijo: «He aquí los designios para los que te he elegido y hecho tantos favores y tomado un cuidado muy particular de ti desde la cuna; Yo no me he constituido personalmente tu maestro y director, sino para disponerte al cumplimiento de este gran designio y para confiarte este gran tesoro, que ahora te muestro al descubierto».[18]

 

            La lectura de este trozo deja cierta impresión de grandeza. Vamos a examinar más despacio algunas ideas contenidas aquí y en otros escritos de Santa Margarita.

 

1. Una redención amorosa

 

            «Que deseaba favorecer a los hombres - dice la revelación primera - en estos últimos siglos con esta redención amorosa...» Indicaremos después en qué sentido deba tal idea tomarse; entretanto se ve claro que la Santa no temía parangonar esta devoción con el acontecimiento magno y único en su género de la redención del mundo. Parecerá ello, quizá, exageración notable. Si esta idea se encontrara sólo en alguna ocasión de entusiasmo extraordinario, no seria infundada tal hipótesis, mas con sólo estudiar algo los escritos de la virgen de Paray se convencerá uno pronto de que se trata de idea que llevaba grabada profundamente en su alma.

 

            Escribiendo a la Hermana M. Magdalena des Escures, dice en tono igual de grandeza:

 

            «Me parece que el gran deseo que Nuestro Señor tiene de que su Sagrado Corazón sea honrado con algún homenaje particular, es a fin de renovar en las almas los efectos de su redención, haciendo de este Sagrado Corazón como un segundo Medianero entre Dios y los hombres, cuyos pecados se han multiplicado tanto, que es necesaria toda la extensión de su poder para obtenerles misericordia y las gracias de salud y de santificación que tiene tanto deseo de comunicarles abundantemente.[19]

 

            La devoción, pues, del Corazón de Jesús tiene por objeto «renovar en las almas los efectos de la redención», es decir, dar al mundo una impulsión de vida semejante a la que recibió con la venida, pasión y muerte del Redentor; en lo cual Santa Margarita no hace sino confirmar las ideas que vimos ha poco en Santa Gertrudis.

 

            Añade la Santa en la cita precedente que el Sagrado Corazón es «como un segundo Medianero para con Dios en favor de los hombres». Es el mismo pensamiento; porque si esta devoción divina es una especie de segunda redención, claro está que el Corazón de Jesús será como un segundo Redentor, como un segundo Medianero, pues Jesucristo con su encarnación, pasión y muerte fue el Medianero entre Dios y la Humanidad caída.

 

            En las cartas 37 y 90 vuelve a insistir en lo mismo.

 

            «El me ha dado a conocer que su Sagrado Corazón es el Sancta sanctorum, el Sancta de amor; que El quería fuese conocido ahora para ser el Medianero entre Dios y los hombres»[20]. «Hemos de orar en el Corazón de Jesús y por medio del Corazón de Jesús, que quiere de nuevo constituirse Medianero entre Dios y los hombres»[21]

 

            En la 132, aparece más clara la idea de Santa Gertrudis:

 

            «Me parece que no hay nada que yo no quisiera hacer y sufrir para darle el placer que desea con tanto ardor (difundir esta devoción), primeramente para tornar a encender la caridad tan resfriada y casi apagada en los corazones de la mayor parte de los cristianos, a los cuales quiere Él dar mediante esta devoción un nuevo medio de amar a Dios por medio de este Sagrado Corazón, tanto como Dios desea y merece ser amado»[22]

 

¿Qué significa?

 

            ¿Cuál es el sentido que Santa Margarita quería dar a estas frases de nueva redención, etc.? Para nuestro intento tal cuestión tiene un valor secundario, como dijimos arriba, pues nosotros únicamente deseamos demostrar que, en el concepto de la Santa, esta devoción es algo grande en el mundo; y eso se muestra evidentemente, cualquiera que sea la explicación especial que a las frases mencionadas deba darse.

 

            No obstante, parece probable, como se verá por otros testimonios que insertaremos después, y ya se insinúa un poco en algunos de ¡os vistos, que ¡a devoción al Corazón de Jesús es como una redención segunda, no en el sentido de que implique redención numéricamente distinta de la efectuada por Cristo Nuestro Señor en la cruz - ¿quién piensa tal desatino? - sino en el de que, o es una comunicación tan copiosa e inusitada de las gracias merecidas por la vida, pasión y muerte del Redentor, que efectivamente pueda llamarse como una redención nueva, o es una renovación del período de fervor que se siguió inmediatamente a la redención de Cristo. Ya se ve que entrambas explicaciones no son entre sí diversas esencialmente, sino que la primera indicaría la causa y la segunda el efecto. Ambas están confirmadas por otros testimonios de la Santa y de otros grandes amigos del Corazón de Jesús. «El no quiere establecer su nuevo reino entre nosotros – escribe Santa Margarita - sino para repartirnos más copiosamente sus gracias de santificación y de salud»[23].

 

2. Un último esfuerzo de su amor

 

            He aquí una nueva expresión con que la Santa designa en la .primera revelación principal la devoción del Corazón de Jesús. «Y que esta devoción era como un último esfuerzo de su amor»[24].

 

            Tampoco se trata aquí de una frase escapada en momentos de religioso fervor, sino de idea repetida acá y allá en diversas ocasiones.

 

            Así en carta a su hermano, el sacerdote, dice que para comunicarnos sus dones ha manifestado Jesús «la devoción de su Sagrado Corazón, que contiene tesoros incomprensibles, los cuales desea que sean derramados en todos los corazones de buena voluntad, porque éste es un último esfuerzo (un dernier effort) del amor del Señor para con los pecadores, con objeto de llevarlos a penitencia y darles abundantemente sus gracias eficaces y santificantes, y así obtener su salvación»[25].

 

            Véase de paso cómo la devoción al Corazón de Jesús no es solamente para almas de vida espiritual algo elevada, como algunos imaginan, sino para los pecadores

también.

 

            Al P. Croiset escribe que esta devoción será uno de los medios de que El quiere servirse:

 

            «Para apartar gran número de almas de la perdición, arruinando el imperio de Satán, a fin de volverlas a colocar mediante sus gracias santificantes en la vía de la salud eterna, como me parece haberlo prometido así el Señor a su indigna esclava, haciéndole ver esta devoción como uno de los últimos esfuerzos de su amor hacia los hombres, con objeto de que, poniéndoles claramente ante los ojos, como en un retrato, su Divino Corazón herido de amor por el bien de ellos, pueda poner su salvación en seguridad, sin permitir perezca nada de cuanto le estuviere consagrado», etc., etc.[26]

            Además del punto de que venimos tratando, repárese en la promesa de la salvación eterna hecha a la consagración.

 

            «Este Corazón Divino es el tesoro del cielo y de la tierra, que nos ha sido dado... como la última invención de su amor»[27].

 

            Y con matiz más expresivo, dice en la carta 97 que esta devoción:

 

            Es una preciosa bebida - unas copias tienen portion, otras potion; parece más auténtica la segunda forma - que nos ha sido dada por nuestro buen Padre celestial como último remedio (pour dernier remède) de nuestros males»[28].

 

            Se habrá observado cómo Santa Margarita habla de un último esfuerzo. La palabra francesa (dernier) que usa siempre, o casi siempre, puede significar, o último de manera que no venga otro en pos de él, o último en el sentido de lo más reciente, lo más moderno, a la manera como solemos decir: «el último invento». No obstante la oscuridad de este punto, nos parece que, del estudio atento de todos los pasajes de la Santa en que habla de la devoción al Corazón de Jesús, parece más probable que ella creía ser éste, en efecto, el último y postrero de los grandes impulsos dados por Nuestro Señor al mundo, de forma que los que vengan después, si algún otro viene, no sean sino una introducción y aplicación más completa de este remedio admirable. Por otras varias razones también nosotros nos inclinamos hacia esta última opinión.

 

3. Este gran designio de Dios

 

            Nuevo nombre que Santa Margarita da a nuestra devoción, y que encontramos también en aquel largo documento que citamos más arriba:

 

            «Yo no me he constituido personalmente tu maestro y director, sino para disponerte al cumplimiento de este gran designio».

 

            «Y creo - escribe al P. Croiset - que ésta es la razón por la que ha escogido Él a este bienaventurado amigo de su Corazón, (el B. P. de La Colombière) para el cumplimiento de este gran designio, que, como espero, será tan glorioso a Dios, a causa del ardiente deseo que tiene de comunicar por este medio su amor y sus gracias»[29].

 

            Habla de cómo vio por primera vez al P. La Colombière, y añade:

 

            «Fue necesario descubrirle, a pesar mío, lo que yo había siempre tenido secreto con tanto cuidado, porque él había sido destinado para la ejecución de este gran designio, acerca del cual confieso no saber ni poder expresarme, según lo que me es dado a conocer, pues es un abismo»[30].

            Suplica al P. Croiset que no saque a relucir nada de ella en sus escritos:

 

            «Porque sé -dice- que a mi Soberano no le sirve de nada tan vil y miserable instrumento en orden al cumplimiento de tan gran designio, designio que ha de procurarle tanta gloria en lo tocante a la salud de las almas que, si os lo pudiese expresar como me parece que me lo da a conocer, se redoblaría el celo de usted por esta devoción»[31].

 

4. Tesoros, profusión de gracias

 

            Este pensamiento de la abundancia de bendiciones y gracias, que en sí encierra y comunica la devoción al Corazón de Jesús, es frecuentísimo en los escritos de la Santa. De dos maneras se halla expresado: afirmando positivamente, pero en vago, esa copia de bienes, y confesando su impotencia de manifestar cuanto conoce.

 

            a) No puede decir cuanto sabe. - Ciertamente, leyendo los escritos de los grandes amigos del Corazón de Jesús, se ve que lamentan con frecuencia cierta imposibilidad de expresarse acerca de estos misterios.

 

            Así en la carta 132, después de enumerar la Vidente de Paray las gracias que en general recibirán mediante la devoción al Corazón de Jesús, añade:

 

            «Mas respecto a aquellos que se ocupan en hacerle conocer y amar, ¡oh!, si yo pudiese y si me fuese permitido expresarme, de la manera que me es dado a conocer, acerca de las recompensas que recibirán de este amable Corazón, exclamaría V. como yo, ¡qué dichosos son aquellos que Él ha de emplear en la ejecución de sus designios!»[32].

 

            Nótese cómo aquí dice la Santa que ni puede ni le es permitido hablar. A la pregunta de cuál podrá ser la razón por qué el Corazón de Jesús no le permitía decir cuanto sabía de esas gracias, satisface la Santa algunas líneas después:

 

            «Y la razón – dice - por qué no me es permitido hablar de las recompensas, que Él promete a aquellos que ocupare en esta santa obra, es a fin de que trabajen sin otro interés que el de su gloria con la intención de su puro amor»[33].

 

            Esta misma imposibilidad de hablar y otra causa de ella apareció ya en los dos últimos textos del número precedente:

 

            «Confieso no poder ni saber expresarme según lo que me es dado a conocer, porque es un abismo». Lo propio se repite en las promesas a los apóstoles del Corazón de Jesús: «si me fuese permitido manifestar las riquezas infinitas...; en las promesas a las Comunidades religiosas: mas de poder expresar las gracias...»; pero estos testimonios hemos de verlos después.

 

            b) Cúmulo de gracias.- Esta idea ya ha aparecido indirectamente en los testimonios precedentes; añadamos algunos más, en que se expresa en primer término:

 

            «Me parece - escribía a la misma M. Saumaise - que soy una gotita de agua en este océano del Sagrado Corazón, que es un abismo de toda suerte de bienes, una fuente inagotable de toda clase de delicias; y cuanto más se saca de ella, más abundante es. Es un tesoro oculto e infinito, que sólo pide manifestarse, derramarse y distribuirse a nosotros, para enriquecer nuestra pobreza»[34].

 

            «Para esto (para que seamos santos) nos ha manifestado - escribe a su hermano - la devoción de su Sagrado Corazón; ésta contiene tesoros incomprensibles, que Él desea sean derramados en todos los corazones de buena voluntad»[35].

 

            «Si no me engaño, estoy en el (Sagrado Corazón) como en un abismo sin fondo, donde Él me descubre tesoros de amor y de gracias para las personas que se le consagraren y sacrificaren... En las cuales (en sus criaturas) El quiere establecer su imperio, como la fuente de todo bien, para proveer a sus necesidades».[36]

 

            «Su Sagrado Corazón es una fuente inagotable, que no quiere otra cosa que derramarse en los corazones humildes... »[37].

 

            Éste es el manantial inexhaurible de todos los bienes, que no busca sino derramarse y comunicarse...»[38].

 

            Así se podrían multiplicar los pasajes. Esta idea servirá quizá también, para que pueda irse explicando más claramente el lector los apelativos de segunda redención, último esfuerzo de su amor, etc., que, según hemos visto, aplica a esta devoción Santa Margarita.

 

5. Deseos vehementes del Sagrado Corazón

 

            Es éste un punto que llama la atención en Santa Margarita, y es muy significativo. Porque, si bien Jesucristo, como tan amante de los hombres, no puede menos de anhelar su salvación y cuanto a ella se refiere, sin embargo, como el lector notará, aquí se descubren deseos tales, que no son los ordinarios, deseos que por lo mismo hacen sospechar alguna especial razón.

 

            Habla la Santa de las almas que salvará esta devoción y añade:

 

            «Esto es lo que le da un deseo tan ardiente de ser conocido, amado y honrado de los hombres, en cuyos corazones tanto anhela establecer por este medio el imperio de su puro amor, que promete grandes recompensas a los que se ocupen en hacerle reinar»[39]. Nótese, además, en el texto precedente, el amor singular y extraordinario del Corazón de Jesús para con las personas que propaguen con fervor su devoción, y las promesas verdaderamente espléndidas en favor de estos apóstoles; la explicación es sencilla: como el Corazón Divino siente deseo tan ardiente de que su devoción se difunda, no pueden menos de darle un placer grandísimo los que se ocupen en ello; de ahí su amor, de ahí sus promesas, de ahí todo. Lo mismo se afirma en otros varios pasajes.

 

            Pero volvamos a nuestro tema. En esta misma carta, un poco más adelante, hablando del libro del P. Croiset, que el «Corazón de Jesús pide con tanto ardor», añade la Santa: «Haga usted, pues, sin diferirlo, lo que desea de usted; porque no puedo menos de manifestarle que me insta ardientemente a causa del vehemente deseo, que descubre más y más a su indigna esclava, de ser conocido, amado y honrado de los hombres, para reparar las grandes amarguras y humillaciones que le han hecho sufrir, y de las cuales quiere aplicarles los merecimientos por este medio. Mas dame a conocer ser tan excesivo este deseo, que promete a todos cuantos se consagraren y dedicaren a El para darle este placer etc.»[40].

 

            ¡Qué expresivo se muestra aquí el deseo del Corazón de Jesús!

 

            «Mi Divino Maestro dio a conocer a su indigna esclava..., que tenía una ardentísima sed de ser conocido, amado y honrado de los hombres con homenajes y honores particulares, a fin de tener manera de contentar su deseo de comunicarles abundantemente sus misericordias y sus gracias santificantes y saludables»[41].

 

            En este texto magnífico está expresado, con grande integridad, todo el porqué de esos anhelos ardientes de que esta devoción se difunda y se practique.

 

            Mostrándole un día su Corazón arrojando llamas por todas partes, le dijo:

 

            «Si tú supieras cuán sediento estoy de hacerme amar de los hombres, no perdonarías nada para ello». Y otras veces oía decir: «Tengo sed, me abraso en deseos de ser amado». Y esto causaba en mí tan fuerte impresión, que me deshacía en lágrimas por no poder satisfacer su amoroso deseo, cosa que espero harán ahora sus fieles siervos, según me lo prometió al enviarme a aquellos que Él se había preparado para esto»[42].

 

6. Odio de Satanás a esta devoción

 

            No se trata de un simple aborrecimiento, pues éste lo siente Lucifer hacia todo lo que es santo, sino de aborrecimiento extraordinario, a juzgar por el número de veces que lo repite la Santa, y la forma enérgica de expresarse.

 

            «Me parece que el demonio teme extremadamente el cumplimiento de esta buena obra (la primera imagen del Corazón de Jesús), por la gloria que ha de dar al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, con la salvación de tantas almas como la devoción a este amable Corazón obrará, mediante aquellos que se consagraren a El del todo para amarle, honrarle y glorificarle»[43].

 

            «(El enemigo)... revienta de despecho (crève de dépit), por no haber podido estorbar esta amable devoción»[44], dice con frase fuerte la Vidente de Paray.

 

            Y escribiendo a la Hermana Joly de las «oposiciones y contradicciones que Satanás suscitó a los principios, dice: que fueron más grandes de lo que puedo decir»[45].

 

            «En fin -añade-, creo que Él realizará estas palabras que hacía resonar continuamente al oído del alma de su indigna esclava, entre las dificultades y oposiciones que han sido grandes, en los comienzos de esta devoción: «Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que se opusieren a ello»[46].

 

            Nótese de paso en este pasaje, cómo el Corazón de Jesús distingue dos clases de personas que se opondrán a su reinado: sus enemigos con Satanás a la cabeza, y otros que no serán enemigos, pero que, sin embargo, estorbarán el que reine.

 

            «Veo que todas esas contradiccioncillas, que se oponen a nuestra amable devoción, sorprenden a V. y le hacen sufrir mucho, si no me equivoco. ¿Y por qué?, pues me parece que ha sido V,. advertida de que las levanta Satanás, rabioso como está de ver que este medio saludable le ha arrebatado ya no pocas almas, y todavía le ha de arrebatar muchas más, por la omnipotencia de Aquel que, en el tiempo elegido por El, hará que todas esas oposiciones y contradicciones redunden en gloria suya y confusión de este enemigo, y se servirá de ellas como de sólido fundamento en que establecer esta santa devoción; por lo cual es necesario nos resolvamos a aguantar esas borrascas de Satanás. Hasta dicen que todos los párrocos tienen orden de no recibir ninguna devoción nueva en sus parroquias, y que aun ha sido ya prohibida en algunas ésta del Divino Corazón; que además se va a prohibir a todos los libreros que impriman nada sobre este asunto, y otras muchas cosas que se dicen contra esta devoción santa. Mas todo eso nada me sorprende...»[47].

 

            «Por poco que me mezcle en un asunto - escribía en otra ocasión - es lo bastante para hacer que en él hormigueen los obstáculos, según la amenaza de Satanás, de que los haría pulular en cuanto yo emprendiese, y procurarla dañarme en todo»[48].

 

            Sería difícil contar las dificultades y largas dilaciones que hubo, cuando se trató de hacer el primer cuadro del Corazón de Jesús, y todos saben el revuelo que se levantó cuando, en la Capilla privada del Noviciado, se dio por primera vez culto doméstico a su Imagen, siendo Maestra de novicias nuestra Santa.

 

            Cuando más adelante veamos lo que ha de ser el reino del Sagrado Corazón, y el porvenir poco halagüeño que mediante él espera al imperio de Lucifer en la tierra, entenderemos completamente la causa de los odios del infierno.

 

7. Virtud santificadora de este culto

 

A) Respecto de los individuos

 

            Aunque todas las grandezas que sobre la devoción al Corazón de Jesús nos ha referido Santa Margarita son principalmente en orden a la santificación de los hombres, sin embargo, creemos no estará demás aducir algunos testimonios que especifican algo más aquellas ideas un poco generales.

 

            «¡Si V. supiera cuánto mérito y gloria tiene el honrar a este amable Corazón del adorable Jesús, y cuál será la recompensa de aquellos que, después de estar a Él consagrados, no buscan sino honrarle! Sí, me parece que esta sola intención hará sus acciones más meritorias y agradables delante de Dios, que todo cuanto ellos hubiesen podido hacer sin esta aplicación»[49].

 

            «No sé, mi querida Madre, si comprenderá V. lo que es la devoción al Sagrado Corazón de Jesucristo Nuestro Señor de que le hablo; produce un gran cambio y fruto en todos los que se consagran y se dan a ella con ardor»[50].

 

            «Me parece que no hay camino más corto para llegar a la perfección, ni medio más seguro de salvación que estar consagrado enteramente a este Corazón Divino, para tributarle todos los homenajes de amor, honor y alabanza de que seamos capaces»[51].

 

El librero. Un diseño. Dos monedas

 

            Había la Hermana Joly publicado un librito sobre el Corazón de Jesús. La Santa indicó al P. Croiset su deseo de que lo ampliase; lo mismo hicieron algunos fervorosos estudiantes; y el buen librero M. Horacio Molin, amigo del P. Croiset y que se había entusiasmado por esta santa devoción, comprometióse a editarlo por sí mismo, movido del deseo que sentía de glorificar al Corazón de Jesús; súpolo la Sierva de Dios y escribió al P. Croiset:

 

            «Pero, sobre todo, («miro como escogidos y predestinados a su amor eterno») a ese buen librero, que ha mostrado en este asunto tan buena voluntad; pues por semejante gasto se ha ganado un lugar en este Corazón adorable, el cual se tornará en asilo seguro para él en la hora de la muerte. Jamás ha hecho cosa que le haya de ser mejor premiada»[52].

 

            Repárese en las últimas palabras. Jamás había hecho el librero en su vida acción que le hubiese de ser mejor recompensada, que aquel acto de apostolado por el Corazón de Jesús.

            Iba a hacerse la primera imagen o pintura del Sagrado Corazón; se pasó en ello mucho tiempo, y hubo mil dificultades; por fin, tomóla a su cargo la M. de Saumaise, encargándose del diseño la Hermana Joly. Cuando la Santa vio por primera vez su ansiado cuadro, escribió:

 

            «Y por lo que se refiere a esa buena hermana (Joly) creo, si no me engaño, que ha dado a Él tal placer por esto que ha hecho en su honor, cual no lo había podido hacer hasta ahora con todas las otras acciones de su vida»[53].

 

            La M. Saumaise quiso contribuir a los gastos de la imagen, y envió a la Santa pata ello dos luises de oro[54] en seguida contestóle:

 

            «¡Qué honor para V. haber dado los dos luises de oro, que hemos recibido, y que la muy honorable Madre conservará hasta que la cosa esté hecha; porque me parece poder asegurar a V., según me siento apremiada a hacerlo, que jamás dinero alguno ha sido mejor recompensado que lo será el de V. Y creo que ha dado V. tal gusto al Sagrado Corazón con esta liberalidad que se dirige directamente a El, cual no le hubiese V. dado con todo cuanto hubiera podido hacer durante toda su vida!»[55].

 

            ¡Cuántas veces repite la Santa este pensamiento!

 

Otros pasajes

 

            Cuando las novicias oyéronla hablar de su devoción: «se dieron – dice - con tal ardor a honrar a este Divino Corazón, cuya imagen les dio trazada a pluma en un trozo de papel, que les hizo hacer muchos progresos en su perfección en poco tiempo. Y aunque les atrajo muchas mortificaciones, no se volvieron atrás, antes se animaron más y más a honrar a este Corazón Divino»[56].

 

            «Jamás se ha visto tanto ardor, como el que esta devoción derrama en los corazones. ¡Dios sea eternamente bendito!»[57].

 

            «Éste es, según creo, - escribía a su hermano - uno de los caminos más cortos para lograr nuestra santificación»[58].

 

            Buen testigo fue dicho hermano de la Santa, que en pocos meses dio, por este medio, un gran cambio.

 

            «No puede V. Creer -decía en otra carta- los buenos efectos que esto (la devoción al Corazón de Jesús) produce en las almas que tienen la dicha de conocerla»[59].

 

            Así podríamos multiplicar los testimonios de Santa Margarita, que en esto se parece a Santa Matilde, la cual solía repetir con gracia: «Si hubiese de escribir todos los bienes que me ha comunicado el benignísimo Corazón de Dios, llenaría un libro mayor que el de maitines». (Alude a los voluminosos libros de coro)[60].

 

B) Respecto de las Comunidades religiosas

 

            Dada la fuerza santificante, respecto de los individuos en particular, que esta devoción encierra, se cae de su peso la importancia que del propio modo tendrá en orden a las Comunidades religiosas, que al fin y al cabo se componen de individuos; pero como a pesar de esto, Nuestro Señor tuvo palabras especiales para ellas, no parece será inútil que expongamos nosotros, al menos, algunas de ellas.

 

            La mayoría de los textos hablan de la Visitación y de la Compañía de Jesús, por razón de las personas que intervenían en aquellas circunstancias, pero ya se entiende que, fuera de algunas cosas peculiares de estas Órdenes, lo demás, que es casi todo, son promesas que se realizarán en cualquier Instituto o Comunidad que ponga las condiciones pedidas, ya que Dios Nuestro Señor no es aceptador de personas. Además de que la propia Santa en otros pasajes habla de la misma forma, refiriéndose a todas las Órdenes religiosas, y de que, en fin, la experiencia enseña continuamente que no hay distinción de individuos ni de Órdenes para el Corazón Divino, sino según la distinción de la fidelidad y el amor.

 

            En orden, pues, a las Comunidades religiosas varios son los efectos que Santa Margarita atribuye a la devoción del Corazón de Jesús. Indicaremos sólo los más principales.

 

Quiebras, cimientos

 

            En carta de 1685 a la M. Saumaise, dice: «Nuestro Padre S. Francisco de Sales, temiendo que los fundamentos de su edificio viniesen a cuartearse, había pedido un sostén capaz de defenderlo. Se le concedió la devoción del Corazón de Jesús, como medio para reparar las quiebras del edificio, y servirle de defensa contra los ataques de sus enemigos, y de apoyo para que no sucumba en lo venidero»[61].

 

            «No puedo dispensarme de decir a V. unas palabras más acerca de la fiesta de nuestro Santo Fundador, el cual me dio a conocer que no había medio más eficaz para reparar las quiebras de su Instituto que introducir en él la devoción al Sagrado Corazón, y que él deseaba que este remedio se usase»[62].

 

            «Yo pienso que éste es uno de los medios más eficaces para tornarle a levantar de sus caídas, y servirle como de castillo inexpugnable contra los asaltos que el enemigo le da continuamente para arruinarlo, por medio de un espíritu extraño de orgullo y ambición, que quiere introducir en lugar de aquel de humildad y sencillez, que son el fundamento del edificio. Y confieso a V. parecerme que nuestro Santo Fundador es quien desea y solicita que esta devoción se introduzca en su Instituto, porque conoce sus efectos»[63].

 

            Nótese cuántas veces habla de cimientos, fundamentos, etc.; y es que en este punto está el nervio de las Órdenes religiosas. Es fácil equivocarse y creer, al menos prácticamente, que la Orden se reduce a guardar escrupulosamente ciertas prácticas tradicionales externas, o si internas, de importancia secundaria, y en cambio lo fundamental, los ejes y el alma del Instituto, lo que fue lo más saliente en los religiosos primitivos, dejarlo en segunda línea. Por ahí vino Israel al estado en que lo hallé Jesucristo, y del cual no se ha levantado aún. A todos se nos dirige aquella magnífica sentencia del Salvador: Haec, estas cosas, es decir, las graves de que acababa de hablar, las fundamentales, los cimientos, oportet facere, se han de hacer, en éstas se ha de insistir; el illa, y aquéllas, a saber, lo del comino y el anís, las menudencias, lo secundario, non omittere, no omitirlas; es decir, poner el cuidado suficiente para no dejarlas, y nada más; porque las energías vitales de nuestro ser son limitadas, y si se nos va mucha agua por la cañería de las menudencias, por fuerza tiene que ir poca por la cañería de los cimientos.

 

Fervor primitivo

 

            «Estos frutos de vida y de salud (que traerá la devoción al Corazón de Jesús) nos renovarán en el espíritu primitivo de nuestra santa vocación. Me parece que la gloria accidental de nuestro Santo Fundador jamás se ha aumentado, cual se hace por este medio»[64].

 

            «Satanás quería vomitar su rabia destruyendo el espíritu (de nuestro Instituto), y por este medio arruinarlo. Mas yo creo que no logrará su intento, si queremos, según las intenciones de nuestro santo Padre, servirnos de los medios que él nos presenta (esta devoción), para restituirnos al primer vigor del espíritu de nuestra santa vocación, viviendo según las máximas del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo»[65].

 

            Como dijimos al principio, lo que Santa Margarita dice referente a la Orden de la Visitación debe aplicarse a las demás. Véase como ejemplo la promesa que venimos explicando. En carta a su Director dice, no ya tocante a su Orden, sino a todas en general:

 

            «Sobre todo haga V. por que la abracen (esta devoción) las personas religiosas, porque sacarán de ella tantos socorros, que no será necesario otro remedio para restablecer el primitivo fervor y la más exacta regularidad en las Comunidades menos observantes»[66].

 

            Así como lo que dice de la Visitación no es sino un caso particular de lo que sucederá a las Órdenes religiosas, del propio modo, cuanto aquí promete a éstas no es en resumen sino la aplicación de lo que ya vimos antes que, tanto Santa Gertrudis como ella, afirman de la Iglesia en general: la renovación del fervor de los tiempos primitivos, la inyección, mediante la devoción al Sagrado Corazón, de aquella sangre joven, vigorosa, ardiente, que corría por las venas del naciente cristianismo.

 

Unión de caridad

 

            Es una de las virtudes esenciales en las Comunidades religiosas; con ella son un paraíso en la tierra, mas sin ella son un huerto lleno de hortigas y abrojos. Por eso todos los fundadores tanto han insistido en esta hermosa virtud, y por eso ha resaltado en todos los Institutos religiosos mientras se han conservado en su fervor primitivo. No es extraño, pues, sea objeto de particulares promesas por parte del Corazón de Jesús.

 

            En la carta 131, después de enumerar Santa Margarita varias promesas a las Comunidades religiosas, añade:

 

            «Y (prometió) que Él derramaría esta suave unción de su ardiente caridad en todas las Comunidades religiosas en que fuere honrado y se pusieren bajo su especial protección, que mantendría en ellas todos los corazones unidos para no formar sino uno solo con el suyo»[67].

 

            «Que Él derramaría - añade en otra carta - la suave unción de su ardiente caridad en todas las Comunidades en que fuere honrada esta divina imagen»[68].

 

            «En aquellas (Comunidades) que le conocieren y se colocaren bajo su protección, Él derramará abundantemente los tesoros de sus gracias santificantes, por la

unción de caridad y la suavidad de su amor»[69].

 

            Y obsérvense las expresiones que la Santa usa: unción de caridad, suavidad de amor; no se trata de una caridad dura, que a veces molesta más que el vicio contrario, sino suave, embalsamada, ungida; caridad que, a manera de una atmósfera aromática, envuelva la Comunidad entera, suavizando las asperezas propias de la vida religiosa.

 

Los fines de cada Instituto

 

            Ya de suyo se entendía esta promesa, al hacer las precedentes; porque si la devoción al Corazón de Jesús renovará el fervor primitivo en cada Orden, claro es, que les hará conseguir perfectamente los fines para que fueron fundadas; no obstante, también aquí el Corazón de Jesús ha querido en sus promesas especificar más claramente este punto.

 

            Exponiendo Santa Margarita aquella hermosa visión, en que la Virgen Santísima hizo entrega de la devoción al Corazón de Jesús a la Orden de la Visitación y a la Compañía de Jesús, dice:

 

            «Y a medida que ellos (los religiosos de la Compañía) le procuraren tal placer, este Divino Corazón, fuente de bendiciones y de gracias, las derramará tan abundantemente sobre las funciones de sus ministerios, que éstos producirán resultados que sobrepujen sus trabajos y sus esperanzas, lo mismo en lo tocante a la salud y perfección de cada uno de ellos en particular», (es decir, que también en esto el fruto sobrepasará el trabajo y las esperanzas).

 

            Y a las hijas de la Visitación les dijo, entre otras cosas:

 

            «En este Divino Corazón es donde hallaréis un medio fácil de cumplir perfectamente lo que se os manda en este primer artículo de vuestro Directorio, que contiene en substancia toda la perfección de vuestro Instituto»[70].

 

            Como el fin de la Compañía de Jesús es completamente apostólico, no es de maravillar que las promesas referentes a la eficacia en mover los corazones al bien se repitan con frecuencia.

 

            «Él les promete derramar abundantemente y con profusión sus bendiciones sobre los trabajos del santo ejercicio de caridad para con las almas en que ellos se ocupan...»

 

            «De ellos dependerá el enriquecerse con abundancia de toda suerte de bienes y de gracias, porque por este eficaz medio que Él les presenta, es como podrán desempeñar perfectamente, según su deseo, el santo ministerio de caridad a que están destinados. Porque este Divino Corazón derramará de tal manera la unción de su caridad sobre sus palabras, que penetrarán como una espada de dos filos los corazones más endurecidos, para hacerlos susceptibles del amor de este Divino Corazón; y las almas más criminales serán llevadas por este medio a saludable penitencia»[71].

 

Promesas en general

 

            Son muchos los pasajes en que las promesas, a pesar de no contener ninguna gracia en particular, son, no obstante, muy hermosas, por la idea de abundancia y profusión que respiran.

 

            «Confieso a V. que me siento incapaz de expresarme acerca de lo que Él me da a conocer referente a las gracias y profusión de bienes, que desea derramar sobre nuestro Instituto, al cual quiere hacer objeto de sus complacencias. Mas ¡ay!, ¿no habrá ninguna Comunidad que no tenga sino frialdad para con Él, y en cuyos corazones encuentre dificultad para entrar?»[72].

 

            Se me ha mostrado un tesoro de gracias y de santificación para la Comunidad de V., a causa del gran placer que Nuestro Señor recibe con el honor que en ella se tributa a su Sagrado Corazón. Pero creo que, de hablar a V. con franqueza, las gracias que le promete no consisten en la abundancia de las cosas temporales, porque dice que ellas son ordinariamente las que nos empobrecen de su gracia y de su amor. De esto último es de lo que desea enriquecer vuestras almas y vuestros corazones»[73].

 

            Conviene tener en cuenta la observación precedente. Lo que el Corazón de Jesús quiere dar a las Comunidades no es abundancia de los bienes de este mundo, que de suyo son muy aptos para desportillar el espíritu de pobreza, que es una de las bases del estado religioso. A las riquezas del cielo es adonde apuntan sus promesas; de los bienes de la tierra dará según vaya conviniendo, aunque también en esta materia se notará la mano previsora de su providencia amorosa. En las riquezas espirituales las promesas no tienen semejantes restricciones.

 

            «¡Si pudiéramos comprender - escribe la Santa al P. Croiset - las grandes ventajas de gracias y bendiciones que ello - la devoción al Corazón de Jesús - procurará a estas dos Congregaciones, con cuánto ardor trabajaríamos en eso, si conociéramos los frutos de este tesoro!»[74].

 

            «En fin, por este medio es por donde Él quiere derramar sobre la Orden de la Visitación y sobre la Compañía de Jesús la abundancia de estos divinos tesoros de gracia y de salud, con tal que le tributen lo que de ellos espera, o sea: un homenaje de amor, de honor y de alabanza y que trabajen con todas sus fuerzas por el establecimiento de su reino en los corazones»[75].

 

            Conviene que reparen las Congregaciones religiosas en las condiciones que se piden en estas postreras líneas; para el cumplimiento completo de las promesas.

 

            De lo dicho se desprende lo que pueden esperar los Institutos religiosos de esta soberana devoción, el día en que la abracen de lleno, como, gracias al Señor, lo van haciendo.

 

            Y es cosa maravillosa que siendo ella siempre una, se acomode tan perfectamente a toda clase de Órdenes, a pesar de las diversidades de espíritu; es a manera de un sol divino y vivificante que nutre y vigoriza todo linaje de flores, haciendo adquirir a cada una las formas, los matices y el perfume propios de su peculiar especie.

 

            Por eso se advertirá que apenas hay Instituto religioso que en el curso de su historia no haya tenido algunos grandes amigos del Corazón de Jesús. El gran San Agustín, que por ser uno de los precursores de Santa Gertrudis, con razón ocupó un lugar muy preferente en el monumento del Cerro de los Ángeles, es gloria de la Orden Agustiniana; el enamorado San Bernardo de la Orden Cisterciense; San Buenaventura de la Orden Franciscana; Santa Gertrudis y Santa Matilde, de la Orden de San Bernardo; Santa Catalina de Sena, de la Orden Dominicana; Lanspergio, de la Cartuja; Santa María Magdalena de Pazzis, de la Orden Carmelitana.

 

            Esto enumerando solamente las figuras más conocidas de todos; porque en pos de cada una puede cada Orden presentar una legión de otras muchas que han brillado en cada siglo. De los Institutos religiosos de formación más moderna no hay que hablar, pues de seguro no hay ninguno que no tenga grandes modelos de amantes del Corazón de Jesús.

 

8. Remedio soberano para las almas del Purgatorio

 

            No deja de sorprender la devoción de Santa Margarita a las ánimas del Purgatorio. Que un santo canonizado la haya tenido es cosa muy natural, pero que un alma como Santa Margarita, cuya misión en la tierra fue únicamente el reinado del Corazón de Jesús; a quien, como ella misma confesará después, el Sagrado Corazón parece había formado para Sí de tal manera, que era enteramente insensible a todo cuanto Él no fuese; que un alma así se nos presente después, no con una devoción ordinaria hacia las benditas ánimas, sino tan saliente y tan marcada cual no se ve en la inmensa mayoría de los santos, ofrece materia para pensar si, tal vez, haya alguna misteriosa relación entre la devoción al Corazón de Jesús y las almas del Purgatorio.

 

Devoción de Santa Margarita

 

            Que en Santa Margarita sea nota característica, es cosa clara para quien esté versado algún tanto en sus escritos; en la Vida y Obras de la Santa se pueden hallar sin dificultad más de cincuenta pasajes sobre las almas benditas; las apariciones eran frecuentes y muy familiares, tanto que ya la Santa las llamaba sus amigas.

 

            ¡Qué contacto con ellas supone el siguiente párrafo que vamos a transcribir, y que no es sino uno de los muchos que tiene sobre este tema!:

 

            «Nuestra querida Madre me ha dado para las almas la noche del Jueves Santo, permitiéndome pasarla delante del Santísimo Sacramento, en donde estuve una parte del tiempo como rodeada toda de estas pobres almas dolientes, con las cuales he contraído una estrecha amistad; y Nuestro Señor me dice que me da para ellas este año, (habla así la Santa porque todas sus obras eran ya del Corazón de Jesús), con objeto de que les haga todo el bien que pueda. Están frecuentemente conmigo, y no les doy otro nombre que el de mis amigas pacientes. Hay una que me hace sufrir mucho, y no la puedo aliviar cuanto yo quisiera»[76].

 

            Ellas le contaban sus penas y las causas que las habían motivado, cosa por cierto de grandísima instrucción; muchos de los sufrimientos de la Santa eran debidos a su unión con las ánimas:

 

            «El Sagrado Corazón continúa dándome ciertas almas del Purgatorio para ayudarlas a satisfacer a la divina justicia; en este tiempo es cuando sufro un tormento poco más o menos como el de ellas, sin hallar descanso ni de día ni de noche»[77].

 

            «El me hizo ver en Sí dos santidades, una de amor y otra de justicia, ambas rigurosas a su manera, y las cuales se ejercitarían continuamente sobre mí. La primera me haría sufrir una especie de Purgatorio dolorosísimo de soportar, a fin de aliviar las santas almas que están en él detenidas, y a las cuales permitiese El, según su beneplácito, que se dirigiesen a mí»[78].

 

            Frecuentemente pedía oraciones y sacrificios para ellas, con un encarecimiento que muestra bien el amor que les tenía:

 

            «¡Ah, mi buena Madre, -escribía a la M. de Saumaise- qué obligada le quedan!, si me ayuda V. con sus oraciones a aliviar a mis buenas amigas pacientes del Purgatorio, pues así es como yo las llamo! No hay cosa que no quisiera hacer y sufrir por alivianas. Le aseguro que no son desagradecidas»[79].

 

            Cuando salían del Purgatorio, venían, a veces, a despedirse y darle las gracias.

 

            Con mucha razón y conocimiento de causa en el templo votivo nacional al Sagrado Corazón en Montmartre, una de las capillas esta dedicada a las ánimas benditas, como para demostrar la relación que media entre ellas y esta devoción sagrada.

 

La explicación

 

            ¿Qué pretendía, pues, declarar el Corazón de Jesús, al desear que su íntima confidente, siendo así que tan exclusivamente la había escogido y preparado para esta misión divina, repartiese, sin embargo, tan notablemente su devoción y su alma con las ánimas benditas?

 

            Creemos que la solución la da ella misma en cierta frase que deja escapar como de paso en una de sus cartas a la M. de Saumaise:

 

            «¡Sí V. supiera con cuánto ardor estas pobres almas demandan ese nuevo remedio tan soberano para sus sufrimientos, pues, así es como ellas llaman a la devoción del Corazón de Jesús y, en particular, la Santa Misa! (se entiende en honor del Corazón Divino)»[80].

 

            Si eso es esta devoción en orden al Purgatorio, parece muy natural que Nuestro Señor quisiera manifestarlo a los hombres, tanto para bien de aquellas almas santas y predestinadas, a quienes El tanto ama, como para utilidad de los mismos viadores, que al conocer el valor extraordinario a que se cotiza allá esta moneda divina, pudiesen en este mundo atesorar gran caudal para ellos en el futuro, y para otras pobres almas en el futuro y también en el presente.

 

Preciosa carta resumen

 

            Realmente es de las mejores que tiene Santa Margarita, y pensamos no poder hacer epílogo más perfecto de cuanto llevamos dicho, que insertándola aquí entera; la escribió, según parece, al fin de la vida a su director espiritual, dice así:

 

            «¡Que no pueda yo contar todo lo que sé de esta amable devoción, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en este Corazón adorable y que tiene el designio de derramarlas con profusión sobre todos aquellos que la practicaren! Le conjuro (je vous conjure), mi Reverendo Padre, que no omita nada por inspirarla a todo el mundo. Jesucristo me ha dado a Conocer, de una manera que no da lugar a duda, que principalmente por medio de los Padres de la Compañía de Jesús, era por quienes Él quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y mediante ella granjearse una muchedumbre infinita de servidores fieles, de perfectos amigos y de hijos enteramente reconocidos.

 

            Los tesoros de bendiciones y gracias que este Sagrado Corazón encierra, son infinitos; yo no sé que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a propósito para elevar en poco tiempo un alma a la más alta perfección, y para hacerle gustar las verdaderas dulzuras que se hallan en el servicio de Jesucristo. Sí, lo digo con toda seguridad: si se supiese cuán agradable es esta devoción a Jesucristo, no hay cristiano, por poco amor que tenga a este amable Salvador, que no la practicase en seguida.

 

            Haga V., sobre todo, por que la abracen las personas religiosas, pues sacarán de ella tantos socorros que no será necesario otro medio para restablecer el primer fervor y la más exacta regularidad en las Comunidades menos observantes, y para llevar al colmo de la perfección las que viven en la más perfecta regularidad.

 

            Cuanto a Las personas seglares, ellas hallarán por medio de esta amable devoción todos los auxilios necesarios a su estado, es decir: la paz en sus familias, el alivio en sus trabajos, las bendiciones del cielo en todas sus empresas (dans toutes leurs entreprises), el consuelo en sus miserias, y que en este Sagrado Corazón es donde verdaderamente encontrarán un lugar de refugio durante toda su vida, y principalmente a la hora de la muerte. ¡Ah, qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Sagrado Corazón de Jesucristo!

 

            Mi divino Maestro me ha dado a conocer, que aquellos que trabajan por la salvación de las almas, lo harán con verdadero éxito (avec succès), y sabrán el arte de tocar (toucher) los corazones más endurecidos con tal que tengan una tierna devoción a su Sagrado Corazón y trabajen por inspirarla y establecerla en todas partes.

 

            En fin, es evidente a todas luces, que no hay persona en el mundo que no recibiera toda clase de auxilios celestiales, si tuviera para con Jesucristo un amor verdaderamente agradecido, cual es el que se le manifiesta por la devoción a su Sagrado Corazón»[81].

 

Capítulo II

 

OTROS AMIGOS DEL SAGRADO CORAZÓN

 

 

SUMARIO.- I- P. Bernardo de Hoyos. - Notas biográficas.- Revelación magnífica.- S. Miguel y el pueblo hebreo. - S. Miguel y los últimos tiempos. - S. Miguel modelo.- Más abundancia que nunca. - A la persona de Cristo. - Separación de los campos. - Una de las mayores finezas .- Anhelos, riquezas.- II-P. Agustín de Cardaveraz. - Breve noticia. - Gran fragmento. - Deseos ardientes del Sagrado Corazón. - III - María del Divino Corazón. - Breve noticia. - Magnífica carta al Papa. - Resultado de la carta. - El Corazón Divino según León XIII. – Porvenir del mundo.- Las promesas se cumplen. IV - Benigna Consolata Ferrero. - Breve noticia.- Tesoros, resurgimiento. – Deseos ardientes del Divino Corazón. -  V- San Juan Evangelista. -

 

A) ¿Conoció esta devoción?. -B) La Herida del costado. - La iglesia y el costado. - La Iglesia y el Corazón de Jesús.- Pruebas Litúrgicas. - Concilios provinciales, etc. - Rejuvenecimiento. -

 

El cuerpo místico. - Un don del Corazón Divino. - A las entrañas del cristianismo. - La idea de progreso. - Un fenómeno de muchas esperanzas.

 

 

P. BERNARDO DE HOYOS

 

 Notas biográficas

 

            Nació en Torrelobatón, villa distante cuatro leguas y media de Valladolid, el 21 de Agosto de 1711, día del nacimiento de San Francisco de Sales. Entró en la Compañía de Jesús el 11 de Julio de 1726, a los quince años de edad. El 3 de Mayo de 1733, o sea, a los veintidós años, recibía las primeras ideas acerca de la devoción al Corazón de Jesús, y «adorando la mañana siguiente al Señor en la hostia consagrada - escribe él mismo - me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón sacrosanto, para comunicar a muchos sus dones»[82]. Once días después, o sea, el 14 de Mayo, «pidiendo esta fiesta - añade - en especialidad para España, en que ni aun memoria parece hay de ella, me dijo Jesús: Reinaré en España y con mas veneración que en otras partes»[83].

 

            Se ordenó de sacerdote el 2 de Enero de 1735, a los veinticuatro años, y el 29 de Noviembre moría santamente en el Colegio de San Ignacio de Valladolid.

 

            Este grande amigo del Divino Corazón, favorecido de frecuentísimas revelaciones, debe ser conocido y estudiado por todo aquel que deseare conocer a fondo, así la teoría como la práctica de esta santa devoción, principalmente siendo el P. Bernardo de Hoyos una de esas almas que mejor han reunido en si y de modo más brillante, las notas del apóstol del Corazón de Jesús en toda la extensión de la palabra. Si aquel hombre, mejor diríamos, si aquel joven endeble y de estatura menuda, llega a vivir veinte años más y la Compañía no es expulsada y extinguida, otra cosa sería España.

 

            Por otra parte, las convicciones y testimonios del P. Hoyos, como iremos viendo luego, fueron luces que recibió por sí mismo del Sagrado Corazón y como si dijésemos, es un astro de luz propia, pues de los escritos de Santa Margarita llegó a conocer muy poco; por consiguiente, tiene mayor fuerza probativa el que, no obstante, coincidan en todas las ideas capitales acerca del Corazón Divino estas dos figuras de primer orden. Además, el P. Hoyos como español, ha de ser a los españoles especialmente agradable.

 

 

Revelación magnífica

 

            Entre las luces particulares, tocantes a esta materia, que del cielo recibió, ocupa lugar preferente un grupo de que habla en carta a su director de espíritu, el P. Juan de Loyola. Se trata de una aparición del arcángel San Miguel - de las muchas que de él tuvo - habida en 29 de Septiembre de 1735, dos meses antes de la muerte de Bernardo.

 

            En ella «nuestro glorioso protector, San Miguel, acompañado de innumerable multitud de espíritus angélicos, me certificó de nuevo estar el encargado de la causa del Corazón de Jesús, como de uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es mundo. Porque es una alta idea de aquel gran Dios, que, habiendo socorrido al género humano por medio de la Encarnación y Pasión de su amado Hijo Jesucristo, quiere se logren sus frutos más copiosamente que hasta aquí por medio del amor al mismo Dios-Hombre Cristo-Jesús, el cual se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo, por los maravillosos progresos que ha de ir haciendo sin cesar, entre mil Oposiciones, la devoción al Corazón adorable de nuestro amable Salvador».

 

            «Este misterio escondido a los siglos, este sacramento manifiesto nuevamente al mundo, este designio formado desde la eternidad en la mente divina a favor de los hombres y descubierto ahora a la Iglesia, es uno de los que, por decirlo así, se llevan las atenciones de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador; pero para que ésta sea mayor y la obra salga más primorosa, permite el Señor las que parecen oposiciones, y son voces que publican ser este asunto todo de la mano del Muy Alto, que saldrá con la suya, (así me explicó), con admiración del mundo, que verá cómo juega su eterna sabiduría con los hombres, conduciendo sus encontrados designios a la mayor gloria de su eterno destino».

 

            «Por esto, pues, es también éste uno de los principales encargos del Príncipe de la Iglesia San Miguel, según me significó; pero lo trata conforme a los consejos de la divina providencia. Todo esto entendí el día de su fiesta de Septiembre»[84].

 

            Estas páginas, indudablemente, son de lo bueno que se ha escrito sobre la devoción al Corazón de Jesús, y que dan una grande idea de ella. Porque, asunto del cual se dice que es uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es mundo; una alta idea de aquel gran Dios, como si dijera, de aquel Dios grande y de ideas propias de tal, una de las que se llevan la palma; «uno de los principales encargos del Príncipe de la Iglesia San Miguel»; un misterio, un «sacramento», un «designio formado desde la eternidad en la mente divina», «que, por decirlo así, se lleva las atenciones de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador», un asunto tal, decimos, no era en concepto del P. Hoyos Cosa de mediana trascendencia.

 

            El mismo hecho de encargarlo a San Miguel, Príncipe de la milicia celeste: princeps militiae caelestis, como decimos en la Misa; Príncipe grande: princeps magnus, como le llama la Escritura[85], muestra la estima en que Dios lo tiene, pues parece que no quiere fiarlo de otro espíritu inferior, sino del abanderado de las jerarquías angélicas.

 

San Miguel y el pueblo hebreo

 

            No deja de ser algo curiosa la coincidencia de que San Miguel Arcángel, el encargado de la devoción al Corazón de Jesús en la tierra, sea a la par el custodio especial del pueblo hebreo, como consta por la Sagrada Escritura. Así, v. gr., cuando el ángel tutelar de los persas procuraba retener en el destierro a los israelitas, por el bien espiritual, sin duda, que de ello resultaba a Persia, y el otro ángel que miraba por el pueblo judío se oponía a ello: «Nadie, dijo a Daniel, ha venido en mi ayuda, sino Miguel vuestro príncipe: nisi Michael princeps vester»[86].

 

            Por eso siempre miraba por el bien de su pueblo; así cuando a la muerte de Moisés el diablo, según parece, intentaba que el cadáver fuese enterrado públicamente, para inducir al pueblo con facilidad a que le tributase un culto de idolatría, San Miguel se le opuso, y sobre esto versó muy probablemente el altercado de que habla la Epístola católica de San Judas: «Cuando el arcángel Miguel contendía – dice - con el diablo disputando sobre el cuerpo de Moisés, etc.»[87]. Y más claro aparece todavía este cuidado en Daniel:

 

            «Y en aquel tiempo -dice- se levantará Miguel, el gran príncipe, qui stat pro filiis populi tui, que está por los hijos de tu pueblo; y será un tiempo de angustia, cual nunca se vio desde que existen gentes hasta entonces; mas en aquel tiempo será libertado tu pueblo; todos los que se hallaren escritos en el libro»[88].

 

            San Miguel, pues, es el encargado de Israel; San Miguel es el encargado de la devoción al Corazón de Jesús; el pueblo hebreo en los últimos tiempos ha de volver de nuevo a Dios, y, según se ve en el texto precedente, a ello ha de contribuir San Miguel; el reinado del Sagrado Corazón, como después diremos, ha de venir en lo futuro: ¿se verificará quizá la entrada de Israel en la Iglesia por el Corazón Divino?

 

San Miguel y los últimos tiempos

 

            San Miguel ha de representar asimismo un papel muy importante en los últimos tiempos del mundo, según consta de varios pasajes de la Sagrada Escritura. Ya apareció bien claro en el texto precedente de Daniel, así como en aquel otro del capítulo 12 del Apocalipsis, que, según la interpretación más común, se ha de referir, y con razón, a los últimos grandes acontecimientos del mundo: «Y se dio una gran batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón»[89]. Si, pues, a este santo Príncipe de las milicias celestes, que tanto relieve parece ha de tener en la postrera época de la humanidad terrestre, le encargan la devoción al Corazón de Jesús ¿será, acaso, porque ella haya de tener gran relación con los últimos sucesos de la Iglesia viadora?

 

 

San Miguel modelo

 

            San Miguel con mucha propiedad ha sido encargado de los asuntos del Sagrado Corazón, por el carácter típico con que nos lo presentan las Sagradas Escrituras y la tradición cristiana, a saber: valiente, bizarro, intrépido; amante fidelísimo de Dios, que no teme salir a pública liza por sus divinos derechos; debelador incansable del reino de Lucifer; fervorosísimo apóstol que con su actividad angélica contribuyó a mantener en el bien a los ángeles que permanecieron fieles; defensor aguerrido y perenne del reino de Cristo Nuestro Señor en la tierra; estas cualidades típicas de San Miguel deben constituir el núcleo fundamental de las almas entregadas al Corazón de Jesús; por eso este Príncipe celeste es un modelo admirable. De aquí que los primeros apóstoles de esta devoción en España tuviesen tanto amor a San Miguel, tan íntima comunicación con él, y tantos beneficios y socorros en sus luchas por el reino del Sagrado Corazón recibiesen de este Arcángel.

 

Más abundancia que nunca

 

            Pero tornemos al pasaje del P. Hoyos. Otra idea que en él se indica es que, mediante esta devoción, quiere el Señor se logren los frutos de la Encarnación y Pasión de Jesucristo «más copiosamente que hasta aquí», es decir, que se comuniquen a las almas las gracias de la Redención del Señor, con una abundancia como no se ha usado en los tiempos precedentes; y sin duda en este sentido, como indicamos arriba, llama Santa Margarita a este culto una nueva redención, es decir, un derramar los frutos de la Redención de Cristo con tan desacostumbrada copia, que parezca la Redención repetida.

 

 A la Persona de Cristo

 

            Y añade, que esta copiosa distribución de las gracias vendrá, como de causa inmediata, «del amor al mismo Dios-Hombre Cristo-Jesús, el cual se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo». Por aquí se ve la gran orientación hacia la persona de Cristo que ha de producir en la tierra la devoción al Sagrado Corazón, como de hecho la va introduciendo cada día más y más.

 

            Testigo de ello es la ascética donde vemos cómo se va gradualmente concentrando en torno al Verbo humanado, a diferencia de otras épocas pasadas en que más bien había cierta tendencia a dejar la Humanidad santísima del Señor, y se daba por otra parte más importancia al estudio y aplicación de cada una de las virtudes que forman la vida espiritual, sin que apareciese de ordinario con el relieve moderno ese afán hondo y común de unificar en el amor, cariño e imitación de Cristo Nuestro Señor toda la vida interior. Cierto, que esta nota ya se veía antes en otros, sobre todo en San Ignacio; pero San Ignacio de Loyola era un gigante que en esto, como en otras muchas cosas, saltó varios siglos adelante, sin que la mayoría pudiese seguir sus pasos.

 

            Testigo es también la exégesis de la Sagrada Escritura, que con tanto afán estudia todo lo que se refiere a la Persona amable del Redentor, para conocer su vida, sus palabras, sus acciones hasta en los pormenores más mínimos; que tanta simpatía siente hacia las Epístolas de San Pablo, que son las más llenas y henchidas de Jesucristo, y que tal interés toma por el Evangelio de San Juan, que fue quien más hondo penetró en los sentimientos íntimos del Verbo eterno hecho hombre.

 

Separación de los campos

 

            Y este amor a la Persona adorable del Salvador no está llamado a extinguirse; por el contrario: se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo - dice el P. Hoyos-; idea que no deja de ser útil para deshacer cierto negro pesimismo que invade, a veces, a algunas personas buenas, a vista de la evolución del mal. Es verdad que éste también crecerá, como ya lo dijo Cristo: «Dejad que la cizaña y el trigo crezcan hasta la recolección: sinite utraque crescere usque ad messem; para consuelo de los que se admiran y afligen de la perversidad fina de ciertas gentes actuales; no hay que espantarse de ello, porque, silos malos de hoy son malos, los que vengan después serán peores; la cizaña será cada día más cizaña, más perfecta y acabada en su género; pero el trigo también será cada vez más trigo; de donde se sigue que los campos se han de ir deslindando más, como se deslinda y distingue gradualmente la cizaña del trigo cuanto más crecen y como se separan, en progresión ascendente dos locomotoras que marchan en direcciones contrarias. Por eso los buenos deben seguir su camino, prescindiendo de lo que hagan los demás, aunque sean la mayoría; porque es natural que discrepen cada vez en mayor grado, ya que llevan vías en absoluto opuestas.

 

            Mas todo esto del Corazón de Jesús ha de ir siempre entre mil oposiciones - añade el P. Hoyos -confirmando lo que antes había dicho Santa Margarita; pero «reinará a pesar de todos», exclamaba ésta, y aquél a su vez escribía: «(Las oposiciones) son voces que publican ser este asunto todo de la mano del Muy Alto, que saldrá con la suya, -así me explicó- con admiración del mundo, que verá cómo juega su eterna sabiduría con los hombres, conduciendo sus encontrados designios a la mayor gloria de su eterno destino».

 

Una de las mayores finezas

 

            Es interesante cierta ilustración que recibió por Junio de 1734. Vio a Jesucristo en la noche de la Cena antes de instituir el Santísimo Sacramento. En su Corazón luchaban violentamente, de una parte el amor hacia los hombres, y de otra la tristeza natural de contemplar todos los grandes ultrajes que había de recibir en la Eucaristía; «y al dirimirse - escribe él - este combate entre el dolor y el amor, fue aquel levantar los ojos al cielo Jesús - et elevatis oculis in coelum, - a que acompañó un dulcísimo suspiro, o una respiración ardiente, un divino esfuerzo en que el amor se mostraba vencedor...», y añade:

 

            «En aquel punto determinó Jesús, con nuevas finezas, reparar las injurias del Sacramento augusto, con abrir su Corazón y manifestar a la Iglesia este tesoro soberano. Y así como instituir la Eucaristía, a vista de sus agravios, fue un redoble imponderable del amor de Jesús, que resplandece en este divinísimo misterio y muestra la grandeza de este beneficio, así la determinación de descubrir su mismo Corazón, para que en El se encuentre el modo de reparar las injurias del mismo Sacramento, fue en aquel paso una fineza de tan altos quilates, que puede formar otro Sacramento de amor; pues es una de las mayores que ha hecho el Señor a su Iglesia después de la del Sacramento. Y aquí entendí de nuevo que la fiesta del Corazón, después de la del Corpus, sería la más venerable en la Iglesia»[90].

 

            ¡Qué concepto tan elevado de la devoción al Corazón de Jesús suponen estas palabras!

 

Anhelos, riquezas

 

            Dentro de este tesoro escondido - escribía en otra ocasión - vi, por una alta visión intelectual, las riquezas infinitas que el Padre Eterno depositó en este sagrario de la divinidad; y oí mil maravillosos secretos que se me declararon, de la inundación, por decirlo así, con que sin poder ya contenerse quería salir de madre el incendio de este soberano Corazón, para anegar en fuego de amor los helados corazones de los hombres. ¡Oh Padre mío, cómo explicaría yo a V. R. las excelencias, prerrogativas y grandezas que conocí de este soberano Corazón! ¡Cómo insinuaría yo los sentimientos de este Corazón Sagrado, al ver despreciado su amor! Después de haberme manifestado los consejos de la divina providencia en manifestar a la Iglesia esta mina escondida, etc.»[91].

 

P. AGUSTÍN DE CARDAVERAZ

 

Breve noticia

 

            Aunque menos conocido, ordinariamente, que el anterior, es una de las grandes almas del Corazón de Jesús que han existido en el mundo. De él recibió el mismo P. Hoyos las primeras ideas de esta devoción; con él estaba tan unido en amistad, en ideales, en semejanza de espíritu y de favores divinos, que a primera vista no es fácil distinguir en sus escritos cuál de los dos es quien habla; él, por último, fue quien a la muerte de su joven compañero tomó por la fuerza de las cosas la bandera del Corazón de Jesús, y la paseó triunfante por las provincias del norte de la Península mientras con sus cartas movía a los demás al trabajo.

 

            Nació este seráfico apóstol en Hernani el 28 de Diciembre de 1703, y entró en la Compañía el 20 de Agosto de 1721. Durante diez y nueve años (1.736-1.755) anduvo misionando toda Guipúzcoa, gran parte de Vizcaya y no pocos pueblos de la provincia de Álava, difundiendo por doquier el amor del Corazón de Jesús, y fundando centenares de Congregaciones en su honor.

 

            Expulsado de España con los demás Jesuitas por orden de Carlos III, murió el 18 de Octubre de 1770 en Castel San Giovanni, cerca de Bolonia, con general opinión de santidad.

 

            Las comunicaciones extraordinarias que recibía del Sagrado Corazón fueron muchísimas. Aduciremos algunos testimonios de esta alma privilegiada.

 

Gran fragmento

 

            Véanse algunos parrafitos de aquella carta de fuego que, a la muerte del P. Hoyos, dirigió a su Director el P. Juan de Loyola:

 

            «El demonio hace todos sus esfuerzos para que los Nuestros no tomen con el debido celo el asunto; y si una vez logramos la felicidad de que nuestro amor Jesús gane de veras para Silos corazones de muchos de los Nuestros, que pueden y no hacen, se verán efectos prodigiosos en todos los fieles»[92].

 

            Excusado es decir que lo afirmado aquí por el Padre acerca de los Jesuitas, porque de ellos trataba, se debe aplicar a los demás que pusieren las condiciones exigidas.

 

            «¡Ay, y cuán divino y sólido consuelo me llena todo mi corazón, con la luz que me da este Señor en su Corazón Divino, al ver lo macizo que le agrada el celo de algunos y entre ellos el de V. R.! Quisiera ver a todos, y más a los que yo bien quiero y debo, en el estado felicísimo que a estos pocos...»[93].

 

            «Alentémonos, Padre mío, con lo que veo en este centro de nuestras eternas delicias: que este amor, caridad esencialísima y centro de toda la bondad, ha de ocultar

y disimular las miserias en que cada día incurrimos. En este humo divino se han de consumir, con este bálsamo se han de curar, y con este baño han de sanar nuestras almas de sus dolencias»[94].

 

            «Buscar trazas y valerse de todos los medios imaginables para este fin, que tiene por premio viaculadas inefables bendiciones que, aunque conocidas en este Divino Corazón claramente, non licet homini loqui (no es lícito hablar al hombre)» (2 Cor. 12)[95].

 

            Al Padre, lo propio que a Santa Margarita, a pesar de conocer los tesoros aquí encerrados, no le era permitido descubrirlos por entero.

 

            «Ahora, últimamente, quiso su amor infinito hacer alarde y ostentación gloriosa de sus misericordias y riquezas abriendo sus inagotables preciosidades, encerradas en el tesoro inestimable de su Corazón deífico y enamorado»[96]. De nuevo la idea de riquezas, tesoros, etc., que tanto vimos en Santa Margarita.

 

Deseos ardientes del Sagrado Corazón

 

            «Otras veces, más manifiestamente, me ha mostrado ansias amorosas, mostrándome su Divino Corazón como consumido y exhausto con la sed ardetísima correspondiente a su amor, y con unas ansias que le oprimen de muerte por comunicarse mas y más a nuestros corazones»[97].

 

            Es ésta una de las ideas más frecuentes en el P. Cardaveraz y con mayor fuerza expresadas.

 

            «Una vez sé que en la Misa me mostró mi amor Jesús su adorable Corazón, todo abrasado en amor y como en una grande opresión por las vivísimas divinas ansias que padecía y padece por comunicarse a los hombres. Quisiera cerrar los ojos, porque en estas ocasiones todo el corazón es ojos, como el carro de Ezequiel (1,18, l0 12), para no ver el sentimiento intimo que penetra el de mi amor Jesús, viendo yo que no puedo dar entero cumplimiento a los deseos de su Divino Corazón, estampando a sagrado fuego un incendio general que abrase en su amor todos los corazones humanos»[98].

 

 

MARÍA DEL DIVINO CORAZÓN

 

Breve noticia

 

            María del Divino Corazón, Condesa Droste zu Vischering, fue el instrumento del cielo para que se llevase a cabo un hecho de notable trascendencia en la historia de esta devoción sagrada, cual fue la consagración del mundo, efectuada por León XIII al comenzar este siglo.

 

            Nació en el castillo de Darfeld, cerca de Munster en Westfalia (Alemania), de la noble familia de los condes Droste zu Vischering, y sobrina de dos ilustres confesores de la fe en las luchas del Kulturkampt: los obispos Droste Vischering y Ketteler; de donde se ve que le corría por las venas, juntamente con la Sangre, aquel amor a la Iglesia, varonil y luchador, que tanto en ella resplandecía.

 

            Recibida en la Congregación del Buen Pastor, fue enviada, a los pocos años de su vida religiosa, a gobernar la casa que la Congregación tenía en la ciudad portuguesa de Oporto.

 

            Cuando pasaron por Ávila era de noche, y durante los pocos minutos que el tren se detenía en la estación, se baja para tener el gusto de pisar tierra de Santa Teresa. Llego a Oporto el 16 de Mayo de 1894.

 

            Unos cuantos años después de su llegada a Portugal, comenzó a recibir del Corazón de Jesús la comisión de escribir a León XIII, para que le hiciese la Consagración del mundo. Aunque la carta impresionó al Papa no se hizo, sin embargo, cosa alguna. Nuevas apariciones del Corazón de Jesús para que su sierva escribiese otra vez al Vicario de Jesucristo, y nuevas y mayores dificultades en esta segunda carta, de las que ya hubo en la primera, hasta que Jesús le dijo terminantemente que la había de comenzar el día de la Inmaculada.

 

Magnífica carta al Papa

 

            «Después de la santa Comunión me dijo que hoy mismo empezase la carta para Roma, y que la sometiese a la dirección de mi Padre espiritual. Expuse a Nuestro Señor la dificultad que siento en escribir y en explicar todo; El respondió que no temiese que El mismo sería, más bien que yo, el que escribirla; que no tendría yo más que hacer, sino poner lo que El me inspirase, y que yo sentiría su ayuda, y así fue, porque escribí con la mayor facilidad y casi sin pensar».[99]

 

            Escribióla, pues, el día de la Inmaculada, pero su confesor no permitió que saliese hasta el día de Reyes, 6 de Enero de 1899. He aquí este importante documento.

 

            «Santísimo Padre: profundamente confundida vuelvo a los pies de V. S., para suplicarle humildemente me permita hablarle sobre el asunto de que hablé a V. S. en Junio pasado. Entonces, mal convalecida de una mortal dolencia, no pude más que dictar una carta, y aun ahora, enferma y postrada en cama, me veo forzada a escribir con lápiz».

 

            «En mi última confié a V. S. algunas gracias que el Señor, en su infinita misericordia, se ha dignado concederme sin atención a mi miseria, y con gran confusión debo confesar a V. S. que, después acá, no ha cesado de tratarme con la misma misericordia».

 

            «Por orden expresa de Jesucristo y con el consentimiento de mi confesor, vengo, con el más profundo respeto y sumisión más perfecta, a participar a V. S. otras nuevas comunicaciones que se ha dignado hacerme el Señor acerca del punto de mi primera carta».

 

            «Cuando el año pasado padecía V. S. una indisposición, que, atendida vuestra edad avanzada, llenó de solicito cuidado el corazón de vuestros hijos, dióme el Señor el dulcísimo consuelo de asegurarme que prolongaría los días de V. S., con el fin de que consagrase el mundo entero al Corazón de Jesús. Más tarde, a principios de Diciembre, díjome el Señor que había dilatado la vida de V. S. para otorgarnos esta gracia (de hacer la consagración) y que, después de cumplido este deseo de su Corazón, V. S. debía prepararse...; y continuó: en mi Corazón.., la consolación.., un refugio seguro para la muerte y para el juicio; y dejóme con la impresión de que, después de haber hecho la consagración, V. S. acabaría pronto su peregrinación sobre la tierra».

 

            «La víspera de la Inmaculada Concepción Nuestro Señor dióme a conocer que, en virtud de este nuevo impulso que recibiría el culto de su Divino Corazón,[100] hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: Quia hodie descendít lux magna super terram. Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se iba extendiendo hasta iluminar al mundo entero. Y me dijo, con el resplandor de esta luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados».

 

            «Reconocí los abrasados deseos que su Majestad tiene de que su Corazón adorable sea más y más conocido y glorificado, y de derramar la abundancia de sus dones y bendiciones por toda la haz de la tierra».

 

            «Él ha escogido a V.S. y dilatado sus días para darle esta gloría, desagraviar su Corazón ultrajado y atraer sobre vuestra alma las preciosas dádivas que manan de ese Corazón Divino, fuente de todas las gracias, asilo de paz y bienandanza».

 

            «A la verdad, me siento indigna de comunicar todo eso a V. S., mas el Señor, después de haberme penetrado más y más de mi miseria, y héchome renovar el sacrificio de mí misma, como víctima y esposa de su Corazón, aceptando todo linaje de padecimientos, humillaciones y menosprecios, me dio el riguroso mandato de escribir de nuevo a V. S. acerca de este asunto».

 

            «Pudiera parecer extraño que pida el Señor esta consagración del mundo entero, y que no se contente con la consagración de la Iglesia católica. Mas su deseo de reinar, de ser amado y glorificado, y de abrasar todos los corazones en su amor y en su misericordia, es tan ardiente, que El quiere que V. S. le ofrezca todos los corazones de aquellos que le pertenecen por el santo Bautismo,[101] a fin de facilitarles la vuelta a la verdadera Iglesia, y los corazones de todos aquellos que no han recibido todavía la vida espiritual por el santo Bautismo, mas por los que Él ha dado su vida y su sangre, y que son llamados igualmente a ser un día hijos de la santa Iglesia, a fin de acelerar por este medio su nacimiento espiritual».

 

            «En mi carta del mes de Junio expuse las gracias que Nuestro Señor quiere conceder en virtud de esta consagración y la manera como desea que se haga; mas vista

la nueva insistencia de Nuestro Señor, de nuevo vuelvo a suplicar, con la más filial sumisión y las más vivas instancias, a V. S. que conceda a Nuestro Señor el consuelo que Él pide, y que añada al culto de su Divino Corazón algún nuevo brillo, según Nuestro Señor se lo inspire. Nuestro Señor no me ha hablado directamente más que de la consagración, pero me ha mostrado, en diversas ocasiones con instancia, el ardiente deseo que tiene de que su Corazón sea más y más glorificado y amado para bien de las naciones. Me parece que le será agradable que la devoción de los primeros viernes de mes se aumente, mediante una exhortación de V. S. al clero y a los fieles también por la concesión de nuevas indulgencias. Nuestro Señor no me lo ha dicho expresamente, como cuando me habló de la consagración, mas yo creo adivinar este ardiente deseo de su Corazón, sin que pueda, sin embargo, afirmarlo».[102]

 

            «Hecha, con toda sinceridad y sencillez, mi exposición a V. S. sólo me resta pedirle, Santísimo Padre, con la más profunda humildad, perdón de mi atrevimiento y rogarle quiera aceptar benignamente el homenaje de mi más filial adhesión a la Santa Iglesia y a la augusta persona de V. S., a quien me someto con la más perfecta obediencia».

 

            «Dignaos, Santo Padre, bendecir, juntamente con sus hermanas y protegidas, a la que, besando respetuosamente el pie de V. S., tiene el honor de llamarse la más humilde y obediente hija de V. S., Sor María del Divino Corazón Droste zu Vischering. Superiora del Monasterio del Buen Pastor en Oporto».

 

            «Oporto Portugal 6 Enero 1899». [103]

 

 

 

Resultado de la carta

 

            El 15 de Enero llegaba esta carta a manos de León XIII, que quedó hondamente impresionado, y en seguida pidió al Cardenal Jacobini, Nuncio de Su Santidad en Lisboa, que obtuviese informes sobre Sor Vischering, «de la que se dice que es una santa y que tiene comunicaciones celestiales»[104].

 

            El 25 de Marzo, León XIII, a raíz de la difícil operación, cuyo éxito feliz e inesperado parece lo atribuía en la misma Encíclica al Corazón de Jesús[105] acordó consagrar el mundo al Corazón Sacrosanto. El 2 de Abril se firmaba el decreto de la S. Congregación de Ritos, declarando autorizadas, por León XIII, las Letanías del Sagrado Corazón para que se cantasen en el triduo solemne, preparativo del acto.

           

            De este decreto llegaron a Oporto dos ejemplares con una esquela que decía: «se enviaban por orden del Padre Santo a la R. M. María del Divino Corazón Droste Vischering, y que Su Santidad mandaba juntamente su bendición apostólica para la R. Madre».

 

            Poco después tuvo noticia Sor Vischering de las palabras de Su Santidad al Obispo de Lieja, Doutreloup: «Llegados a este punto -escribía este Prelado-, pareció como que el Papa se recogía un instante, y luego irguiéndose en su sillón me dijo con voz solemne y tono conmovido que iba a publicar una Encíclica, mandando la consagración de todo el mundo al Corazón de Jesús, así de las naciones católicas como de las no católicas; que los fieles se dispondrían a ese gran acto con un triduo y sermones los días. 9, 10 y 11 de Junio, y me recomendó que lo hiciese con gran solemnidad en mi Catedral de Lieja». «Sé, dijo León XIII con palabras de fuego, que este acto atraerá muy pronto sobre el mundo las misericordias que esperamos... Voy a hacer -terminó- el acto más importante de mi pontificado»[106].

 

            Más tarde, al recibir Su Santidad a los Obispos de la América hispánica, dijo que había determinado hacer en breve la consagración del mundo: «a instigación de un alma santa llena del espíritu de Dios» y que de este acto esperaba grandes y copiosas bendiciones para toda la Iglesia.

 

            Esta es en resumen la historia de la consagración del mundo al Corazón de Jesús; hecho de gran trascendencia, según se ha podido ver, y se verá más aún por las observaciones siguientes:

 

El Corazón de Jesús según León XIII

 

            Ante todo, es de notar la importancia extraordinaria que daba el Papa a este paso: «Voy a hacer el acto más importante de mi pontificado», expresión que dice mucho, si consideramos la fecundidad en cosas grandes del pontificado de León XIII. «Sé que este acto atraerá muy pronto sobre el mundo las misericordias que esperamos».

            Ni es extraño, pues el R. Pontífice tenía una idea muy grande de lo que representa la devoción al Corazón de Jesús en la tierra. Ya en la misma Encíclica «Annum sacrum» se transparenta esta estima. Va, en efecto, enumerando todas las calamidades individuales y sociales que en todos los órdenes aquejan al mundo, e inmediatamente añade:

 

            «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, yacía oprimida por el yugo de los Césares, un joven emperador vio en lo alto una cruz, que fue a la vez augurio y causa de la gloriosísima victoria que bien pronto se siguió. He aquí que se presenta ante nuestros ojos hoy otra bandera divinísima y llena de grandísimos presagios, a saber: el Corazón Sacratísimo de Jesús, coronado con la Cruz y brillando entre llamas con esplendentes fulgores. En Él se han de cifrar todas las esperanzas; a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salud de los hombres»[107]. De estas palabras se deduce que cuanto, según la tradición, hizo la aparición de la Cruz a Constantino, esto es: la derrota del paganismo y el triunfo social del cristianismo, eso ha de realizar en todos los órdenes, pues de todos los órdenes son las calamidades inmediatamente antes enumeradas, la devoción al Corazón de Jesús; es decir, que está llamada a realizar la renovación del mundo íntegra, mediante el reinado de Cristo: «en El hay que cifrar todas las esperanzas, a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salud de los hombres».

 

            Esta idea de León XIII aparecerá más clara, si se mira a la luz de aquellas otras que, en su carta al mismo Papa, había expresado Sor Vischering.

 

Porvenir del mundo

 

            La víspera de la Inmaculada Concepción, Nuestro Señor dióme a conocer que, en virtud de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su Divino Corazón, hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: «Quia hodie descendit lux magna super terram». Parecióme ver interiormente que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se iban extendiendo hasta iluminar al mundo entero, y me dijo: «Con el fulgor de esta luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados».

 

            Según eso, al mundo entero, a los pueblos y naciones espera un gran porvenir, mediante la devoción al Corazón de Jesús: con su luz iluminarse y con su ardor reencenderse.

 

            Estas mismas consoladoras esperanzas se exponían, con más claridad aún, en la carta primera a León XIII que se ha perdido; algo, sin embargo, sabemos de ella por el trozo que la santa religiosa escribió en sus apuntes:

 

            «Nuestro Señor insiste en lo mismo, pero quiere que decida mi Padre espiritual, que conocerá la verdad por padecimientos extraordinarios que me sobrevendrán.

 

            Consagración del mundo entero al Corazón de Jesús. Obispos y sacerdotes tornáranse más fervorosos, los justos más perfectos, los pecadores se convertirán, los herejes y cismáticos volverán a la Iglesia, y los niños aún no nacidos, pero destinados a formar parte de la Iglesia, esto es, los paganos, recibirán más pronto la gracia bautismal»[108].

 

Las promesas se cumplen

 

            Las promesas son espléndidas; pero como quiera que están hechas a la consagración del mundo y ésta se llevó a cabo, sin duda se han de cumplir; cuándo será es cosa profunda y larga de averiguar, pero, si el lector dirige una somera ojeada hacia lo que llevamos de siglo - que, sin embargo, es para la vida del mundo menos que unos meses para la vida del hombre - observará el decaimiento que ha tenido el protestantismo y el cisma desde la guerra europea, y las corrientes de aproximación hacia la Iglesia católica que han aparecido; el prestigio internacional en que ésta se va de día en día colocando; su renovación y robustecimiento interno más pujante cada vez; el brioso incremento misional en estos últimos años.

 

            Vamos a detenernos un poco en esta promesa de la conversión más rápida del gentilismo. Dejaremos la palabra a personas que tienen bien estudiado el movimiento misional por todo el mundo en estos años primeros de nuestro siglo.

 

            «La idea de las misiones – escribe - va prendiendo en todas las naciones donde hay grupos considerables de católicos. En el siglo XIX la principal nación en sostener las misiones fue Francia... Alemania, que antes tomaba muy poca parte en las misiones, posee hoy una organización de misiones grandiosa. Es notable el número crecidísimo de jóvenes que allí se están preparando para las misiones; y en las asociaciones tiene el puesto de honor en la Santa Infancia, a la cual contribuyó, en el año antes de la guerra europea, con 1.744,651 francos...»

 

            «Los católicos de Austria no mostraron gran entusiasmo por las misiones durante el siglo XIX, y menos todavía los de Hungría. En cambio desde hace cosa de veinte años su participación va siempre en aumento».

 

            «En Italia, hasta hace algunos años, el movimiento de misiones era nada más que mediano; hoy empieza a ser intenso... »

 

            «En la Gran Bretaña y en los Estados Unidos la idea de las misiones de infieles estaba, hasta hace algunos años, poco arraigada entre los católicos... Ahora se levanta vigoroso el espíritu de las misiones entre infieles, particularmente en los católicos de los Estados Unidos. Sólo los católicos de este país dieron el año 1913 para la Obra de la Propagación de la Fe, 2.196,053 francos».

 

            «El pueblo iberoamericano, eminentemente católico e idealista, el gran misionero de los siglos pasados, era el llamado a marchar el primero, en este gran movimiento de misiones, y lanzarse con toda su fuerza a la conquista del mundo infiel en circunstancias tan favorables como las presentes. Mas conociendo las revueltas políticas, tanto en la Península como en el continente americano, ya se deja entender que no había de tomar gran parte en ese movimiento... Pero también en esto España y la América latina se levantan. El movimiento de estos últimos años, sobre todo en España, es tan extraordinario, que con razón ha llamado la atención hasta de los extranjeros, que ponen grandes esperanzas en este enérgico despertar de los católicos españoles»[109].

 

            De lo dicho se desprende el gran empuje misional que se ha sentido en el mundo desde comienzos del siglo XX, que con razón es llamado el siglo de las misiones; y se desprende también con qué integridad se cumplen en este punto las promesas del Corazón de Jesús, y cuán fundadamente nos es lícito esperar que, del mismo modo; han de cumplirse las otras hasta que llegue la hora en que, con los rayos de aquella divina luz, los pueblos y las naciones queden iluminados y con sus ardores abrasados. Ahora bien, si un acto de la devoción al Corazón de Jesús, que al fin y al cabo esto es la consagración de León XIII, tiene trascendencia tal, y tales cosas ha de operar en el inundo, ¿cómo será el árbol íntegro del que nacen tales brotes?

 

 

BENIGNA CONSOLATA FERRERO

 

Breve noticia

 

            Este alma, verdadera filigrana de la gracia, parece que está llamada a hacer gran bien en el mundo. Sus escritos exhalan un perfume de singular atractivo. Son del mismo corte que los de Santa Gertrudis, pero dan un paso más hacia el conocimiento del Corazón de Jesús. «Te he dado dos misiones que cumplir - decíale un día el Señor-: la primera es hacer conocer las amabilidades de mi Corazón, las ternuras de mi Corazón. Esta es, en efecto, su misión principal a juzgar por sus escritos; y en verdad que no es fácil encontrar muchos en que se descubra tanto la amabilidad inmensa de Cristo Nuestro Señor. Además ayudan notablemente a conocer y practicar las virtudes con aquel tinte o matiz que les da la devoción al Corazón de Jesús, nota común de los escritos de todas las grandes almas que en esta devoción se han distinguido.

 

            Nació esta confidente del Divino Corazón en Turín, el 5 de Agosto de 1885. Muy joven todavía empezó a tener comunicaciones divinas extraordinarias. En 1906? a los 21 años, entró en el Monasterio de la Visitación de Pignerol, pero a los pocos días de experimento, asustadas las Superioras de aquellos caminos extraordinarios, la despidieron. En 1907 fue recibida en la Visitación de Como (al norte de Milán). El 28 de Noviembre de 1912 hizo su profesión solemne, y el 1º. de Septiembre (Primer Viernes) de 1916, a los 31 años de edad, expiraba con fama de santidad.

 

Tesoros, resurgimiento

 

            Aunque su vida toda entera es un testimonio elocuente del concepto en que tenía la devoción al Corazón de Jesús, vamos, sin embargo, a transcribir algunos pasajes de sus escritos:

 

            Has de saber para tu bien y para el de otras muchas almas - decíale un día el Señor - que si se quiere obtener una virtud sólida, es preciso esperarla del Corazón de Jesús. Quien quiera la salvación, no tiene sino venir a refugiarse en este Arca bendita: desde aquí se mira la tempestad sin sentir sus sacudidas, sin amenaza de peligro. ¡Oh, esposa!, enseña a todos el lugar de refugio que has escogido para perpetua morada; haz la caridad de instruir también a los demás, a fin de que vengan a encontrarme. Yo tengo tesoros de gracias para todos: el que viene se los lleva».[110]

 

            Repárese, además, en la idea de propaganda y apostolado que aparece también en el pasaje.

 

            «Estoy preparando la obra de mi Misericordia; quiero un nuevo resurgimiento en la sociedad, y quiero que éste sea realizado por el amor»[111].

 

            «Es necesario reavivar la devoción a este Corazón, para que el mundo se conmueva de nuevo. Mi Corazón ha de ser la salvación de todo el mundo, la salvación de cuantos lo busquen y lo conozcan»[112].

 

Deseos ardientes del Divino Corazón

 

            Yo no puedo resistir al ver tantas almas engañadas, y con ellas usaré de misericordia, instruyéndolas cada vez más y llamándolas más dulcemente a mi divino Corazón. Yo les revelaré los secretos inefables de mi divino Corazón y les enseñaré a vivir de mi amor, de aquel amor que vuelve suave el dolor más grande, y que hace gustar al alma una paz celestial, aun en medio de las más rudas pruebas»[113].

 

            «Mi esposa, yo llamo a todos a mi Corazón y ninguno responde. Mi Corazón no puede contener los tesoros de gracias que encierra; tengo necesidad de derramarlas sobre mis criaturas»[114].

 

            «Mi Corazón, ¡oh amada!, es tan poco conocido, que si los hombres tuviesen que elegir entre Mí y un pedazo de pan, preferirían el pan... Esto me causa pena, mucha pena. Ver a los hombres que gimen, sufren privaciones, languidecen; conocer que tengo todo lo que necesitan, ver que lo rehúsan, que lo desprecian, es una pena que me pasa el Corazón. Para no sentirla, sería menester no amar a los hombres como Yo los amo; sería menester no haber muerto por ellos como Yo he muerto... ¡Oh María! ¡Cuánto me preocupa el amor de los hombres! ¡Cuánto ansío su amor! Por esto, cuando Yo encuentro un corazón que me abre las puertas, me precipito dentro con todas mis gracias»[115].

 

            «Mi amada Benigna, Yo tengo hambre de hablarte... Mi Corazón está como oprimido por las gracias, y sobre todo por las gracias extraordinarias»[116].

 

 

 

A) SAN JUAN EVANGELISTA

 

¿Conoció esta devoción?

 

            Como es el único de los cuatro evangelistas que narra el pasaje de la Herida del Costado del Señor, que tanta importancia tiene para la devoción al Corazón de Jesús, y por otra parte lo refiere con tanto énfasis, fácilmente ocurre al lector la idea de si el Discípulo Amado, el que estuvo recostado en la noche de la Cena sobre el pecho de Jesús, llegaría a tener conocimiento de la devoción al Divino Corazón. Sobre esta idea, hoy ya bastante extendida, diremos aquí lo principal que hemos encontrado acá y allá, dejando al lector que la tome o la rechace según su juicio le dicte.

 

            La primera gran revelación del Corazón de Jesús hecha a Santa Gertrudis en el siglo XIII, revelación importante, según vimos más arriba, tuvo lugar un día de San Juan Evangelista por mediación de este santo apóstol, y en ella se afirma el hecho de que venimos hablando. En efecto, allí se dice que mientras el Evangelista estuvo recostado en la noche de la Cena sobre el pecho de Cristo Nuestro Señor sintió las pulsaciones de aquel Corazón Divino, dejando a su alma impregnada de dulzura y enardecida de amor. ¿Y cómo no dijisteis nada en vuestro Evangelio?, preguntó Santa Gertrudis. Porque «el contar la suavidad de estas pulsaciones estaba reservado a los tiempos modernos, a fin de que oyendo tales cosas, el mundo senescente y entorpecido en el amor de Dios se caldease de nuevo». Aquí aparece el Discípulo Amado como conocedor de los futuros grandes destinos de la devoción al Sagrado Corazón y como testigo experimental de su efecto.

 

            Después de Santa Gertrudis quien más veces y con mayor claridad ha hablado sobre este punto es el P. Bernardo de Hoyos. Veamos algunos pasajes.

 

            Era el 31 de Julio de 1734, fiesta de San Ignacio de Loyola. «Después de comulgar - escribe el P. Hoyos - vi entre resplandores de gloria a nuestro muy amado Hermano y primer condiscípulo del Corazón Sagrado, San Juan Evangelista, acompañado de San Francisco de Sales y de nuestro Padre San Ignacio. Estando yo asombrado de la santidad que entendí resplandecía en estos tres Santos, se me declaró cómo éstos eran los tres a cuya cuenta corrían las glorias del Corazón Sagrado de Jesús: del Santo Evangelista, por haber sido privilegiado en descansar sobre el Corazón santísimo, donde se le descubrieron sus excelencias, teniendo desde entonces este amante Apóstol particular devoción con aquel Corazón de su Maestro en que bebió las luces y las llamas de su amor; de nuestro santo

 

            Director[117] en su Orden y de nuestro Santo Padre en su Religión, por haber sido estos dos Santos los dos amantes divinos que más al vivo copiaron en sus corazones el ardor seráfico del Evangelista: San Francisco de Sales en lo dulce, que fue el distintivo de su amor, y San Ignacio en lo fuerte, que fue la divisa de su caridad ardiente»[118]. Parecidas ideas se le comunican en otras apariciones, v. g. que San Juan: «desde que se recostó sobre el Corazón de su Maestro quedó abrasado en su amor y en deseos de que los hombres le conociesen»[119]; «que él con San Francisco de Sales somos - le dijeron - agentes del Corazón de Jesús y protectores de vuestras ideas»[120].

 

Indicios en el Evangelio

 

            En el Evangelio hay algunos que vamos a presentar sin quererles dar más fuerza de la que el lector prudente vea que tienen. San Juan Evangelista estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y sintió los latidos de su Corazón divino en la noche de la Cena, o sea en la noche de los misterios eucarísticos, de los misterios de amor; en la noche de las efusiones tiernas, confiadas, intimas, cuales aparecen en el Sermón de la Cena; las circunstancias, pues, no podían ser más aptas ni tentadoras para descorrer el velo de los misterios dulcísimos de su Corazón amante, por lo menos a aquel discípulo íntimo. Como dijimos arriba, el único evangelista que refiere el episodio de la Herida del Costado es San Juan, y lo hace con tales datos y tales protestas de veracidad, que parece está tentando al lector a que se pare allí a reflexionar un poco. Cuatro son las veces en que el sagrado Evangelio hace mención de la llaga del pecho de Jesucristo. La primera es en la cruz; la segunda el día de la resurrección, cuando se mostró el Señor a todos los apóstoles reunidos; y la tercera y la cuarta en el episodio de la incredulidad de Santo Tomás. Pues bien; da la coincidencia que todas las cuatro veces sólo el evangelista San Juan es quien hace mención de esa dulcísima herida; y en la última con la circunstancia de que refiere el mismo acontecimiento San Lucas y calla lo de la llaga. «Les mostró – dice - las manos y los pies» (XXIV, 40); pero en cambio San Juan dice: «Les mostró las manos y el costado» (XX, 20). Parece que todo lo que tocaba a la Herida del Costado no se le olvidaba nunca a este santo Evangelista. Ya sabemos y hemos de ver adelante, que el Sacramento del Amor es el sacramento especial del Corazón de Jesús; y la virtud de la caridad la suya por excelencia; pues bien, ni de aquel sacramento ni de esta virtud ha hablado evangelista alguno tan largo ni tan hermoso como el Discípulo Amado. Este es asimismo quien con psicología más fina ha penetrado en el interior de Cristo y nos lo ha puesto al descubierto en más bellísimos cuadros. Recuérdese que los episodios de la samaritana, de la mujer sorprendida en adulterio, del ciego de nacimiento, del buen pastor, de la resurrección de Lázaro, de la aparición delicadísima a orillas del lago de Tiberíades, y sobre todo del Sermón de la Cena, que es una de las piezas más divinas de la Sagrada Escritura, todos son de San Juan Evangelista. Cierto que los otros Evangelios contienen también pasajes por el estilo, v. g., el hijo pródigo, la oveja perdida, etc., pero ninguno en tanto número como el de San Juan; y si contamos el largo discurso de la última noche, quizá el Discípulo Amado llegue a superar en número de lugares de esta clase a todos los evangelistas juntos. Por lo que en páginas precedentes hemos visto, y veremos todavía en páginas posteriores, parece que la devoción al Corazón de Jesús está llamada en el mundo a cosas grandes, sobre todo hacia los últimos tiempos; pues bien, parecería un poco extraño que habiéndose Dios mostrado tan pródigo con San Juan en comunicarle los sucesos importantes de la Iglesia, sobre todo, los que miran a las épocas postreras, no le hubiese revelado este acontecimiento magno de la devoción al Corazón de Jesús.

 

 Indicios en la tradición

 

            Orígenes, en el Comentario al Cantar de los Cantares trae un pasaje poco claro, pero que algo por lo menos dice respecto de esta materia. Después de citar las palabras del Evangelio, en que se afirma cómo San Juan descansó sobre el pecho de Jesús, añade: «Porque es cierto que en estas palabras se dice que Juan descansó en lo intimo (in principale) del Corazón de Jesús y en el sentido interno de su doctrina, buscando allí e investigando los tesoros de sabiduría y de ciencia que estaban escondidos en Cristo Jesús»[121]. Como observa con razón el Padre Bainvel a propósito de este pasaje, «el principate cordis para Orígenes no es el corazón material, sino el espiritual, el hombre interior y lo que se encuentra en este interior del hombre: sus secretos pensamientos, sus virtudes, sus sentimientos. Si se quiere saber con precisión lo que Orígenes tiene particularmente ante los ojos cuando habla del principale cordis Iesus, es decir, de Jesús íntimo o de lo íntimo de Jesús, sin duda ninguna que son los secretos de su Corazón, sus pensamientos y sus sentimientos íntimos, los misterios divinos de que él es depositario»[122]. Parece, en efecto, que ésta es la idea que se desprende al examinar el contexto. Por tanto, para este Doctor de la Iglesia, la Escritura cuando afirma que San Juan descansó sobre el pecho de Jesús, quiere indicarnos además del hecho histórico externo, este otro misterioso, a saber: que aquel santo Evangelista penetró «en los secretos del Corazón de Jesús, en sus pensamientos y en sus sentimientos íntimos, en los misterios divinos de que es depositario». Estas ideas se repiten en varios pasajes de este gran comentarista. San Jerónimo, en el prólogo a su Comentario sobre San Mateo, dice hablando de los evangelistas:

 

            «El último es Juan, apóstol y evangelista, a quien Jesús amó muchísimo, el cual estando recostado sobre el pecho del Señor bebió los purísimos raudales de su doctrina»[123]. Esta idea, a veces más aclarada, se va repitiendo después en la tradición. San Agustín, en el tratado XVIII sobre el Evangelio de San Juan, dice que el Evangelista en la noche de la Cena sobre el pecho del Señor «descansó en el convite, para significar con ello que bebía de lo íntimo de su Corazón los secretos más profundos»;[124] que estuvo - dice en otra parte- «recostado sobre el pecho del Señor, y del pecho del Señor bebía lo que había de ofreceros a vosotros»;[125] que «no sin causa descansaba sobre el pecho del Señor, sino para beber los secretos de su más alta sabiduría, y luego derramase evangelizando lo que había bebido, amando; tan secreta es su doctrina y profunda de entender, que trastorna a los de corazón perverso y ejercita a los de corazón recto»;[126] «que de aquel pecho, pues, bebía en secreto; pero lo que bebió en secreto lo derramó (eructavit) en público»;[127] que a Juan «no bastaba la misma mesa del Señor, sino que además se recostaba sobre su pecho y de lo profundo de él bebía secretos divinos»;[128] que éste «es el apóstol que estaba recostado sobre el pecho del Señor, y en aquel convite bebía los secretos celestiales. De aquel alimento y de aquella dichosa embriaguez salió (eructavit) el: In principio erat Verbum. Humildad excelsa y embriaguez sobria. Pues aquel gran derramador (eructator), es decir, predicador, entre las otras cosas que bebió del pecho del Señor, también dijo esto:

            Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (J. 1, IV, 10)[129]. En el Prefacio de la Misa de San Juan Evangelista, contenida en el Sacramentario gregoriano, y que se llama ordinariamente Prefacio Gelasiano por atribuirse al Papa Gelasio, que vivió a fines del siglo V, se dice: «Igualmente en el sacrosanto convite de la Cena mística se había recostado sobre la misma fuente de la vida eterna, esto es, el pecho de Jesucristo Salvador: Y bebiendo los torrentes de celestial doctrina que de él manan perennemente, fue henchido de tan profundas y ocultas revelaciones, que traspasando todas las criaturas contempló con mente excelsa y proclamó con voz evangélica que: In principio erat Verbum et Verbam erat  apud Deum et Deus erat Verbum»[130].

 

            Dada la influencia de estos Padres, no es extraño que esta idea se vaya repitiendo después en la tradición. Examinando, pues, a la luz de ella este punto, se observa que los Padres en primer lugar afirman que la doctrina de San Juan excede en profundidad y misterio a la de los otros escritores evangélicos; en segundo lugar, que la razón de este hecho está en haberla bebido del pecho o del Corazón de Jesús; en tercer lugar, dan importancia singular en este sentido al episodio de la noche de la Cena, y afirman que mientras el Evangelista estuvo recostado sobre el pecho o Corazón divino, bebió en él los torrentes copiosos de su doctrina sublime, sin duda mediante alguna profunda y misteriosa revelación.

 

Otros indicios

 

            También son significativas varias coincidencias históricas. La gran revelación a Santa Gertrudis tuvo lugar, como vimos al principio, el día de San Juan Evangelista, después de haber estado recostado como él sobre el pecho de Jesús, y a la hora de Maitines, que sería poco más o menos a la misma en que recibió igual favor el Discípulo Amado. La primera de las grandes manifestaciones a Santa Margarita acaeció en idénticas circunstancias: fiesta de San Juan, hora de Maitines, descansó sobre el divino costado. Asimismo todos los grandes amigos del Corazón de Jesús han tenido una tierna devoción a San Juan Evangelista. En Santa Gertrudis y en el Padre Hoyos ya lo hemos visto; de Santa Margarita dice el Padre Alfredo Yenveux: «Ningún santo fue tan querido de la Sierva de Dios como San Juan Evangelista». En estos fundamentos, pues, se apoya la idea bastante extendida de que San Juan Evangelista fue el primer discípulo del Corazón de Jesús. En esta hipótesis se explicaría muy bien el porqué de su insistencia y cuidado en el episodio de la Herida del Costado, pasaje de tan dulces consecuencias para la devoción al Corazón de Jesús, y el porqué de otras diversas ideas que se hallan en su Evangelio: esta hipótesis aportaría además consecuencias muy bellas y provechosas para la devoción al Corazón de Jesús, ya que en el Discípulo Amado se podría ver un modelo autorizado de los sentimientos y virtudes especiales en que deben

señalarse todos los devotos del Sagrado Corazón; de las gracias y efectos particulares que esta devoción trae consigo; y del tinte propio o matiz espiritual que tal camino interior imprime en los corazones.

 

B) LA HERIDA DEL COSTADO

 

La Iglesia y el Costado

 

            Después de referir el Discípulo Amado en el capítulo XIX de su Evangelio, que a Jesús no le quebrantaron las piernas como a los dos ladrones, añade: Pero uno de los soldados abrió su costado con una lanza, y en seguida salió sangre y agua. Y quien lo vio lo testificó, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis (XIX, 34, 35).

 

            De la particularidad con que el Santo Evangelista describe las circunstancias, y de la insistencia con que llama la atención del lector acerca de la verdad del episodio, nace fácilmente la sospecha de que en esta narración se esconda algún arcano más hondo de lo que la letra expresa. En efecto, que en la sangre y en el agua que brotaron de la herida del costado hay gran misterio, es idea repetida por los SS. Padres y Doctores de la Iglesia. El misterio es éste: dicen que así como del costado de Adán dormido en el Paraíso fue formada Eva, su esposa, así del costado de Cristo muerto en la cruz fue formada la Iglesia, esposa suya; y por eso, para declarar el Señor este misterio hizo brotase de la herida agua y sangre, agua con que se representa el Bautismo, y sangre con que se representa la Eucaristía en especial y los otros sacramentos en general. Ahora bien, el Bautismo es el sacramento en que nace, por decirlo así, la Iglesia, ya que todos y cada uno de los miembros que la integran por él vienen a la vida de la gracia y quedan hechos miembros de esta Sociedad de Cristo; y la Eucaristía, sobre todo, es el sacramento con que se alimenta, crece y llega a su perfección el pueblo fiel; por consiguiente, decir que del costado de Cristo salió agua y sangre, es lo mismo que si afirmara, que de aquella herida divina ha nacido y recibe su desarrollo la Iglesia.

 

            Así lo dice expresamente San Agustín. Después de referir cómo el Evangelista afirma que un soldado abrió el pecho con la lanza, añade: «Ut illic quodammodo vitae ostium panderetur, ande sacramenta Ecclesiae manaverunt, sine quibus ad vitam, quae vera vila est, non intratur». «Para que allí quedase en cierta manera abierta la puerta de la vida, en donde brotaron los sacramentos, sin los cuales no se entra en la vida, que es la vida verdadera... » «Hoc praenuntiabat quod Noe in latere arcae ostium facere jussus est, quo intrarent animalia, quae non erant diluvio peritura, quibus praefigurabatur Ecclesia». «Esto anunciaba de antemano el mandarse a Noé que hiciese en el costado del Arca la puerta por donde entrasen los animales, que no habían de perecer en el diluvio, en los cuales se prefiguraba la Iglesia». «Propter hoc prima mulier facta est de latere viti dormientis el appellata est vita materque vivorum...» «Por esto la primera mujer fue formada del costado del hombre dormido, y fue llamada vida y madre de los vivos». «Magnum quippe significavit bonum, ante magnum praevaricationis malum. Profetizando así el gran bien antes del gran mal de la prevaricación». «Hic secundus Adam, inclinato capite, in cruce dormivit, ut inde formaretur ei conjux quod de latere dormientis effluxit». «Este segundo Adán, inclinada la cabeza, durmióse en la cruz, para que le fuese formada una esposa de lo que brotó del costado del dormido»[131].

 

            «No sin causa ni por acaso - dice San Crisóstomo - manaron estas dos fuentes, sino porque de entrambas está formada la Iglesia. Los iniciados saben que con el agua son regenerados y con la carne y la sangre alimentados. Aquí tienen su origen los sacramentos; de manera que cuando te acerques al venerando cáliz, llégate como si hubieses de beber de este costado»[132].

            Así hablan Teofilacto, el V. Beda, Ruperto, San Buenaventura, Santo Tomás, etc. Ni es extraño que así hablen los SS. Padres, ya que este mismo pensamiento expresa San Pablo en la Epístola a los Efesios, como después veremos.

 

La Iglesia y el Corazón de Jesús

 

            Como el lector habrá visto, los SS. Padres (y San Pablo) dicen que la Iglesia salió del costado abierto de Jesucristo o de la herida del costado, pero la lanza hirió no solamente el costado, sino otras partes interiores del cuerpo del Redentor, entre ellas el Corazón; la herida, pues, del costado fue a la vez herida de los músculos intercostales, herida de la pleura y herida del Corazón. ¿Podríamos averiguar si de alguno de esos miembros en particular nació la Iglesia, o nos habremos de contentar con saber que salió de la Haga del costado en general? Los testimonios de los SS. Padres que acabamos de indicar hablan en ese último sentido algo vago, sin descender a concretar nada más la significación de la frase. Pero de la manera que otros puntos de la doctrina católica han ido aclarándose y determinándose con el decurso del tiempo, como se esclarecen y limitan los objetos a medida que avanza la aurora o el sol en el horizonte, se pregunta si acaso también en éste han aportado algún aumento de luz las edades posteriores. No tratamos de aparición de algo nuevo, sino de aclaración y concreción de lo que se hallaba en forma un poco vaga u oscura. En este sentido, pues, creemos que hoy es permitido dar la respuesta afirmativa, y que podemos pía y sólidamente pensar que la Iglesia salió, no sólo de la haga del costado, sino más concretamente, de la herida del Corazón de Jesús. Vamos a presentar algunos argumentos en pro de esta afirmación.

 

            Ante todo recordemos las ideas de los Padres. Del costado abierto de Cristo brotaron sangre y agua, pero éstas representaban los sacramentos, luego de la herida del costado brotaron los sacramentos; mas como de los sacramentos recibe la vida y el ser la Iglesia, se concluye que la Iglesia nació de la herida del costado.

 

            El R. Pontífice Pío IX, en el Breve de Beatificación de Santa Margarita, dice:

 

            «¿Habrá alguno que no se sienta incitado a honrar con toda clase de obsequios a aquel sacratísimo Corazón de cuya herida manó sangre y agua, es decir, la fuente de nuestra vida y salud?»[133].

 

            Según el R. Pontífice el agua y la sangre de la herida son la fuente de nuestra vida y salud; es decir, que así Como de la fuente brotan las aguas, así de aquella sangre y de aquel agua brotó, tuvo su origen nuestra vida, la de todos nosotros, la de la Iglesia; o séase que la Iglesia nació de la sangre y del agua del costado; pero como éstas salieron de la llaga del Corazón, según afirma el Pontífice, síguese que la Iglesia nació del Corazón de Jesús.

 

Pruebas litúrgicas

 

            Suele decirse que en la Iglesia católica lex orandi lex credendi, la manera de orar expresa la manera de creer, o sea, que las oraciones oficiales del catolicismo, su liturgia, reflejan juntamente sus creencias; por eso los teólogos en sus investigaciones una de las fuentes a que acuden es a los documentos litúrgicos. También nosotros en este punto vamos a acudir a ellos.

 

            En 1929, con motivo de haber sido elevada a más alto rito la fiesta del Sagrado Corazón, imponía el R. Pontífice a la Iglesia universal un nuevo Oficio litúrgico, bello y magnífico por cierto. Ahora bien, en él se afirma con la mayor claridad que la Iglesia nació del Corazón sacrosanto.

 

            Así en el himno de las primeras Vísperas leemos:

 

            «Del Corazón rasgado, la Iglesia, esposa de Cristo, nace. Ex Corde scisso Ecclesia - Christo fugata nascitur». En el himno de Maitines añade: «Por eso le hirió la lanza, -por eso recibió herida, -para lavar nuestras manchas - con corriente de agua y sangre. Percussum ad hoc est lancea - Passumque ad hoc est vulnera, - Ut nos lavaret sordibus - Unda fluente et sanguine». Viene hablando del Corazón de Jesús; y al decir que de él salió sangre y agua, y que esa sangre y esa agua, nos lavan de nuestras manchas, da a entender que de él salieron los sacramentos, que son los que propiamente nos limpian de los pecados; y por tanto que de él nació la Iglesia.

 

            Esta misma idea se repite en la lección primera del tercer Nocturno: «Con el agua y con la sangre manó el precio de nuestra salud, el cual brotando de la fuente, a saber, de lo íntimo del Corazón, dio a los sacramentos de la Iglesia virtud para conferir la gracia».

 

            Y añade el texto que todo esto sucedió «para que del costado del Cristo dormido en la cruz fuese formada la Iglesia». De donde parece que, en la mente del escritor, decir que la Iglesia salió del costado es lo mismo que afirmar que salió del Corazón de Jesús.

 

Concilios provinciales, etc.

 

            Estas ideas, que el Pontífice Pío IX proclamó y que Pío XI ha insertado en la liturgia de la Iglesia universal, flotaban hacia ya tiempo en el ambiente católico, y así aparecen con frecuencia acá y allá, unas veces en Concilios provinciales, otras en Oficios del Corazón de Jesús aprobados por la autoridad eclesiástica para determinados lugares, otras en escritores diversos.

 

            En el año 1849 el Concilio provincial de Aviñón, en el acta en que resolvía consagrarse al Corazón de Jesús se decía: «De aquel Corazón atravesado por la lanza en la cruz nació la Iglesia, brotaron los sacramentos, salimos todos cuantos hemos renacido por el Bautismo del agua y de la sangre que de allí manaron, y hemos sido constituidos en miembros del cuerpo y de la carne de Cristo»[134]. «Oh Corazón amantísimo de Jesús, - exclamaba un año después el Concilio de Bourges... - Corazón dulce, Corazón amable, del cual nació y fue formada la santa Iglesia que nos ha engendrado...»[135]. «De aquel Divino Corazón atravesado por la lanza en la cruz- añadía el Concilio de Auch - nació la Iglesia, manaron los sacramentos...»[136]. Y el Concilio de Quebec en 1883 repetía la misma idea, copiando las palabras de San Buenaventura, que hemos visto más arriba en la Misa del Sagrado Corazón.

 

            Lo propio que en los Concilios provinciales se puede observar en los Oficios litúrgicos locales. Hay un Oficio Parvo del Corazón de Jesús que tiene importancia por su antigüedad, y que nos complacemos en citar, por ser un monumento de la devoción al Corazón Divino en España. Se imprimió en 1550, y fue compuesto por el español y valenciano Juan Bautista Anyés, sacerdote insigne en doctrina y santidad, amigo íntimo de Santa Teresa y de San Francisco de Borja, que murió en 1553. En ese Oficio, pues, el himno de Nona dice: «Alégrense nuestro primer padre y nuestra primera madre. Muriendo en la cruz el dueño de la vida saldó las deudas de la muerte; se levanta la segunda Eva, abierto con el hierro el Corazón; de él manan las corrientes y el precio de nuestra salud»[137]. Las mismas ideas van apareciendo después en otros varios Oficios.

 

            Por último vamos a dar por terminado este punto con este breve argumento. Es interpretación comúnmente admitida entre los comentaristas modernos de la Sagrada Escritura que la sangre y el agua salieron del Corazón de Jesús; así lo afirman v. g. Lucas, a Lapide, Barradas, Tirini, Menoquio, Knabenbauer, Fillion, y algunos más a los cuales ya hablan precedido otros, entre ellos Santo Tomás. Ahora bien, sabemos por el testimonio de los SS. Padres que de la sangre y del agua que hizo saltar la lanzada, en cuanto que representaban los sacramentos, nació o fue formada la Iglesia; pero, según los comentaristas, la sangre y el agua no solamente brotaron de la haga del costado en general, sino concreta y determinadamente de la herida del Corazón, luego del Corazón de Jesús salió la Iglesia católica.

 

Rejuvenecimiento

 

            Decíamos que el origen de la Iglesia del Corazón de Jesús es una idea muy fecunda, y que declara no poco la excelencia de esta devoción; porque si la Iglesia nació del Sagrado Corazón, como quiera que, según expresión de León XIII a propósito semejante, las cosas se conservan y perfeccionan por aquellas mismas causas de que recibieron el ser, ¿qué será volver el Señor la Iglesia a su Corazón Divino, sino tornarla a la fuente donde recibió la vida, para que salga de ella con aquella plenitud de vigor y lozanía juvenil con que al principio brotó? ¿Qué será sino volverla a la fragua, en donde fue modelada, para sacarla de allí tan renovada y flamante en el fervor, como apareció en el mundo, cuando salió por primera vez a la luz? ¡Cuán bien concuerda este pasaje de San Juan Evangelista con aquellas palabras que él mismo dijo a Santa Gertrudis en la gran revelación del siglo XIV: que esta admirable devoción estaba reservada para los tiempos modernos, a fin de que el mundo senescente volviese a caldearse de nuevo!

 

El cuerpo místico

 

            Pero hay aquí otro misterio que merece considerarse. Los que conocen un poco las Epístolas de San Pablo saben que uno de los principios de que más consecuencias y aplicaciones deduce, uno de los focos de luz potente que más de continuo está irradiando en sus ideas y en su vida, es aquella fecunda y consoladora verdad de la incorporación de los fieles en Jesucristo. En efecto, es una aserción católica, cien veces repetida en la Escritura Sagrada, que Cristo Nuestro Señor es, usando la alegoría de San Pablo, como una oliva divina, en la cual por el Bautismo quedan injertos los hombres, para no formar sino un misterioso árbol, cuyo tronco es el Dios-Hombre, y las ramas son los fieles. Viene a ser lo mismo que dijo Cristo en el sermón de la Cena: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto (15,5). Como el sarmiento no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid, así tampoco vosotros, si no estuviereis en mí (15,4). El que en mí no estuviere será echado fuera, como el sarmiento, y se secará, lo recogerán, lo arrojarán en el fuego y arderá (15,6)

 

            Y no se crea que éstas sean sólo metáforas: son hermosas realidades; es cosa cierta que de un modo misterioso, pero verdadero, los fieles por la gracia santificante quedan injertos en Jesucristo y constituidos miembros suyos; y es ello tan verdadero, que una serie de ideas muy capitales de la doctrina católica las deduce el Apóstol de este principio por extremo luminoso.

 

            En efecto: a) Si los cristianos son miembros de Jesucristo, los miembros, como es sabido, participan de la naturaleza del cuerpo, y así si el cuerpo es de un hombre, los miembros son miembros de hombre o humanos, pero como Cristo es Dios, sus miembros habrán de ser miembros de Dios o divinos; luego los hombres al ser injertos en Cristo han de quedar con ello divinizados, elevados a categoría divina, partícipes de la naturaleza de Dios; y así es como sucede en efecto, pues mediante la infusión de la gracia santificante, que es la que incorpora los hombres a Jesucristo, quedan éstos, como dice la Escritura y la teología católica: divinae consortes naturae,[138] partícipes de la naturaleza divina, que es una de las verdades más bellas del cristianismo.

 

            b) Si el árbol es divino y las ramas son divinas, los frutos que de ellas broten divinos serán también; las obras, pues, del cristiano que esté incorporado en Cristo y que no sean obras malas son en cierto modo divinas; pero a obras divinas corresponde premio divino, gloria divina, gloria propia de Dios, y como la gloria con que es Dios bienaventurado consiste en verse y amarse a sí mismo: en la visión beatífica, en esa misma gloria consistirá la felicidad de los miembros de Jesucristo, como así es en verdad, según lo enseña la fe.

           

            c) Los miembros del cuerpo están vivificados por el alma, por el espíritu que informa y anima al cuerpo. Ahora bien, el espíritu que mueve y gobierna el cuerpo de Jesucristo es el Espíritu Santo, que en Cristo-Dios esencialmente mora; luego también el Espíritu Santo habitará en cada uno de los fieles, como lo enseña la teología, según aquello de la Sagrada Escritura:

 

            ¿No sabéis que vuestros miembros son templos del Espíritu Santo?[139]

 

            d) Pero no solamente el Espíritu Santo, sino el Padre y el Verbo habitan también en Cristo: el Verbo por identidad de persona, y el Padre por identidad de esencia; luego también ambos a dos morarán en los miembros de Jesucristo, como los católicos creemos.

 

 

            e) La Virgen es madre de Jesucristo, pero si es madre de Cristo, había de serlo también de todos sus miembros, porque las madres son madres del hijo entero; por consiguiente: la Virgen es madre nuestra.

 

            Así podríamos continuar discurriendo, pero lo dicho es bastante; sólo una consideración más no queremos omitir de pasada, porque ilustra en gran manera la doctrina del pecado. Únicamente están injertos en Cristo por la manera indicada los fieles que se encontraren en gracia; luego el que pierde la gracia por el pecado mortal, pierde la inserción en Jesucristo; y como de ella fluían las grandezas indicadas, queda en un solo momento desnudo, despojado de todas y condenado a secarse, como el sarmiento separado de la vid.

 

Un don del Corazón Divino

 

            Lo es el ser miembros de Cristo. No queremos decir con esto que los cristianos en gracia sean miembros del Corazón de Jesús, o sea, partes de ese órgano particular de su cuerpo; no, decimos ser miembros de Jesucristo en el sentido en que hablan las Sagradas Escrituras; lo único que pretendemos significar es, que esa gracia, esa grandeza admirable de pertenecer al cuerpo de Jesucristo, es beneficio que debemos al Divino Corazón.

 

            Por de pronto esta idea se deduce claramente de lo que llevamos dicho. Vimos, en efecto, que el Bautismo y los demás sacramentos brotaron del Corazón de Jesús, pero los sacramentos son los que nos injertan en Jesucristo al conferirnos la gracia santificante, luego al Corazón Divino debemos en último término nuestra incorporación a Cristo o el ser miembros de su cuerpo.

 

            Pero hay además un pasaje de San Pablo muy profundo, del cual se deduce este mismo pensamiento. En el capítulo 5 de su carta a los de Efeso, hablando de Cristo dice: «Quia membra sumus corporis eius, de carne eius et de ossibus eius». Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (v. 30).

 

            Mas ¿por qué razón, según el Apóstol de las gentes, somos cuerpo, carne y huesos de Jesucristo? Aquí aduce como argumento el pasaje del Génesis (II, 23, 24), en que se refiere cómo Eva fue formada del costado de Adán, y por eso la llamó carne de su carne y hueso de sus huesos. Y a continuación de esto añade San Pablo: «Este misterio es grande, pero yo digo en orden a Cristo y a la Iglesia» (y. 32). Según el Apóstol, pues, la Iglesia es cuerpo de Cristo, porque fue formada de su costado, como Eva fue llamada cuerpo y carne de Adán, porque de su costado fue hecha; además este misterio del Paraíso fue figura del de la cruz.

 

            Pero ya demostramos largamente que la palabra costado, un poco general, que aparece en los primeros tiempos, se ha ido concretando más en el curso de los siglos, y hoy podemos afirmar que la Iglesia tuvo su origen precisamente en el Corazón Divino. Por consiguiente, es fácil determinar más aún el pensamiento de San Pablo y decir que la Iglesia es cuerpo y carne de Cristo, porque salió de su Corazón; por tanto, si los fieles cristianos somos de carne ejus et de ossibus ejus: de su carne y de sus huesos, en expresión del Apóstol, al Corazón de Jesús tenemos que agradecerlo, según aclararemos algo más unas páginas después.

 

            Si, pues, de nuestra incorporación a Cristo se deriva, según observamos antes, la divinización de nuestro ser, el precio subido de nuestras obras, nuestros destinos sublimes, nuestro todo, y esa inserción en Jesucristo es gracia que nos viene del Corazón de Jesús, síguese que de él han promanado y promanan todos y cada uno de los bienes y grandezas de los hombres.

 

            De aquí se deduce, entre otras, dos consecuencias principales: primera, que la Iglesia, todos los fieles cristianos deben tener una tierna devoción, siquiera por gratitud, a aquel Corazón Divino, de donde han recibido y reciben cuanto son y cuanto esperan; segunda, que acercarse al Corazón de Jesús es allegarse al nacimiento, al manantial, al venero caudaloso de donde han surgido y surgen los arroyos y las fuentes de las gracias celestiales en la Iglesia; y así se explica perfectamente todo aquel modo de hablar de profusión y abundancia, al tratar de esta devoción divina, que vimos en los amigos del Divino Corazón.

 

            En efecto, no participa de las aguas en la misma cantidad quien tiene que recibirlas del grifo limitado de una fuente que el que va al manantial mismo. ¡Qué diferencia además entre uno y otro en punto a celeridad!

 

A las entrañas del cristianismo

 

            Pero aún hay aquí otras armonías consoladoras. ¿Qué significa, en efecto, todo este simbolismo de que la Iglesia nació del Corazón de Jesús? Como el corazón significa el amor, presentar Dios a la Iglesia como naciendo del Divino Corazón, es decir de modo gráfico y bello que el cristianismo ha brotado del amor de Jesucristo, es la obra del amor, la caridad de Cristo es, por decirlo así, su madre.

 

            De aquí se sigue, en primer lugar, que las relaciones entre Cristo y el mundo católico son relaciones de amor, puesto que en el amor la Iglesia tiene su razón de ser.

 

            Por consiguiente la devoción al Corazón de Jesús, cuyo objeto es Cristo amante, cuyo fin es el amar, cuyo efecto primordial es encender el amor dentro del pecho, y cuya principal práctica, como veremos después, consiste en el amor puro, desinteresado y práctico al Redentor, es una devoción, una ascética, que por una parte apunta de manera muy directa a las entrañas mismas de la obra de Dios Nuestro Señor en la tierra y a la raíz más recóndita de los proyectos divinos sobre los hombres, y por otra, viene hoy día - apoyada en gran número de gracias - a dar al mundo cristiano un impulso vigoroso hacia el ideal de las relaciones que deben existir entre Jesús y su Iglesia. Dios «quiere dar - dice Santa Margarita - (a los cristianos) con esta devoción, un nuevo medio de amar a Dios por este Sagrado Corazón tanto como Él desea y merece ser amado»[140].

 

            Parece, pues, que desea Nuestro Señor por la devoción al Corazón de Jesús ampliar más el radio de la virtud en el mundo, de forma que el grado de perfección, que traspase los límites de lo vulgar, sea común a un número de personas mucho más grande que antes. «Jesucristo me ha dado a conocer de una manera que no ha lugar a duda - dice Santa Margarita - que... El quería establecer por doquiera esta sólida devoción, y por medio de ella granjearse una muchedumbre infinita de siervos fieles, de perfectos amigos y de hijos enteramente agradecidos»[141]. De manera que la devoción al Corazón Divino está llamada a hacer surgir en el mundo una grande multitud, no de cristianos pasables, de religiosos buenos pero nada más, sino de siervos leales, de amigos íntimos y finos y de hijos verdaderos de Cristo Nuestro Señor. Por eso esta devoción, que en los siglos precedentes era propia solamente de algunas almas muy elevadas y finas: de una Santa Gertrudis, madre y maestra de los místicos de la edad media, de una Santa Matilde, de una Santa María Magdalena de Pazzis, etc., quiere Nuestro Señor que sea hoy propiedad de todo el mundo y entre en el pueblo cristiano a banderas desplegadas, para mostrar a las claras que desea hacer más frecuentes las delicadas labores de la perfección elevada y superior.

 

La idea de progreso

 

            Lo que acabamos de afirmar parece por otra parte muy conforme a la razón. Efectivamente, vemos que en el mundo, por lo general, las cosas se desarrollan gradualmente; así una planta empieza por el germen, sigue el tallo y de este modo continúa progresando hasta hacerse árbol perfecto. Lo propio que en la naturaleza se observa en las ciencias, en las artes, en la industria, en el comercio y en general en las obras de los hombres. ¡Qué diferencia, v. g. entre el viajar de hoy y el de los tiempos pasados! La misma ley rige en la Iglesia católica, por lo menos en gran parte, como lo había dicho Nuestro Señor Jesucristo, al compararla con el grano de mostaza, la espiga de trigo, etc. Así vemos que no sólo en el número de miembros, sino en la claridad y precisión de sus doctrinas, en la perfección de su legislación, en su gobierno, en su liturgia, etc., se perfecciona por grados. Ahora bien, sería una anomalía extraña que en todo generalmente se viese esa ley del progreso, excepto en la manera de santificarse los hombres; anomalía tanto más rara, cuanto que así el mundo en general, como la Iglesia en particular no tienen más fin en el plan divino que la salvación y santificación de los hombres; de donde resultaría el hecho desconcertante de adelantar cada día en lo secundario, y en lo principal hallarnos eternamente estancados. Esto supuesto, pensamos que quien haya leído con atención lo que llevamos escrito, no podrá menos de sentirse impulsado, de modo irresistible, a pensar que la devoción al Corazón de Jesús lleva consigo un gran paso en la evolución y desarrollo de la manera de levantarse las almas a las cumbres de la perfección cristiana. Y como quiera que el Señor ha puesto, según parece, un cierto paralelismo entre lo externo y lo interno, para que por lo uno venga más fácilmente en conocimiento de lo otro, según idea de Santo Tomás de Aquino, puede observar el lector, cómo la devoción al Corazón de Jesús tiene los mismos caracteres que los progresos modernos en general, v. g.: medios de viajar, industrias, etc., etc.; es a saber: rapidez, suavidad, eficacia, economía.

 

            No sé - dice Santa Margarita - que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a propósito para levantar un alma en poco tiempo a la perfección más alta y para hacerle gustar las verdaderas dulzuras que se hallan en el servicio de Jesucristo (como la devoción al Corazón de Jesús). Bien claras aparecen las dos notas: rapidez: -«rápidamente a gran perfección»,- y suavidad: - «y para hacerle gustar las dulzuras», etc.

 

 

 

Un fenómeno de muchas esperanzas

 

            Aquí en parte se halla también la razón de otro fenómeno, y es que en las grandes ciudades, en donde el mundo moderno está más adelantado, entienden mejor las almas la devoción al Sagrado Corazón en todo su alcance, la abrazan más prontamente, la practican más de lleno y la conservan con mayor tenacidad, a pesar de que en semejantes centros se respira un ambiente más mundano. Esto es de mucho consuelo, porque parece indicar que cuanto el mundo más avance, más preparará a los hombres para el Corazón Divino; que aunque el mundo es enemigo de Cristo, hiere con espada de dos filos: con el uno hiere a Él, porque pierde a muchas almas; mas con el otro hiere a sí, porque prepara a no pocas para el reinado completo del Corazón de Jesús. Por eso esta devoción irá de bien en mejor con el correr de los siglos, porque hallará cada vez el terreno más dispuesto; y por eso en parte también ha ido penetrando e insinuándose en el mundo lentamente, mas con paso progresivo, como puede ver cualquiera que estudie un poco su evolución en la historia. Y es que según el mundo iba creciendo el Divino Corazón se iba descubriendo más, porque lo encontraba más dispuesto a recibir sus ideas. Causa de ello puede ser el que esta devoción divina lleva a las almas por amor y tal sistema es muy bueno para personas mayores, y cuanto el hombre es más hombre, más fino, más de verdad culto y perfecto, tanto es más acomodado para llevarle por la vía de la bondad; en cambio, si con los niños y gente poco civilizada no se mezcla juntamente el sistema del temor, se va a un fracaso seguro, como vemos por desgracia cada día. Por eso esta devoción no podía descubrirse por completo a un mundo niño, sino poco a poco al paso que iba haciéndose mayor; y cuanto más continúe desarrollándose, más dispuesto se hallará para la devoción al Corazón de Jesús. De esta manera, así como nosotros estamos más preparados que nuestros antepasados, y por eso reina más entre nosotros el Divino Corazón, del mismo modo las gentes que han de venir lo estarán más que las de hoy, y por tanto ese reinado será entonces más dilatado y profundo de lo que es en nuestros tiempos.

 

 

Capítulo III

 

EL REINO DEL CORAZÓN DE JESÚS

 

SUMARIO - I El reino según los amigos del Sagrado Corazón. - Documentos generales. - Concretando más. - Testimonio del P. Hoyos. - María del Divino Corazón. II - El reino y la Encíclica Miserentissimus. - Importancia de esta devoción. - Reino del Corazón de Jesús. - Reino universal. - La Misa de Cristo Rey. - III.- Reino universal de Cristo en la S. Escritura. - S. Pablo. - Los Patriarcas. - Salmo 71. - Isaías. - Daniel. - IV.- Conclusión. - La Iglesia y la importancia de esta devoción. - Concilios provinciales. - PP, del Concilio Vaticano.

 

 

EL REINO SEGÚN LOS AMIGOS DEL SAGRADO CORAZÓN

 

            Es éste un punto de los que hacen entrever amplísimos horizontes en esta devoción, y así vamos a tratarlo con alguna detención. ¿Cuál es el reino del Corazón de Jesús? Para las personas que colocan este culto en el plano vulgar y ordinario de una devoción de tantas, como quiera que al presente se halle difundido por la Iglesia tanto o más que las otras devociones, claro es que ya estamos en el reino. Pero si flaquea la premisa o base del argumento, evidentemente que también ha de flaquear la conclusión. Siguiendo el método que tomamos al principio, vamos a ver por lo pronto qué han sentido, acerca del punto que nos ocupa, los grandes amigos del Divino Corazón.

 

Documentos generales

 

            Desde luego se ofrece que, si esta devoción de hecho es una como nueva redención, un último esfuerzo del amor de Dios para con los hombres, uno de los mayores negocios que se han tratado en la tierra lo que ha que el mundo es mundo, un no sé qué poderoso que renovará nuestra envejecida humanidad, etc., etc., parece que tenemos derecho para esperar algo más que la difusión de una mera devoción. Pero además se encuentran otros pasajes que tocan la cuestión directamente.

 

            Ya veremos adelante uno del P. Hoyos, en que dice que esta devoción:

 

            «Será el imán de las almas santas»,[142] idea que da bastantemente a entender la dirección que han de tomar las corrientes de la ascética.

 

            También vimos cómo Santa Margarita decía que Nuestro Señor:

 

            «Quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y por medio de ella formarse una multitud infinita de siervos fieles, de perfectos amigos y de hijos enteramente agradecidos»[143].

 

            Aquí se insinúa en primer lugar la extensión en superficie: «por todas partes»; y luego la extensión en profundidad: «siervos fieles, perfectos amigos, hijos enteramente reconocidos»; lo cual no realiza la devoción al Sagrado Corazón, sino en almas dadas por completo a El, según diremos después; por consiguiente, se trata de una infinita muchedumbre de almas entregadas sin reserva al Divino Corazón. Ciertamente las almas en esta manera dadas no pueden contarse aún por muchedumbre infinita.

 

            Pero estos documentos no son todavía decisivos; otros hay más terminantes.

 

Concretando más

 

            En efecto, ya en la primera revelación principal se afirmaba que el Señor, con esta redención amorosa, se proponía:

 

            «Substraer a los hombres del imperio de Satanás, el cual (el imperio) pretendía Él arruinar (lequel il prétendait ruiner), a fin de colocarlos bajo la dulce libertad del imperio de su amor»[144].

 

            Según eso, el designio de Cristo Nuestro Señor en la devoción al Corazón de Jesús es arruinar el imperio de Satanás en el mundo.

 

            Lo mismo dice, pero con más precisión, en la carta 118.

            «El adorable Corazón de Jesús quiere establecer su reino de amor en todos los corazones, destruir y arruinar el de Satán. Me parece que de esto tiene tan gran deseo, que promete grandes recompensas a los que de buena voluntad se aplicaren a ello de todo corazón, según el poder y las luces que para este fin les diere»[145].

 

            Sobre la idea de arruinar y destruir el reino de Satanás, añade aquí la Santa la de establecer su reino de amor en todos los corazones. Esto es, pues, lo que pretende el Señor con la devoción a su Corazón Divino. Pero dirá alguno: es claro que eso desea, pero ¿lo desea tan eficazmente que de hecho lo lleve a cabo?

 

            Para responder recuérdese aquella idea tan repetida por Santa Margarita:

 

            «Reinará este amable Corazón a pesar de Satanás. Esta palabra me transporta de alegría y constituye todo mi consuelo»[146]

 

            «En fin, reinará este Divino Corazón a pesar de cuantos a ello quieran oponerse. Satanás quedará confundido».

 

            Y así en otros lugares. El Corazón de Jesús reinará, pues; pero por reinar parece obvio y natural que signifique llevar a efecto lo que con esta santa devoción intenta, realizar los proyectos que abriga respecto a ella; pero como quiera que éstos sean arruinar y destruir el reino de Lucifer y establecer en todos los corazones el imperio de su amor, síguese que habrá de llegar un día en que el imperio de Satán quede arruinado, y establecido en todos los corazones el imperio del amor al Corazón de Jesús. Entonces si que se verá bien claro, cómo esta devoción era una nueva redención, un último esfuerzo, etc. Claro es que no hay que extremar las cosas, y esas frases de todos los corazones pueden entenderse en el sentido de cierta universalidad moral.

 

Testimonio del P. Hoyos

 

            Otro indicio de que la pretensión del Sagrado Corazón será un hecho real en el mundo, aparece en aquel documento del P. Hoyos, que más abajo copiamos: «El cual - el amor de Cristo - se ha de aumentar grandemente hasta el fin del mundo, por los maravillosos progresos que ha de ir haciendo sin cesar entre mil oposiciones la devoción al Corazón adorable de nuestro amable Salvador».

 

            Por consiguiente, esta devoción ha de ir haciendo progresos y progresos maravillosos y sin cesar y hasta el fin del mundo. Ahora bien, el paso que lleva, sobre todo desde la consagración de León XIII, es realmente avasallador, como ya el mismo Corazón Sagrado lo había prometido, si la consagración se hacia; recuérdese el movimiento de consagración de naciones, provincias, municipios, familias, talleres, fábricas, buques, etc.; la erección de grandiosos monumentos y de templos nacionales; y otros hechos que pudiéramos fácilmente enumerar, y que muestran a las claras el auge que de día en día va tomando este fuego abrasador. Si, pues, la devoción al Corazón de Jesús lleva este paso, y sin cesar ha de hacer progresos maravillosos, y el mundo dura unos cuantos siglos más, no parece inverosímil que lo invada por completo el Divino Corazón, sobre todo, si tiene lugar alguna intervención más enérgica que acelere los acontecimientos, cosa que pudiera suceder.

 

María del Divino Corazón

 

            Pero donde el reinado aparece con fulgores verdaderamente espléndidos es en los escritos de la M. María del Divino Corazón. Recordemos aquel párrafo de su

carta a León XIII:

 

            «La víspera de la Inmaculada Concepción Nuestro Señor dióme a conocer que, en virtud de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su Divino Corazón, hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: Quia hodie descendit lux magna super terram. Parecióme ver interiormente que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido y que luego se iban extendiendo, hasta iluminar el mundo entero, y me dijo: Con el brillo de esa luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor reencendidos.

 

            Aquí ya no se habla de pretensiones y designios del Sagrado Corazón, que alguien pudiera tomar por deseos condicionados a la libre cooperación de los hombres, sino de futuros absolutos: hará brillar, iluminará, encenderá, etc. Tampoco se trata de individuos o país alguno especial, sino del mundo entero, de toda la haz de la tierra, de los pueblos y naciones sin excepción. Asimismo no es cuestión de una difusión de puros cultos externos, cual es la devoción que se tiene al presente en muchos sitios, sino de algo más hondo, transformador de inteligencias y de corazones: «con los rayos de esta luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor reencendidos; luz, calor, encendimiento de naciones y de pueblos.

 

            Parecidas ideas se advierten a través de las palabras de Benigna Consolata que más arriba citamos.

 

            «Es necesario reavivar la devoción a este Corazón, para que el mundo se conmueva de nuevo. Mi Corazón ha de ser la salvación de todo el mundo»[147].

 

            «Estoy preparando la obra de mi Misericordia; quiero un nuevo resurgimiento de la sociedad, y quiero que éste sea realizado por el amor»[148].

 

EL REINO Y LA ENCÍCLICA «MISERENTISSIMUS»

 

            El 8 de Mayo de 1928 el Romano Pontífice, Pío XI, publicaba su preciosa Encíclica sobre el espíritu de reparación en la devoción al Corazón de Jesús, en la cual se contienen juntamente diversas ideas referentes al punto que nos ocupa.

 

Importancia de esta devoción

 

            Va diciendo el Pontífice cómo Nuestro Señor Jesucristo ha ido siempre enviando a su Iglesia nuevos remedios según las nuevas necesidades; y así, corno se entibiase la caridad en el mundo, «fue propuesta a la veneración de los fieles con un particular culto la caridad misma de Dios, y descubiertas ampliamente las riquezas de su bondad, por aquel conjunto de prácticas religiosas con que es honrado el Corazón de Jesús, «en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia escondidos»[149] [150]. Compara después al Corazón Divino con el arco iris que apareció a Noé a su salida del arca; afirma que es como «una bandera de paz y de caridad levantada a las naciones, anunciadora de una victoria segura en el combate»; vuelve a repetir aquellas solemnes palabras de León XIII, en que, comparando al Corazón de Jesús con el Lábaro que apareció a Constantino, augurio y causa de la gloriosa victoria, concluye: «en El (en el Corazón Divino), omnes collocandae spes, hay que cifrar todas las esperanzas:

 

            a Él hay que pedir, y de Él hay que esperar la salud de los hombres, ex eo hominum petenda atque exspectanda salus»[151]. Repare el lector de paso en el tono de grandiosidad que usan estos RR. Pontífices al hablar de la devoción al Corazón de Jesús.

 

            «Y con razón, Venerables Hermanos, -añade Pío XI a continuación de las palabras de León XIII - ya que en aquella bandera de favorabilísimos presagios, y en aquel modo de santificación -forma pietatis- que de ella se desprende, ¿no se encierra por ventura la síntesis de toda la religión y la norma de la vida más perfecta, puesto que lleva los entendimientos con mayor expedición al conocimiento completo de Cristo Nuestro Señor, e inclina las voluntades más eficazmente a amarle con mayor vehemencia y a imitarle más de cerca? Nadie, pues, se maraville de que a tan excelente culto Nuestros predecesores hayan defendido sin cesar de las calumnias de sus acusadores, ensalzado con grandísimos elogios y promovido con amoroso entusiasmo, según las circunstancias lo han pedido»[152].

 

            ¡Qué ideas tan encomiásticas!

 

Reino del Corazón de Jesús

 

            Ante todo, ha de advertirse que el reinar es propio de la persona, no de un miembro de su cuerpo. Por consiguiente, cuando hablamos del reinado del Sagrado Corazón, no consideramos al corazón solitario, sino al objeto de este culto en toda su latitud, es decir, al corazón, al amor, al interior de Jesús: toda su persona amabilísima, pero bajo ese aspecto particular de ternura, misericordia y amor; a Jesús todo entero, pero respirando por todas partes amor; a Jesús todo amor y todo corazón.

 

            Según eso, el reinado del Corazón de Jesús es el reinado de la Persona de Cristo, pero con ese especial carácter que le da esta devoción; es el reinado de Jesús por el amor; por el amor de Jesús que se muestra a los hombres en toda su hermosura arrebatadora, y por el amor sincero, desinteresado, ardiente de los hombres a Jesús.

 

            Esto supuesto, prosigamos en la Encíclica del Papa. Y porque en la edad precedente y en esta misma en que vivimos, se ha llegado por las maquinaciones de hombres impíos hasta rechazar el imperio de Cristo Nuestro Señor y declarar la guerra públicamente a la Iglesia, dando leyes y decretos repugnantes contra el derecho divino y el natural, más aún, clamando en pública asamblea: «Nolumus hunc regnare super nos»,[153] de aquella consagración, que dijimos, brotaba, por decirlo así, la voz de todos los servidores del Corazón de Jesús: «Oportet Christum regnare,[154] Adveniat regnum tuum». «Es necesario que Cristo reine», «venga a nosotros tu reino», con que se oponían de frente para vindicar su gloria y afirmar sus derechos. De aquí felizmente resultó que todo el género humano, que por nativo derecho posee como suyo Cristo, que es el único en quien todas las cosas se instauran, a principios de este siglo, por medio de Nuestro predecesor de feliz memoria, León XIII, y aplaudiendo todo el orbe, fue consagrado al mismo Sacratísimo Corazón»[155].

 

            Según el Papa aparecen dos campos en el mundo: el de los impíos que rechazan el imperio de Cristo y gritan: «no queremos que éste reine sobre nosotros», y el de los buenos que en contraposición claman: «es necesario que Él reine»: «venga a nosotros tu reino»; pero, el reino ¿de quién? Para el Pontífice el reino del Corazón de Jesús; por eso como un mentís a los malos y como un acto eficaz de protesta, él y con él todos los buenos consagran el mundo al Sagrado Corazón, para con ello reconocer el imperio de Cristo que los impíos le niegan. Donde se ve que para el Vicario de Cristo, el reino del Corazón de Jesús es idéntico al reino de Cristo de que habla San Pablo, al reino que pedimos en la oración dominical y al mismo que los impíos rechazan y que los buenos desean; o sea, que el reinado del Mesías, al menos en su último desarrollo, tendrá el tinte que le da la devoción al Corazón Divino, o lo que es igual, Cristo quiere reinar por su Corazón, por su amor.

 

            Pero sigamos con el documento pontificio, que nos irá aclarando más y más estas ideas. «Nos mismo - continúa el Papa - como ya dijimos en Nuestra Encíclica: Quas primas, accediendo a los reiterados y ardientes deseos de muchísimos Obispos y fieles, por fin, con la gracia del Señor, completamos y perfeccionamos aquellos tan faustos y gratos comienzos, cuando al finalizar el año jubilar instituimos la fiesta de Cristo, Rey universal, para que solemnemente se celebrase en todo el orbe cristiano». Y un poco más adelante, añade: «Pero a todos estos oficios, sobre todo, a la tan fructífera consagración, que ha sido como confirmada por la sagrada solemnidad de Cristo Rey, es necesario añadir otro, etc.»[156].

 

            Tenemos, pues, que, según Pío XI, el intento que él mismo tuvo al establecer la fiesta de Cristo Rey, fue completar, llevar a perfección, y como confirmar la consagración del mundo por León XIII al Corazón de Jesús. La fiesta de Cristo Rey es, por tanto, complemento, perfección, confirmación de la consagración al Corazón Divino. La cosa, por otra parte, se explica perfectamente. En efecto, la tendencia de la consagración de León XIII y de la consagración en general al Corazón de Jesús, es la que el mismo Papa expresaba en su Encíclica Annum sacrum por estas palabras: «Nosotros, consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos su imperio abierta y gustosamente, sino que con la obra testimoniamos que, si eso mismo que ofrecemos como don en realidad fuese nuestro, con suma voluntad se lo daríamos». Como se ve, al consagrarnos decimos al Corazón Sagrado: Señor, aunque no fueras Rey nuestro, como lo eres por mil títulos, con este acto voluntario te declararíamos por tal, poniéndonos en tus manos para que, como señor y emperador absoluto, hagas y deshagas de nosotros según tu divino agrado. Por la consagración, pues, del mundo, León XIII en nombre de la humanidad declaraba y aceptaba de palabra la realeza del Corazón de Jesús; en la fiesta de Cristo Rey Pío XI sella, con todo ese aparato de culto y solemnidades litúrgicas, lo que entonces se hizo con una fórmula oral; reconoce, acepta, proclama aquella realeza en una de las formas más solemnes que suele emplear la Iglesia. Es claro, pues, que este acto es complemento de aquél. Pero obsérvese cómo nuevamente aquí va el Papa en el presupuesto en que vimos venía desde el principio, a saber: que el reino de Cristo y el reino del Corazón de Jesús son una misma cosa, o sea, que Cristo quiere reinar por su Corazón y su amor. Esta idea se aclara aún más con lo que a continuación sigue.

 

Reino universal

 

            Después de afirmar el Papa que con la fiesta de Cristo Rey completaba la consagración del género humano, continúa:

 

            «Y al hacer esto - al instituir dicha solemnidad - no solamente pusimos en plena luz el supremo imperio de Cristo sobre todas las cosas: sobre la sociedad civil y doméstica y sobre cada uno de los hombres, sino que también ya entonces saboreamos de antemano las alegrías de aquel día venturoso en que todo el orbe, de voluntad y con gusto, se someterá obediente al imperio suavísimo de Cristo Rey[157]. Por lo cual ordenamos juntamente que todos los años, al celebrarse la fiesta que establecíamos, se renovase la misma consagración, a fin de lograr más cierta y copiosamente su fruto, y en caridad cristiana y conciliación de paz aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes y Señor de los señores».[158]

 

            En el párrafo citado el Vicario de Jesucristo rotundamente asegura que ha de llegar un día: saboreamos de antemano las alegrías de aquel día venturoso, un día en que todo el orbe, de voluntad y con gusto se someterá obediente al imperio suavísimo de Cristo Rey, un día, pues, en que se halle realizado el reinado universal de Jesucristo en la tierra. Si, pues, el reino de que habla el Papa fuese el del Corazón de Jesús, tendríamos afirmado por el R. Pontífice el reinado universal del Sagrado Corazón.

 

            Ahora añadimos que ese reino es, en efecto, el del Corazón Divino. En primer lugar, al final del párrafo, tornando otra vez el Pontífice a hablar del reino universal futuro, lo describe con estas palabras: aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes y Señor de los señores; por donde se ve bien claro que ese reino universal no es otro que el del Corazón Divino. Además hemos venido observando en toda la Encíclica cómo para el R. Pontífice el reino de Cristo que pedimos, que deseamos, que esperamos, es idéntico al del Corazón de Jesús, o que Cristo ha de reinar por su Corazón; luego de éste mismo se ha de entender igualmente lo que dice en el último pasaje. También es preciso reparar en que manda el Papa que cada año se renueve en la fiesta de Cristo Rey la consagración del mundo al Sagrado Corazón, a fin de lograr más copiosamente su fruto, y aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes; de donde parece que ese reino universal es un efecto a que tiende la consagración; pero la consagración, como es claro, apunta al reino precisamente del Corazón de Jesús; luego éste y no otro es el reino de que trata Pío XI.

 

            Por último, todas las notas con que describe la Encíclica ese reino universal cuadran admirablemente a un reinado del Divino Corazón. Veámoslas:

 

            Por lo pronto es un reino: universal, así étnica, como territorialmente: «todo el orbe», «todos los pueblos»; un reino verdadero, en que se cumplan las leyes de Jesucristo: «todo el orbe obedecerá a su imperio»; no como ahora, que a veces se dice reina aquí o reina allá el Corazón de Jesús, y nadie cumple sus divinos mandamientos; un reino de amor a Cristo, puesto que todo el orbe obedecerá a su imperio gustosa y voluntariamente», lo que prueba que hay amor y cariño al Rey que manda; un reino de suavidad: «obedecerá... al suavísimo imperio de Cristo Rey»; un reino de caridad: «en caridad cristiana; de paz: «en conciliación de paz»; de unión: «aunar todos los pueblos en conciliación... » etc. No se necesitan muchos conocimientos acerca de la materia, para notar en seguida la coincidencia entre los caracteres del reino descrito por el Pontífice y las virtudes que engendra la devoción al Corazón de Jesús cuando de veras se abraza, y por consiguiente las notas que a su reinado atribuyen Santa Margarita y los otros confidentes del Sagrado Corazón.

 

La Misa de Cristo Rey

 

            Nueva confirmación de lo dicho es el notable relieve que en la Misa de Cristo Rey tiene la nota de universalidad, suavidad, amor, y paz, propias del reino del Corazón de Jesús; aunque en la Misa, a diferencia de la Encíclica del Papa, se trata más bien de la universalidad de derecho y en deseo.

 

            Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal, quisiste instaurar todas las cosas: concede benignamente que todas las familias de las gentes, desunidas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio».

 

            En el Gradual todo es netamente universal: «Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines del globo. Y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán...» «Y lleva escrito en sus vestiduras y en su muslo: Rey de reyes y Señor de los señores».

 

            Lo propio aparece en el Ofertorio:

 

            Pídeme, y te daré las gentes por heredad, y como posesión los confines de la tierra».

 

            En la Oración de la Secreta pide la Iglesia:

 

            «Ofrecémoste, Señor, la Hostia de la reconciliación humana: y pedimos nos concedas, que Jesucristo, tu Hijo y Nuestro Señor, a quien inmolamos en el sacrificio presente, conceda a todas las gentes el don de la unidad y la paz».

 

            Y en fin, el Prefacio habla con el Padre Celestial y le dice:

            Eterno Dios, que a tu Hijo unigénito Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal, has ungido con óleo de regocijo, para que, ofreciéndose a sí mismo en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, llevase a término los misterios de la redención humana, y, sometidas a su imperio todas las criaturas entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: reino de verdad y vida; reino de santidad y de gracia; reino de justicia, amor y paz, justo es que te demos gracias, etc., etc.»

 

            No pueden expresarse más breve y hermosamente, ni los caracteres que atribuyen los Profetas al imperio del Mesías, ni los que son peculiares del reino del Corazón de Jesús.

 

 

REINO DE CRISTO EN LA SAGRADA ESCRITURA

 

            Las ideas precedentes de Pío XI, respecto a la universalidad del reino del Corazón de Jesús y a los caracteres que lo han de adornar, no aparecerán extrañas a quien haya leído, aunque sea someramente, lo que dicen las Sagradas Escrituras - y lo mismo se diga de los Padres de la Iglesia - acerca del reino de Jesucristo. Si hay idea repetida en los Libros Santos es la universalidad’ de ese reino. Aduzcamos algunos de sus innumerables pasajes, pues servirán de consuelo a los amantes del Corazón Divino, confirmarán las palabras del Pontífice y levantarán el aliento de los espíritus algún tanto pesimistas.

 

 

San Pablo

 

            Bien conocido es aquel trozo de su carta a los Romanos. Parece que estos cristianos miraban con desprecio a los judíos por su infidelidad al Mesías, mientras se estimaban a sí propios demasiado, y les escribe el Apóstol: «No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes acerca de vosotros mismos, y es que la ceguedad ha sobrevenido a parte de Israel, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y así todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará la impiedad de Jacob»[159].

 

            En estas palabras se ve bien clara la universalidad del reino: la entrada en la Iglesia católica de la gentilidad en pleno y de todo el pueblo de Israel.

 

            «Así como el v. 12 - escribe Cornely - con la expresión de plenitud de Israel, en contraposición a su disminución o reducido número de los que habían recibido la fe, se designa a la nación israelítica entera, del mismo modo se debe decir que en la locución: plenitud de las gentes, queda significada la universalidad de las gentes o todas las naciones gentiles, en oposición al número de individuos que de varias naciones del gentilismo habían entrado en la Iglesia en los tiempos apostólicos»[160].

 

            Otra idea apunta el Apóstol en este mismo capitulo muy consoladora:

 

            «Y si el pecado de ellos (de los judíos) ha sido riqueza del mundo, y el menoscabo de ellos riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plenitud?»[161].

 

            «Porque si la exclusión de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su recepción, sino vida de los muertos?»[162].

 

            De estas palabras se deduce que la conversión de Israel como nación ha de servir al mundo de «suma utilidad y dicha» por los «bienes eximios» que con este acaecimiento han de venir, como dice muy bien Cornely. En qué consistan estos bienes disputan los comentaristas, pero todos convienen que han de ser cosas grandes.

 

Los Patriarcas

 

            Decíamos que esta idea es una de las más repetidas. Ya Cornely, al hablar del texto de San Pablo, dice que éste no hace sino confirmar los antiguos vaticinios, que suponía conocidos de sus lectores y en los cuales:

 

            «Se promete - dice - que todas las gentes de la tierra habían de ser benditas en la descendencia de Abraham (Gen. 2318); que todas las gentes que Dios hizo habían de venir, le habían de adorar y habían de glorificar su nombre (Ps. 85 9); que el Señor dominaría de mar a mar, y desde el río hasta los confines del orbe (Ps. 71 8) etc.»[163].

 

            Existe, en efecto, una espléndida cadena de profecías bellísimas, cuyos eslabones van corriendo a través de todos los libros de la Escritura desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

 

            Pasando por alto las promesas mencionadas de Abraham, Isaac y Jacob, en que se agotan los vocablos para expresar la universalidad de las gentes: «todas las tribus de la tierra» Gen. 28, 14); «todas las familias de la tierra» (Gen. 12, 3), «todas las naciones de la tierra» (Gen. 18, 18), «todas las gentes de la tierra» (Gen. 22, 18), etc., ya en el mismo paraíso, en los albores del linaje humano, aparece insinuada la idea en aquel: «ella (o El, el Hijo de la Mujer, «que es Cristo», como dice San Pablo (Gal. 3 16), aplastará tu cabeza» (Gen. 3, 15), sentencia dirigida por el Señor a Satanás, personificado en la serpiente, y que, según la opinión de varios comentaristas, se echa de ver la ruina total o muerte del imperio de Lucifer en el mundo, que había de tener lugar cuando en el Hijo de Abraham fuesen benditas todas las gentes del globo[164].

 

            Hermosas son a la verdad aquellas expresiones en que el anciano Tobías prorrumpió proféticamente a la desaparición del Ángel:

 

            «Jerusalén, ciudad de Dios..., brillarás con luz espléndida, y todos los confines de la tierra prosternaranse ante ti. De lejos vendrán a ti las naciones, y trayendo dones adorarán en tus muros al Señor, y como un santuario considerarán tu tierra, porque invocarán el gran Nombre en medio de ti». (Tob. 23 ,11, 31, 15)

 

Salmo 71

 

            Llenos están de estas ideas los Salmos, sobre todo aquel 71, verdaderamente regio, en que el Salmista parece que no se harta de repetir esta consoladora verdad.

 

            «Y dominará de mar a mar, desde el Río (el Eufrates o el Jordán) hasta los confines de la tierra» (v. 8).

 

            «Y le adorarán todos los Reyes de la tierra; todas las gentes le servirán» (v. 11).

            «Y serán en él benditas todas las tribus de la tierra y todas las gentes le magnificarán »(v. 17).

 

            Expresiones parecidas pudiéramos traer de los Salmos, 2, 6,13, 14, 15, 16, 18... 46, 67, 96, 97, 98, etc., etc.

 

 Isaías

 

            Entre los profetas apenas se encontrará uno que no cante la gloria del reinado universal del Mesías; pero quien en esto se lleva la palma es el grandilocuente Isaías, a quien con razón pudiérase apellidar el profeta de Cristo Rey.

 

            «Y acontecerá - dice - en lo postrero de los tiempos que el monte de la casa del Señor (el monte del templo, el centro del reino de Dios, la Iglesia) será firmemente establecido sobre la cima de los montes (conspicuo y elevado sobre todo lo demás), y será ensalzado sobre los collados y correrán a él todas las gentes»[165].

 

            «Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado; y el principado sobre sus hombros. Y llamárase Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eternal, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán término» (9,5).

 

            En el capitulo 60 habla el Profeta con Sión, y le dice entre otras cosas:

 

            «Tus puertas estarán abiertas continuamente; no se cerrarán de día ni de noche, a fin de dejar entrar en ti la opulencia de las naciones y sus reyes en cortejo» (v. 11).

 

            «Porque pueblo y reino que no te sirvieren perecerán, y serán asolados por completo» (v. 12).

 

            «Los hijos de los queje oprimieron vendrán a ti inclinada su frente, y los que te escarnecían se prosternarán a las plantas de tus pies... » (v. 14)

 

            «En cambio de haber sido desechada, aborrecida y de que no había quien por ti pasase (solitaria), yo te haré el orgullo de los siglos, el gozo de todas las generaciones» (v. 15).

 

            «Y tu pueblo, lodos justos;[166] para siempre heredarán la tierra, ellos, renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para mi gloria. El mínimo será por mil; el menor por nación fuerte».

 

            Yo, el Señor, en su tiempo yo aceleraré estas cosas (v. 21, 22).

 

Daniel

 

            Muy significativos son los textos de Daniel; veamos uno, a saber: la visión de la famosa estatua de Nabucodonosor.

 

            Vio en sueños este monarca una estatua grande y terrible, cuya cabeza era de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro, pies en parte de hierro y en parte de arcilla.

 

            Como el mismo Profeta explica largamente, las cinco partes de la estatua significan cinco imperios sucesivos en el mundo, o mejor dicho, cuatro y el último que se divide en varios reinos (v. 41).

 

            Estos imperios son partes de una misma estatua. «No son, pues, - como dice muy bien Knabenbauer - éstos varios imperios que se suceden, sino partes de una sola obra, que el género humano, el hombre, procura con sus propias fuerzas erigir y establecer contra Dios. Como en esta obra el hombre se manifiesta, y como que se desenvuelve a sí mismo, está muy bien representada en la figura de hombre»[167]. En una palabra, los cinco imperios son partes de uno solo, del imperio antidivino, de esa ciudad que se alza frente a la ciudad de Dios.

 

            El imperio cuarto es el romano, y el quinto lo forman las naciones en las que se dividió, como salta a la vista con sólo leer el sagrado texto. «Que en el cuarto imperio deba entenderse el imperio romano es sentencia longe communissima de los Padres e intérpretes católicos... Y esta sentencia debe tenerse» - dice Knabenbauer-[168]. Ahora veamos el texto:

 

            «Estabas mirando, hasta que una piedra se desgajó, no por mano alguna, e hirió la estatua en sus pies de hierro y de arcilla, y los desmenuzó. Entonces fue desmenuzado al mismo tiempo el hierro, la arcilla, el bronce, la plata y el oro, y se tornaron como el tamo de las eras en verano, y llevóselos el viento, y no quedó ya nunca rastro de ellos. Mas la piedra que hirió a la estatua se convirtió en un gran monte, que hinchió toda la tierra» (v. 33 - 35).

 

            Esta piedra y este monte es el reino de Cristo, como el mismo Daniel lo afirma explicando la parábola.

 

            «Y en los días de estos reyes levantará el Dios del cielo un reino que nunca jamás será destruido; y no será entregado a otro pueblo este reino, el cual desmenuzará y consumirá todos estos reinos, y di permanecerá para siempre» (v. 44).

 

            Según se ha podido ver, la piedra desgajada cayó sobre el quinto imperio, formado por el conjunto de reinos, en que el cuarto se dividió; y lo desmenuzó, y como él era la herencia o la resultante de todos los anteriores, por el hecho de quedar él destruido quedólo la estatua íntegra, o sea, todo el poder anticristiano. Y su ruina fue absoluta: fue reducido a polvo, al tamo de las eras en verano, que el viento levanta y disipa. Ni sólo fue aniquilación completa, sino eterna, de manera que jamás habrá de dominar en el mundo otro imperio anticristiano. En cambio, la piedra que se hizo monte, el reino de Cristo, ocupó, llenó toda la tierra. Verdaderamente no puede expresarse con más vigor y claridad la destrucción del poder anticristiano y la universalidad del reino de Jesucristo. ¡Qué luz derrama este pasaje sobre aquella expresión de Santa Margarita: «Arruinar y destruir el reino de Satanás, y establecer en lodos los corazones el imperio de su amor»!

 

            Como aquí presenta Daniel los imperios anticristianos bajo el símbolo de partes de una estatua, en el capítulo VII los ofrece bajo la forma de bestias; pero siempre el resultado es idéntico: la aniquilación de ellas, mientras al Hijo del Hombre le fue dado: «el señorío, la gloria y el reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su dominación es eterna y no pasará, y su reino nunca será destruido» (v. 13). O como dice unos versículos después: «Y el reino y el señorío y la grandeza de los reinos, que están debajo de todo el cielo, serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo (a los justos), y todos los reyes le servirán y le adorarán» (v. 27).

 

            «Todos los reinos y todos los señoríos - anota aquí Knabenbauer - se someterán a aquel reino que Dios constituyó en su pueblo... Entonces la iglesia reinará en todo el orbe, y de israelitas y gentiles se formará un solo rebaño con un solo pastor»[169].

 

            Por estos pasajes de los Libros inspirados, que no son sino unos pocos de los muchísimos que podríamos aducir, se ve la grande extensión que, según la Escritura, ha de tener el reino de Jesucristo. Y lo que hemos hecho respecto de la extensión, podríamos hacer acerca de los otros caracteres con que Pío XI describe el reino antes mencionado; pues con notas iguales o parecidas presentan las Sagradas Escrituras el imperio del Mesías; mas tal investigación agrandaría demasiado el volumen de este libro.

 

CONCLUSIÓN: LA IGLESIA Y LA IMPORTANCIA DE ESTA DEVOCIÓN

 

            Sería un trabajo muy útil, y que produciría honda impresión en el ánimo, ir examinando despacio cuanto los prelados de la Iglesia, tanto en sus pastorales cada uno,

como reunidos en Concilios provinciales o generales, han enseñado a los fieles acerca de la trascendencia de esta devoción divina; mas ya que ello no es posible, no queremos cerrar la primera parte sin ofrecer al lector al menos algunos trozos del precioso mineral, como muestra de lo que encierra la mina.

 

 

Concilios provinciales

 

            Concilio de Oregón. - Véase cómo se expresaba en 1848: «A todos los presbíteros de esta Provincia recomendamos encarecidamente aquella dulcísima y saludabilísima devoción del Sacratísimo Corazón de Jesús, que nuestro Dios piadosísimo, conmovido de las humanas miserias, ha manifestado en estos últimos tiempos, como fuente celestial de la que nos será fácil recoger agua saludabilísima, no sólo para nosotros, sino también para las almas puestas a nuestro cuidado.

 

            Por lo cual cada uno, no solamente procure fomentar en sí esta devoción, sino que se esfuerce por insinuarla y desarrollarla en otros opportune et importune, echando mano de cualquier ocasión que se presente; y cada cual se persuada de que cuanto más fervoroso se mostrare en esta devoción, tanto mayor será el fruto que sacará del sagrado ministerio»[170]. No puede dar - se exhortación más apremiante y sentida. Concilio de Aviñón. – Un año después, 1849, exclamaban los Padres de este sínodo: «Entre los cultos que debe tributar la piedad cristiana a nuestro santísimo Redentor y Salvador, ninguno puede ser a Cristo más agradable, más útil a la Iglesia, más fecundo en derramar sobre los hombres gracias y riquezas espirituales, que el rendido al santísimo Corazón del Salvador».[171]

 

            Después de afirmación tan rotunda y encomiástica enumera las razones que tenemos para honrar al Corazón de Jesús, y añade:

 

            «En este Corazón está el tesoro inexhausto de la misericordia, la fuente perenne de la gracia, la plenitud de los bienes todos que se han de derramar sobre nosotros, de la luz con que debemos ser ilustrados, de las fuerzas con que podamos caminar a Dios y a la salvación, vencer todos nuestros enemigos, superar los peligros, conculcar al mundo y al diablo, y hacernos más poderosos que todas las impugnaciones. Por tanto, exhortamos a los párrocos que enseñen a los fieles todo cuanto pertenece a este culto y los muevan a practicarlo». [172]

 

            El Concilio de Albi. - Al consagrar la Provincia eclesiástica al Corazón de Jesús en 1850, afirmaba: «Su culto es lo mejor que conocemos para inflamar en fuego de amor divino aun los corazones obstinados»[173]. ¡Magnífica confesión!

 

            El Concilio de Lyón. - Poco antes de disolver - se escribía en el mismo año 1850: «Y a fin de que el presente Concilio sea como un monumento a este excelentísimo culto, y una incitación perenne para extender esta devoción eximía, los Obispos, antes de partir de la Asamblea, movidos por el mismo afecto de piedad, dedican y consagran solemnemente la grey a ellos confiada y toda la provincia eclesiástica de Lyón al Corazón amantísimo de Jesús».[174]

 

            Culto excelentísimo, devoción eximía, llama el Concilio a la del Corazón Divino.

            Todo el episcopado alemán. - En la carta en que pedía en 1871 a Pío IX que elevase la fiesta del Corazón de Jesús a doble de primera clase, se expresaba en estos términos:

 

            «Esperan con mucha confianza de la reconocida clemencia de Tu Santidad que será bien recibida nuestra humilde petición...

 

            Robustece nuestra confianza el tiempo en que vivimos, que es tormentoso; porque entre tantos peligros y revoluciones civiles con que se agitan los pueblos y se estremecen los reinos, cuando en ninguna parte se descubre un puerto firme de paz, entendemos al fin que allí hemos de buscar segurísimo refugio, en donde Dios por don singular de su misericordia nos ha querido abrir un asilo en donde hallar remedio seguro de nuestros males, es decir: en el Santísimo Corazón de Jesús, cuya entrada Él mismo procuró quedase abierta en su costado, a fin de que en él, como en arca de seguridad y salvación, entrasen todos los que no quieren perecer en un mar lleno de escollos. Robustece asimismo nuestra esperanza innumerables actos de Tu Autoridad suprema, en los cuales has mostrado como con el dedo al Sacratísimo Corazón de Jesús, a la manera de puerto de salvación guarnecidisimo para los fieles que zozobran en este mar, todo lleno de bajíos»[175].

 

Los PP. del Concilio Vaticano

 

            Más autorizado y hermoso es el presente documento. En 1870 y 71 casi todos los Obispos, que asistieron al Concilio Vaticano, e innumerable multitud de sacerdotes y fieles acudieron al Pontífice para que elevase de rito la festividad del Corazón de Jesús. Vamos a trasladar aquí por lo menos el final de este importante mensaje.

 

            Poco antes viene diciendo que la devoción al Corazón de Jesús, gracias a Dios, se va difundiendo por el mundo, y luego continúa con estas palabras.

 

            Sin embargo, todavía falta mucho para que de la fuente descubierta en medio de la Jerusalén nueva hayan manado todos los bienes que de su eficacia divina y de las promesas a los Santos nos es lícito esperar. Si bien es verdad que entre los fieles se difunde de día en día el espíritu de gracia y de oración, sin embargo, aún hay muchos, así entre los heterodoxos como entre los mismos católicos, que no quieren mirar al Corazón de Aquel a quien atravesaron, y por eso no pueden ser atraídos de su caridad suavísima. Con objeto de que esto, Beatísimo Padre, suceda más prontamente, y a fin de que las dolencias de la sociedad humana, que se agravan de día en día, puedan más prontamente curarse por virtud de este supremo remedio, preparado para ellas por la divina bondad, los prelados, sacerdotes y piadosos fieles que suscriben, postrados a los pies de Tu Beatitud, le suplican que se digne elevar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús al supremo rito de la liturgia eclesiástica, y en el día de dicha fiesta, circundada Tu Beatitud de todos los Padres del Concilio Vaticano, consagre solemnemente a este amantísimo Corazón la Iglesia universal.

 

            Si Tu Beatitud accede benignamente a nuestros deseos, firmísimamente esperamos, Santísimo Padre, que las bendiciones del Corazón de Jesús han de descender

con abundancia, lo mismo sobre este santo Concilio, que sobre la Iglesia toda. Pues cuantos aman a Cristo, al aproximarse más a su Corazón, que es el centro vivo de la unidad de la Iglesia, despreciadas todas las causas de división, no ambicionarán otra cosa que lo que El mismo ardientemente desea, a saber: que todos en Él sean uno, como Él es uno con su Padre; y si en los corazones cristianos se enciende más ardientemente aquel divino fuego que vino a derramar en la tierra desde lo íntimo de su Corazón, su benéfico calor se difundirá hasta aquellos que caminan en las sombras de la muerte, y les dará nueva vida».[176]

 

Pío XII

 

            En la Encíclica: «Haurietis Aquas» de 15 de Mayo de 1956 dice el Romano Pontífice:

 

            «...Es imposible enumerar los bienes celestiales que el culto tributado al Santísimo Corazón de Jesús derrama en las almas de los fieles, purificándolos, aliviándolos con sus consuelos sobrenaturales, y animándolos a alcanzar todas las virtudes.

 

            Por eso, Nos, al acordarnos de las sabias palabras del Apóstol Santiago: «toda dádiva preciosa y todo don perfecto viene de arriba, desciende del Padre de las luces»,[177] vemos con toda razón en este culto, que cada día se enciende y extiende más por todo el mundo, el don inestimable que el Verbo encarnado, Nuestro Divino Salvador, único Mediador de la gracia y la verdad entre el Padre celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en estos últimos siglos en los que ella ha tenido que soportar tantos trabajos y dificultades.

 

            Más adelante añade: «Aunque la Iglesia siempre ha estimado y estima en gran manera el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, tanto que procura defenderlo por todas partes entre el pueblo cristiano y fomentarlo por todos los medios posibles, a la vez que trabaja con todo empeño por defenderlo contra el Naturalismo y el Sentimentalismo, sin embargo, es muy doloroso comprobar que, en los tiempos pasados y aun en los actuales, algunos cristianos no tienen este culto nobilísimo en el honor y estima debidos; conducta que se da, a veces, en los que hacen profesión de catolicidad y de deseos de perfección».

 

            Poco después prosigue: «No faltan quienes, confundiendo o equiparando la naturaleza genuina de este culto con las diversas formas peculiares de piedad, que la Iglesia aprueba y fomenta, pero no prescribe, lo tienen como un aditamento más que cada uno puede practicar a su elección; y también hay quienes juzgan de este culto que es oneroso y aun de poca o ninguna utilidad, en especial para los que luchan por el Reino de Dios con la sola mira de consagrar sus energías, sus iniciativas y su tiempo a la defensa de la verdad católica, a enseñarla y propagarla, a inculcar la doctrina social cristiana y a fomentar las prácticas y obras religiosas que piensan ser mucho más necesarias en la hora presente.

 

            Hay por fin quienes creen que, lejos de ser este culto un poderoso medio para infundir y renovar las costumbres cristianas en la vida de los individuos y de las familias, es más bien una piedad sensiblera, sin pensamientos ni afectos elevados, y por consiguiente, más propia de mujeres que de hombres instruidos.

 

            Y también hay otros que, al ver que este culto pide penitencia, expiación y otras virtudes, sobre todo, las que se llaman «pasivas» porque no producen frutos externos, no lo estiman apto para reavivar la piedad de nuestros tiempos que debe más bien encaminarse abiertamente (dicen ellos) hacia la intensa acción, el triunfo de la fe católica y la arrojada defensa de las virtudes cristianas; las cuales, como todos saben, fácilmente se ven hoy contaminadas por las falaces opiniones de los que - al margen de todo criterio que discierna lo recto y lo falso en la línea del pensamiento y en el modo de obrar - igualmente se inclinan hacia cualquier forma de religión; y así, se ven las costumbres lamentablemente inficionadas por los principios del materialismo ateo y del laicismo».

 

            Después, al final de la Encíclica, dice: «A la vista de tantos males que, hoy más que nunca, perturban hondamente a los hombres, los hogares, las naciones y el orbe entero, ¿dónde, Venerables Hermanos, hallaremos un remedio eficaz?

 

            ¿Se encontrará, acaso, alguna forma de piedad más excelente que el culto augustísimo al Corazón de Jesús, que esté más en consonancia con la índole peculiar de la fe católica, que sea más apta para responder a las necesidades actuales de la Iglesia y del género humano?

 

            ¿Qué obsequio puede ofrecer la religión más noble, más suave, más saludable que este culto, que se dirige por entero a honrar a la misma caridad de Dios?[178].

 

            Finalmente, ¿qué puede haber más eficaz que la caridad de Cristo - la cual se fomenta y promueve cada día más con la devoción al Corazón de Jesús - para inducir a los cristianos al cumplimiento de la Ley Evangélica, sin la cual es imposible que se dé entre los hombres la verdadera paz, como claramente nos avisa el Espíritu Santo con aquellas palabras:

 

            «La obra de la justicia será la paz»?[179]

 

            Por lo cual, siguiendo el ejemplo de nuestro inmediato predecesor, nos es grato volver a recordar a todos nuestros hijos en Cristo la exhortación que León XIII de inmortal memoria, dirigió al terminar el pasado siglo a todos los fieles cristianos y a todos cuantos sinceramente estaban preocupados por su propia salvación y por la salud de la sociedad civil:

 

            «Ved hoy, ante vuestros ojos, un nuevo emblema consolador y divino: el Sacratísimo Corazón de Jesús... que brilla entre llamas con maravilloso fulgor; en Él debemos todos depositar nuestra esperanza; a El debemos pedir y esperar la salvación de los hombres». [180]

            Es también nuestro deseo ardentísimo que todos cuantos se glorían del nombre de cristianos y combaten infatigablemente por establecer el Reino de Cristo en el mundo, consideren este obsequio de devoción al Corazón de Jesús como bandera y como fuente de unidad, de salvación y de paz.

 

            No se crea, sin embargo, que este obsequio religioso viene a suprimir otras manifestaciones de piedad que el pueblo cristiano, bajo el Magisterio de la Iglesia tributa al Divino Redentor.

 

            Al contrario, una ferviente devoción al Corazón de Jesús favorecerá y acrecentará sobre todo el culto a la Santísima Cruz y la veneración hacia el Augustísimo Sacramento del Altar.

 

            Pues, se puede asegurar, en realidad, - como se confirma admirablemente con las revelaciones de Jesucristo a Santa Gertrudis y a Santa Margarita María – que nadie llegará a sentir debidamente de Jesucristo Crucificado si no penetrare en los más íntimos secretos de su Corazón. Ni entenderá fácilmente el ímpetu de amor que impulsó a Jesucristo a dársenos en alimento espiritual, si no fomenta muy especialmente el culto al Corazón Eucarístico de Jesús, el cual - en frase de nuestro predecesor de feliz memoria, León XIII - nos recuerda «el acto de amor supremo con que Nuestro Redentor, derramando todas las riquezas de su Corazón, a fin de quedarse con nosotros hasta la consumación de los siglos, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía»; [181]pues, «no es pequeña la parte que en la Eucaristía tuvo su Corazón, siendo tan grande el amor con que nos la dio».[182]

 

            Finalmente, deseando con todo empeño oponer una firme barrera a las impías maquinaciones de los enemigos de Dios y de la Iglesia, como también hacer volver las familias y las naciones al amor de Dios y del prójimo, no dudamos en proponer la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como la escuela más eficaz de la caridad divina; de esa caridad divina sobre la cual es necesario que se cimente el Reino de Dios en el alma de cada individuo, en los hogares y en las naciones, según lo manifestó sabiamente nuestro mismo predecesor de piadosa memoria: «El Reino de Cristo recibe su fuerza y su estructura de la caridad divina, ya que su fundamento y su síntesis consiste en amar santa y ordenadamente; de aquí fluye por necesidad todo lo demás: el cumplimiento fiel de las obligaciones, el no perjudicar en nada los derechos ajenos, el estimar las cosas humanas como inferiores a las celestiales y el anteponer el amor de Dios a todas las cosas»[183].

 

 

 

PARTE II

Consagración. Primer elemento

 

 

Capitulo 1

 

IMPORTANCIA DE LA CONSAGRACIÓN

 

 

SUMARIO. - I.- La práctica. - Dos grados. - Segundo grado.- II. - La consagración y la Iglesia. - Toda la Iglesia.- III. - La consagración y Santa Margarita. - (M. Soudeilles). - Descripción. - Promesas (M. Saumaise). - A su hermano. - A Luis XIV. - Para todos. - IV. - La consagración y otros amigos del Corazón Divino. - Los compañeros de la Santa. - El Padre Hoyos y sus compañeros. - María del Divino Corazón. - Consagración perfecta. - Conclusión.

 

 

LA PRÁCTICA

 

            Hemos visto la excelencia de la devoción al Corazón de Jesús; ahora resta averiguar lo que tenemos que hacer para lograr sus frutos en abundancia. Conocemos la mina; veamos la manera de explotarla.

 

Dos grados

 

            En la práctica de la devoción al Corazón Divino hay que distinguir dos grados: el de práctica parcial, y el de práctica completa. El primero, que es el ordinario y corriente entre personas piadosas, consiste en ejercitar algunas acciones sueltas de amor o culto al Divino Corazón muy conocidas ya en la Iglesia; todo esto es cosa laudable, pues, además del obsequio que se rinde con ello a Nuestro Señor, casi todos esos actos llevan vinculadas particulares promesas, y de ordinario suelen ser preparación para cosas ulteriores. Pero no hay que caer en el error de pensar que en esto se halle cifrada toda la devoción al Corazón de Jesús; no, éste es un grado inferior, la devoción incompleta. Por consiguiente las grandes promesas, las excelencias magníficas, que en la primera parte vimos, como quiera que están hechas a la práctica completa, según consta del texto o contexto mismos, nadie tiene derecho a esperar que se realicen en él con sola la práctica fragmentaria.

 

            Es éste un punto muy digno de que se repare en él, porque de su mala inteligencia se puede hacer mucho daño a esta devoción divina. Se ven las grandes promesas; por error o por cualquiera otra causa se supone que toda la práctica consiste en aquella elemental; se advierte que, después de cumplir todo, las promesas no parece que se cumplan, y se saca la natural consecuencia de que en esta devoción debe haber buena dosis de exageración, quizás bien intencionada.

 

Segundo grado

 

            Debemos decir aquí lo mismo que decíamos al principio respecto de la importancia; que, si alguien en este mundo ha podido conocer con perfección la práctica

llena e íntegra y la ha llevado a la obra, han sido aquellas personas que han recibido del cielo la particular misión de manifestar y enseñar al mundo la devoción del Corazón de Jesús; por consiguiente, a sus escritos y a su vida hemos de acudir también.

 

            Ante todo se comprende que un asunto, al cual llaman algo así como una redención segunda, un último esfuerzo del amor de Dios para con los hombres, uno de los mayores negocios que se han tratado en el mundo, etc., etc., no habrá de venir a reducirse únicamente al rezo de algún Padrenuestro más en nuestras devociones diarias, a la colocación de otra imagen entre las muchas que tenemos en nuestras habitaciones, a unas cuantas comuniones, a alguna función de iglesia, o a cosas por el estilo. Ciertamente no está en eso, si nos atenemos a lo que dicen los maestros de este arte. Es preciso darle en la práctica la misma importancia que tiene en la teoría; es preciso que ocupe en nuestro aprecio intelectual, en nuestra estima afectivas en nuestra vida interior, en nuestras ocupaciones externas, en todo, aquel lugar preeminente que vimos tenía en los pensamientos divinos. Es preciso, en una palabra, tomar la devoción al Corazón de Jesús como ella es: como un sistema acabadísimo de vida espiritual, tan hermoso y eficaz como no creo que lo haya habido hasta el presente en la Iglesia; un sistema con el cual, sin necesidad de salir de su campo para nada, puede el hombre llegar, con la mayor rapidez y suavidad dentro del modo de ser de la vida del espíritu en la providencia actual, y de las condiciones personales de cada individuo, a la perfección cristiana y a la santidad elevada.

 

            ¿Qué hacer, pues, para ser devoto del Corazón de Jesús en esta segunda forma? Decimos que lo principal, lo que es como la raíz y el tronco, puestos los cuales, todo lo demás irá de suyo y fácilmente brotando, puede reducirse según los grandes amigos del Corazón de Jesús, a la consagración verdadera.

 

 

LA CONSAGRACIÓN Y LA IGLESIA

 

            Que la consagración sea un acto muy principal en la devoción al Corazón de Jesús es cosa que no se puede negar.

 

Toda la Iglesia

 

            En primer lugar basta echar una ojeada por la Iglesia, para ver cómo en esta devoción va siempre la idea de consagración envuelta. Consagración del género humano al Corazón de Jesús efectuada por León XIII, y mandada renovar todos los años por Pío X y Pío XI; consagración de las naciones: Ecuador, Colombia, España, Bélgica, Malta, varias otras Repúblicas americanas, Polonia, etc.; consagración de Provincias, diputaciones y ayuntamientos; de diócesis y parroquias; de Institutos religiosos, colegios, fábricas, buques y casas particulares; apenas hay función de Iglesia en obsequio del Corazón Divino, en que no se haga alguna consagración. Todo este movimiento prueba la persuasión en que está el mundo católico respecto al lugar preeminente y capital, que en la práctica de la devoción al Corazón de Jesús ocupa la consagración.

 

            Los que saben la providencia especialísima que sobre la Iglesia tiene el Espíritu Santo, para que en las cosas de la fe y de la moral no yerres comprenderán el grande valor que tiene tan general persuasión de todo el pueblo católico con sus jerarcas supremos a la cabeza.

 

            Para que nada faltase, Pío XI ha venido a confirmar recientemente esta idea en su Encíclica «Miserentissimus Redemptor». En ella, después de enumerar diversas

prácticas de culto al Divino Corazón añade:

 

            «Ac inter aetera illa, quae proprie ad Sacratissimi Cordis Cultum pertinent, pia eminet ac memoranda est consecratio»... «Pero entre las otras prácticas, que propiamente pertenecen al culto del Corazón Sacratísimo, sobresale la consagración piadosa... y de ella debemos hacer mención».[184]

 

            En seguida expone sumariamente el proceso de este acto, desde que por el Corazón de Jesús fue pedido a su sierva Margarita, hasta la consagración más solemne, cual fue la consagración del orbe llevada a cabo por el Papa León XIII.

 

 

 

 

 

LA CONSAGRACIÓN Y SANTA MARGARITA

 

            Comenzamos por ella a causa de ser la fuente más copiosa y más completa que en este punto tenemos; pero ya antes de esta Santa aparece la idea de consagración al Corazón de Jesús con sus palabras formales.

 

            Así, v. g., San Juan Eudes, entre otros muchos pasajes, dice en unas letanías a los SS. Corazones, que se recitaban en el coro dos veces cada día en todas las casas de su Instituto desde el año mismo de su fundación (1643): «Te ofrecemos, donamos, consagramos, inmolamos nuestro corazón. Recíbelo y poséelo todo entero; purifícalo, ilumínalo, santifícalo, para que en él vivas y reines ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén». [185]

 

            Este pasaje de San Juan Eudes está inspirado en Santa Gertrudis, en la cual ya se muestra la idea de consagración. Lo propio se diga de Santa Matilde, algunas de cuyas devotísimas oraciones al Corazón de Jesús son realmente consagraciones; v. g.: «Te ofrezco todos mis trabajos y sudores; te dedico todas mis angustias y miserias; te encomiendo mi vida y el fin de ella», etc.[186] Y lo más curioso es que estas ideas parece que habían pasado a la devoción popular, pues, en un devocionario del siglo XV, escrito en alemán, y titulado: «Al dulce Corazón de Jesús», aparece repetidas veces la entrega de todo al Corazón sacrosanto.

 

            Pero volvamos a Santa Margarita. Habla muchísimo acerca de esta materia. Vamos a insertar al principio algunos pasajes largos, porque como después hemos de citar no pocas veces frases sueltas de algunos de estos lugares, nos ha parecido más leal que el lector pueda ver un poco más el contexto, para examinar, si quiere, la fuerza de las ideas aducidas; y a fin de no repetirlos cada vez, hemos creído conveniente ponerlos sólo al principio. Además procuraremos que los trozos sean de los más instructivos.

 

            Como alguien pudiera, quizá, pensar que la consagración perfecta no es para todas las personas, hemos de intento escogido cartas dirigidas a religiosas, religiosos, sacerdotes y casados.

 

Descripción. (M. Soudeilles)

 

            Y viniendo ya a V. caridad, le diré sencillamente, como a una verdadera amiga en el adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que cuando pido por V. me viene este pensamiento: que sí desea vivir toda para Él y llegar a la perfección que de V. pide, es preciso hacer a su Sagrado Corazón un entero sacrificio de sí misma y de todo cuanto de sí depende, sin reserva, para no querer ya nada sino por la voluntad de este amable Corazón, nada desear sino por sus deseos, no obrar sino por sus luces, ni emprender jamás cosa alguna sin antes pedirle su consejo y su socorro; darle la gloria de todo y rendirle acciones de gracias así en el buen como en el mal resultado de nuestras empresas; quedar siempre tranquilas, sin inquietarnos por nada; pues si este Divino Corazón está contento (y es) amado y glorificado eso nos debe bastar. Y si desea ser del número de sus amigos, le ofrecerá este sacrificio de sí misma un Primer Viernes de mes después de la comunión, que con esta intención recibirá, consagrándose toda a Él, para darle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que en su mano estuviere, y todo ello en la manera que El le inspire. Después de lo cual no debe ya mirarse sino como perteneciente y dependiente del adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; recurrirá a Él en todas sus necesidades, establecerá en Él su morada en cuanto le sea posible, y El reparará todo lo que pudiere haber de imperfecto en sus acciones y santificará las buenas, si V. se une en todo a sus designios, que son grandes sobre V. para pro curarse mucha gloría por su medio con tal que le deje V. hacer»[187].

 

            Aquí tiene el lector una buena descripción, si bien no en absoluto completa, de la consagración al Corazón de Jesús; en ella habrá podido observar aquellas primeras frases: «si quiere V. vivir toda para Él y llegar a la perfección que desea de...» «Si desea ser del número de sus amigos, es preciso etc.»; manera de hablar que muestra la necesidad de este acto para entrar en la amistad especial del Corazón de Jesús, y recibir de lleno las gracias particulares vinculadas a su culto.

 

Promesas. (M. Saumaise, etc.)

 

            A la M. de Saumaise escribía la Santa el 24 de Agosto de 1685, y tocante a la consagración le decía:

 

            «Vea, mi querida Madre, una ideíta que mi corazón, que tiernamente la ama, deposita de paso en el secreto del suyo. Le diré con sencillez que me parece haría V. una cosa muy agradable a Dios, st se consagrase y se sacrificase a este Sagrado Corazón, caso de que no lo haya hecho aún».

 

            «Es necesario comulgar un Primer Viernes de mes, y después de la santa comunión hacerle el sacrificio de sí misma, consagrándole todo su ser, para emplearse en su servicio y procurarle toda la gloria, amor y alabanza que estuviere en su mano. Vea, mi buena Madre, una cosa que pienso pide el Divino Corazón para perfeccionar y consumar la obra de la santificación de V.»[188].

 

            A la M. de Soudeilles, Superiora de Moulins, le envía dos imágenes del Corazón de Jesús: una grande y otra pequeña, y le dice:

 

            «La pequeña podrá V. llevarla consigo con esta breve consagración que me tomo la libertad de enviarle, confesándole, mi querida madre, que se necesita amarla tanto como yo la amo, y estar tan persuadida de sus bondades como yo lo estoy, para proceder de este modo con V. Pero no puedo dejar de hacerlo por la idea que tengo, de que este Divino Corazón quiere ser el dueño absoluto del de V, a fin de que le haga honrar, amar y glorificar en su Comunidad...»

 

            «Además, le confieso no poder creer que las personas consagradas a este Sagrado Corazón perezcan, ni que caigan bajo la dominación de Satanás por el pecado mortal; quiero decir, si, después de estar dadas por completo a El, procuran amarle, honrarle y glorificarle, según toda su posibilidad, y se conforman en todo con sus santas máximas. No puede V. imaginarse los buenos efectos que esto produce en las a/mas que tienen la dicha de conocerlo por medio de este santo varón[189], que estaba todo dedicado a Él, y no respiraba sino para hacerle amar, honrar y glorificar. También pienso que esto es lo que le ha elevado a una perfección tan alta en tan poco tiempo»[190]

 

A su hermano

 

            Había enfermado gravemente un hermano de la Santa, párroco, y ella, interesada por su salud, pidió al Corazón Divino se la concediese, y en cambio prometía, en nombre del enfermo, con su permiso presunto, que los años de vida que le restasen los emplearía en trabajar por difundir este culto. Mejoró, y entonces su santa hermana dióle cuenta de lo hecho, y llegando a explicarle en qué consistía ser del Corazón de Jesús, no viene a proponerle otra cosa que la consagración personal.

 

            «Creo - le escribe - haberos hablado ya de esta devoción, que se ha establecido muy recientemente; mas como no me habéis contestado, no sé si os agradará lo que os dije. Mas paréceme que no hay camino más corto para llegar a la perfección que estar todo consagrado a este Corazón Divino, para tributarle todos los homenajes de amor, de honor y de alabanza de que seamos capaces. Esto es a lo que yo os he comprometido ahora»[191].

 

            Todo ello he prometido - dice un poco antes - al Corazón de Jesús por vos, en el caso de que tengáis a bien dar vuestro consentimiento; y que os consagraréis todo a este Corazón adorable, para darle y procurarle cuanto amor, honor y gloria estuviere en vuestra mano, así por vos mismo, como por aquellos que se hallen a vuestro cargo»[192].

 

            Como se ve nuevamente, para la Santa la práctica de la devoción al Corazón de Jesús, a que se hallan vinculadas todas aquellas promesas de rápida santificación personal, de que hablábamos, viene a reducirse a la consagración verdadera.

 

A Luis XIV

 

            Haz saber al hijo primogénito de mi Sagrado Corazón que, como su nacimiento temporal ha sido obtenido por la devoción a los méritos de mi santa infancia, de la misma manera, él obtendrá su nacimiento de gracia y de gloria eterna, si hace una consagración de sí mismo a mi Corazón adorable, el cual quiere triunfar del suyo, y mediante él de los corazones de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, ser pintado en sus banderas y grabado en sus armas, para hacerlas victoriosas de todos sus enemigos, humillar a sus pies esas cabezas orgullosas y soberbias, y hacerle triunfar de todos los enemigos de la santa Iglesia»[193].

 

            Lo que propone aquí Santa Margarita al monarca francés es lisamente la consagración completa; y, sin embargo, es sabido que Luis XIV no era ningún alma pía; de donde se ve que la entrega al Divino Corazón no es solamente para personas dedicadas ya al Señor.

 

Para todos

 

            Habla al P. Croiset de los deseos que tiene el Corazón de Jesús de ser conocido, y añade:

 

            «Pero me da a conocer ser este deseo tan excesivo que a todos aquellos que se consagraren y sacrificaren a Él para darle este placer, (a saber) de tributarle y procurarle todo el amor y la gloria que estuviere en su mano, siguiendo los medios que El les proporcione para ello, El promete no dejarlos perecer en modo alguno, ser para ellos un asilo seguro contra todas las emboscadas de sus enemigos, ya la hora de la muerte, sobre todo, recibirlos amorosamente; además pondrá su salvación en seguro, y tomará el cuidado de santificarlos y hacerlos grandes delante de su Padre Eterno tanto, cuanto trabajo se tomaren por extender el reino de su amor en los corazones»[194].

 

            Toda la práctica de esta devoción viene, pues, a reducirse a la consagración íntegra, a la cual se vinculan hermosísimas promesas; ella además es propuesta a todo el mundo, sin exceptuar a nadie, ni a nadie en particular ceñirse.

 

 

LA CONSAGRACIÓN Y OTROS AMIGOS DEL CORAZON DIVINO

 

 

Los compañeros de la Santa

 

            B. La Colombière. - Este camino han seguido después todos los grandes amigos del Corazón de Jesús. Así, p. ej., lo podemos observar en el B. P. de La Colombière.

 

            En efecto, el 16 de Junio de 1675 recibía Santa Margarita la tercera de las grandes revelaciones del Sagrado Corazón, en la cual Este le decía entre otras cosas:

 

            «Dirígete a mi siervo el P. de La Colombière, y dile de mi parte que haga cuanto le sea posible por establecer esta devoción y dar ese placer a mi Corazón. Que no se desanime por las dificultades que en ello ha de encontrar, porque ésas no faltarán; pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo, para fiarse únicamente de Mí»[195].

 

            Esto acaecía, como dijimos el 16 de Junio; pues bien, el 21 del mismo mes[196], viernes después de la octava del Corpus, día en que el Sagrado Corazón quería se celebrase su fiesta, el P. La Colombière, deseando «aplicarse en seguida - como escriben las Contemporáneas - al ministerio que Dios acababa de confiarle, y para desempeñarlo sólida y perfectamente quiso comenzar por sí mismo. Se consagró, pues, enteramente al Sagrado Corazón de Jesús, y le ofreció todo cuanto él creyó en sí capaz de honrarle y de agradarle»[197].

 

            Y cuán de veras lo hizo, él mismo lo refiere en sus Retiros:

 

            «Me he impuesto - escribe - como una le el pro curar por cuantas vías sean posibles la ejecución de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Salvador...

 

            He conocido que Dios quería le sirviese en procurar el cumplimiento de sus deseos, tocante a la devoción que ha sugerido a una persona a quien se comunica muy confidencialmente, y para la cual se ha querido valer de mi flaqueza. Ya la he inspirado a bastantes personas en Inglaterra y he escrito a Francia... ¡Que no pueda yo, Señor, estar en todas partes y publicar lo que esperáis de vuestros servidores y amigos!»[198].

 

            Como se ve, el P. La Colombière apenas le constó con claridad la voluntad del Corazón de Jesús, abrazó resueltamente su devoción, y el primer paso que dio fue consagrarse por completo.

 

            Igual camino siguió aquella otra alma apóstol, Madre María Francisca Saumaise, que, desde el retiro del claustro y sin que apenas pudiese nadie advertirlo, trabajó incansablemente.

 

            «Antes de poner manos a la obra - escribe el P. Yenveux - quiso hacer una consagración especial de sí misma al Sagrado Corazón. Este es, ciertamente, el primer acto que el Divino Corazón exige a sus apóstoles».[199]

 

            Al P. Croiset ya vimos cómo exigía Santa Margarita la consagración el día que ofreciese su primera Misa, y sin duda así lo hizo; de hecho se conserva su fórmula, que es muy hermosa por cierto y en parte está tomada de la de Santa Margarita.

 El P. Hoyos y sus compañeros

 

            Si de estos primeros compañeros de Santa Margarita pasamos al grupo de apóstoles españoles, encontraremos ideas y modo de obrar idénticos. El 3 de Mayo de 1733 recibía el P. Bernardo de Hoyos la primera idea del culto al Corazón de Jesús, y el 12 de Junio del mismo año, día señalado para esta divina fiesta, firmaba su consagración con la misma fórmula del P. de La Colombière. Merecen copiarse las palabras de su biógrafo:

 

            «Ya desde que conoció su culto - escribe - había deseado consagrarse a con la devota fórmula del P. Claudio de La Colombière que vio en la obra del P. Gallifet; mas parecióle mejor aguardar a este día, como tan solemne y propio para su consagración. Hízola el 12 de Junio de 1733 en San Ambrosio de Valladolid, durante la Misa y a los pies del Señor Sacramentado, firmándose luego en el papel que, según aparece del original, estaba escrito en latín: Dilectas et amantissimus discipulus Cordis Sacrosanti Jesu, Bernardas Franciscas de Hoyos».

 

            Al tiempo de pronunciar la fórmula «sentí», dice él, «la presencia de las tres Santas[200] y del discípulo amado, San Juan Evangelista; entendí recibía el Corazón de Jesús el sacrificio; y al firmar, conocí por un modo suavísimo, no tanto de visión cuanto de tacto o experiencia palpable, que Jesús escribía mi nombre en su Corazón»[201].

 

            Poco después decía el mismo Bernardo a - su director, el P. Juan de Loyola:

 

            «Remito - dice - la copia de la fórmula con que el P. La Colombière se consagró al Corazón de Jesús, siguiendo a la y. M. Margarita, que lo hizo así por mandato del Señor. El día de la Asunción de nuestra Madre con este jurídico instrumento protestará V. R. a los dos divinos Corazones, (porque lo que se hace por el Corazón de Jesús se hace consiguientemente por el de su Madre) su amor y deseos de su mayor gloria y quedará ese mi corazón nuevamente obligado por esa ley suave de amor al Corazón de Jesús. A la V. Margarita declaró el Señor lo agradable que era a su Corazón esta oferta, y a mí me lo ha confirmado con soberanas luces. V. R. firmará en el papel su amor, y Jesús en su Corazón el suyo para con V. R., y con su sangre divina rubricará la escritura divina de obligación de su Corazón, que mutuamente otorgará en aquel día en favor de V. R.»[202].

 

            El día de la Asunción, en efecto, se consagraba el P. Juan de Loyola. Siguióle en seguida el intrépido misionero Pedro de Calatayud, el P. Provincial Juan de Villafañe, y otros veinte o más sujetos notables: «los primeros hombres de nuestra Provincia de Castilla», como escribe el P. Loyola[203]; de forma que podemos decir con el P. Uriarte, historiador de estos sucesos, al hablar de aquella primera legión de apóstoles del Corazón de Jesús:

 

            «Tenemos... establecido el primer medio en el ofrecimiento total y voluntario de sí al Corazón deifico, que pudiéramos decir la jura de su real bandera. Esta debía hacerse indispensablemente, por todos los alistados en su defensa: y es admirable por demás el empeño de Bernardo en que se hiciese con la mayor solemnidad y urgencia»[204].

 

M. María del Divino Corazón

 

            Esta alma privilegiada, que habla de ser el instrumento escogido por el Corazón Divino para la consagración del mundo, ocioso será inquirir si daría importancia a esta fundamental práctica. Mas la primera consagración puede decirse que no la hizo ella, sino que casi todo fue obra del Divino Corazón. Es interesante episodio, porque muestra claramente los dos estadios de devoción al Corazón de Jesús. El primero es el de la devoción corriente, que ella empezó a tener desde pequeña.

 

            «No me acuerdo - escribe - en qué momento comencé a conocer y amar al Corazón de Jesús. Las primeras imágenes que recuerdo haber visto en las habitaciones de mis padres y de mis hermanos fueron las del Sagrado Corazón de Jesús y la Santísima Virgen. También recuerdo cómo el mes del Sagrado Corazón era celebrado en nuestra Capilla, cuando yo era todavía muy pequeña. Se levantaba un altar, se le rodeaba de gran número de flores y velas, y se colocaba una estatua del Sagrado Corazón casi de tamaño natural. Siempre experimentaba yo una grande impresión cuando se sacaba la estatua de la caja en donde se guardaba. Este era para mí un día de gran fiesta. Podía tener entonces como siete u ocho años, o quizá menos. Esta imagen, unida al Santísimo Sacramento que se hallaba al lado, se imprimía en mi corazón, y poco a poco Nuestro Señor me atraía a Sí»[205].

 

Consagración perfecta

 

            Esto era a la edad de siete u ocho años o quizá menos; a los veintiuno (1884) comienza la segunda fase de la devoción al Corazón de Jesús la consagración completa. Veamos cómo refiere ella misma este suceso:

 

            «Oraba yo en la Capilla la mañana de la fiesta del Corazón de Jesús delante de esta imagen, a la cual desde mi infancia tenía tanta devoción. El mismo día se celebraba la octava de la fiesta de San Antonio, titular de la Capilla. El Santísimo Sacramento estaba expuesto. La imagen del Corazón de Jesús, rodeada de flores y de velas, se encontraba muy cerca del altar, del lado del Evangelio, y al orar delante de ella podía de una sola mirada ver también la sagrada Hostia en la custodia... Acababa de comulgar y, toda unida a Nuestro Señor, estaba embriagada de las delicia de su Corazón, cuando El con una voz que no se deja oír con los oídos del cuerpo, sino con esa voz interior que yo no conocía todavía y que hoy me es tan familiar, me dijo: Tú serás la esposa de mi Corazón».

 

            «No puedo decir lo que sentí; quedé consternada, anonadada, confundida, y al propio tiempo inundada de las olas de su amor. ¡Qué dichosos instantes! ¡La esposa de su Corazón! Pero ¿cómo? ¿cuándo? ¡Y yo tan pobre, tan miserable! ¡Oh mi Jesús! Vos solo sabéis lo que pasaba entre nosotros, y nadie lo comprenderá jamás».

 

            «El velo que cubría mi porvenir se levantó a estas palabras, bien que no lo comprendiese del todo... A partir de este momento no pensaba más que en el Corazón de Jesús, como en mi Esposo. Puse su Imagen sobre mi reclinatorio y sobre mi pupitre. ¡Qué consuelo cada vez que miraba a mi Esposo, qué intimidad entre nosotros! Vivía con Él, le decía todo, y Él estaba siempre lleno de misericordia y de bondad»[206].

 

            Aquí tiene el lector, como dijimos, las dos fases de devoción ordinaria y consagración completa. Claro está que en este caso el Señor fue quien por sí mismo hizo la consagración de su sierva, porque se trataba de un alma de misión extraordinaria; en los casos ordinarios habremos de hacerla por nosotros mismos con el auxilio del cielo. Aun esta santa religiosa renovó varias veces su consagración entera con fórmulas por sí misma preparadas.

 

Conclusión

 

            En los testimonios precedentes tres ideas se repiten: Primera, que la consagración es cosa necesaria en la práctica de la devoción al Corazón de Jesús. Segunda, que de tal manera es importante y necesaria, que ser perfecto amigo del Corazón de Jesús y estar consagrado a Él, por entero, se toman como sinónimos. Tercera, que las grandes promesas del Corazón de Jesús son para las personas consagradas. No es que a las no consagradas se les prive de las gracias de este culto, pues sabemos que hay promesas, p. ej., la de los Primeros Viernes, que no exigen que el hombre esté consagrado; pero las excelentes y espléndidas, las que dan a esta devoción hermosa aquella grandiosa magnificencia, de que en la primera parte hablamos, ésas no se pueden esperar sin consagración entera.

 

 

Capítulo II

 

CONSAGRACIÓN 1ª PARTE: ENTREGA DE TODO

 

SUMARIO. - 1. - ¿Qué es consagrarse?. - Según el nombre. - Un pacto. - El pacto y el Papa Pío XII. - Entrega de todo. - I. - Entrega del alma. - La libertad. - ¿Por qué a todos la libertad? - Gracia y gloria. - En las fórmulas. - Sta. Margarita. - B. Consolata. -  III. Entrega del cuerpo. - Sta. Margarita. - La idea de la salud. -  IV. - Entrega de las obras. - El testamento. - En otros pasajes. - El B. La Colombière. - Otros testimonios. -  V. Entrega de lo externo. - Sta. Margarita.

 

¿QUÉ ES CONSAGRARSE?

 

            Este vocablo: consagración, tomado en sentido ascético debe su vulgarización a la devoción del Corazón de Jesús. Pero suele acontecer que los nombres y las ideas al mucho vulgarizarse pierden fácilmente su fuerza y netitud primitivas; que no parece sino que en ellas se cumple en todos sentidos aquello de los dialécticos: de que las ideas cuanto ganan en extensión lo pierden en comprehensión. Algo parecido ha llegado a suceder con la de consagración. Ya se usan consagraciones para todos los santos y santas del paraíso.

 

            Naturalmente que consagrarse a todo el mundo es no Consagrarse a nadie, como consagrarse a veinte oficios es término equivalente de no consagrarse a ninguno. Pero con esto sucede que a la idea de consagración se le va esfumando ya su significado exacto, y así, aun al aplicarse al Sagrado Corazón, su propio y nativo objeto, resulta, a veces, una cosa muy diversa de la que deseaba Él. Urge, pues, concretar bien este punto, sobre todo siendo tan fundamental y de cuya mala inteligencia puede perder lo mejor de su eficacia esta egregia medicina.

 

Según el nombre

 

            ¿Qué es consagrarse al Corazón de Jesús? La misma palabra en su significación pura deberá ya decir algo; dice tanto, que con ella sola tendríamos la Idea substancial exacta de la consagración verdadera. ¿Qué significa, pues, en general, el nombre consagración? este vocablo se aplica a muchas materias; decimos consagrar un cáliz, o cualquier vaso sagrado. ¿Y qué se entiende con ello? Dedicarlo con ceremonia especial al culto divino de tal manera, que después es ilícito y sacrílego aplicarlo a usos profanos. Como se ve, envuelve dos elementos: aplicación positiva al culto divino y aplicación exclusiva al mismo, Con igual significación hablamos de consagrarse una persona a Dios en el estado religioso; dedicarse con una ceremonia o forma peculiar al servicio divino y solo a él; y por eso se renuncia a las cosas de este mundo. De nuevo aparecen los dos elementos positivo y exclusivo. Ya en sentido más vulgar decimos también que un hombre se ha consagrado a las ciencias o al comercio; que una madre de familia está toda consagrada al cuidado de sus hijos, etc, etc. ¿Y qué entendemos con ello? Que en cuerpo y alma se han entregado a esas cosas, de manera que eso es su preocupación, su trabajo, eso absorbe su existencia; que a eso se hallan dedicados, y a

eso solo, aplicación, pues, positiva y exclusiva, y cuanto más positiva y exclusiva tanto más consagración.

 

            Esto entendemos los hombres por consagrarse en todas las materias en que tal vocablo usamos; por consiguiente cuando el Corazón de Jesús pidió la consagración, sin duda que entendía bajo esta palabra lo que los hombres significamos con ella, según aquel principio capital de los exégetas: cuando Dios habla con los hombres, usa las palabras de los hombres en el mismo sentido en que los hombres las usan; pues de lo contrario no podríamos entendernos. Según eso, vea el lector lo que entre los hombres se entiende por consagrarse, cambie el objeto, aplíquelo al Corazón de Jesús y tendrá la consagración en su idea capital.

 

 Un pacto

 

            Pero como alguien pudiera pensar que, tal vez, el Sagrado Corazón cuando hablaba de consagración no pretendía usar esta palabra en su significación estricta, acudamos de nuevo a sus escogidos confidentes para ver qué entendían con este término.

 

            Según ellos, la consagración expresada en forma clara y concisa, puede reducirse a dos ideas capitales y maestras, contenidas primorosamente en aquellas palabras que el Corazón de Jesús repetía al P. Hoyos:

 

            «Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas»[207]. Fórmula por otra parte que en substancia expresa con frecuencia Santa Margarita:

 

            «El promete que todos los que se consagraren y sacrificaren a El...» (aquí pone diversas promesas y continúa) «tomando el cuidado de santificarlos y hacerlos grandes delante de su Padre eternal tanto, cuanto ellos se tomaren de trabajo por dilatar el reino de su amor en los corazones»[208].

 

            «Aquí tiene V. - decía al P. Croiset animándole a trabajar por dicho reino - el medio destinado, según me parece, a su santificación; pues a medida que V. trabajare en ello este Divino Corazón le santificará con su misma santidad»[209].

 

            «Y después de habernos entregado a Él del todo - escribía a la Hº. de la Barge - no debemos jamás volver a tomar lo que entregamos, y Él tendrá cuidado de santificarnos a medida que nosotros tomemos el de glorificarle»[210].

 

            Andaba la ferviente y activa Hª. Joly un poco preocupada, porque, enfrascada en los intereses del Corazón de Jesús, le parecía se olvidaba de sí misma, y contéstale la Santa:

 

            «¡Oh dichoso olvido que proporcionará a V. un eterno recuerdo de este amable Corazón! Según espero no se olvidará Él de V. y de lo que por Él hace... Debe considerar como gran dicha haber sido empleada en esta santa obra. No tema olvidarse de sí por esta causa, porque la verdadera disposición que El exige de aquellos que se emplean en este asunto, es precisamente el olvido de todo interés propio. El no la olvidará en su trabajo; (antes) la contempla con placer, y se aplica a purificarla y santificaría para unirla a si mismo perfectamente, mientras y. se ocupa en glorificarle»[211].

 

            Y, escribiendo a la M. Saumaise sobre el mensaje a Luis XIV, dice:

            «¡Qué feliz, pues, será él si toma gusto a esta devoción, que le asegurará un reino eterno de honor y de gloria en este Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo! Él tomará el cuidado de elevarle y hacerle grande en el cielo delante de Dios, su Padre, tanto cuanto este gran monarca lo tomare de realzar (relever) ante los hombres los oprobios y anonadamiento, que este Divino Corazón ante ellos ha sufrido; y esto hará tributándole y procurándole los honores, el amor y la gloria que El en este asunto espera»[212].

 

            ¡Cuántas veces, pues, viene a repetir en substancia Santa Margarita aquel: «cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas», en que dijimos estaba cifrada la consagración! Puede, por lo tanto, reducirse a un pacto o convenio de dos partes, que, puestas por orden inverso del que se hallan en la frase mencionada, son:

 

1)      Yo cuidaré de ti y de tus cosas.

2)      Cuida tú de Mí y de las mías.

 

 

 

El pacto y el Papa Pío XII

 

            El 28 de Octubre de 1945, S. S. Pío XII, dirigiéndose por radio a los católicos de la Argentina en su Centenario del Apostolado de la Oración, habla expresamente de la consagración al Corazón de Jesús, según le manifestó Nuestro Señor al P. Hoyos. Dice así, entre otras cosas, el Papa:

 

            «Vosotros, dignos hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia bajo el signo de Jesucristo. Pero hoy, en esta hora solemne, siguiendo principalmente el ejemplo de tantas naciones hermanas vuestras de lengua y de sangre, y de la misma gran madre de la Hispanidad, habéis decidido saltar a la vanguardia, al puesto de los que no se contentan con menos que con ofrecer todo. «Cuida tú de mi honra y de mis cosas», dijo un día Nuestro Señor a uno de sus confidentes, expresando el ideal de la consagración, «que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas...»

 

            «Hasta ayer, pues, podría decirse que erais todavía vuestros. Desde hoy sois, de una manera especial, de Jesucristo. Vos autem Christi! Hasta ayer disponíais de vuestra actividad y de vuestra libertad, de vuestras potencias y de vuestros bienes exteriores, de vuestro cuerpo y de vuestra alma. Desde hoy todo eso se lo habéis ofrecido al Divino Corazón, que quiere establecer su reino de amor en todos los corazones y destruir y arruinar el de Satanás. Pero, en cambio, desde ahora, cosa en realidad maravillosa, vuestras empresas lo mismo que vuestros intereses, vuestras intenciones lo mismo que vuestros propósitos, los toma El como suyos, y vosotros, saboreando por anticipado dones que son del cielo, si os abandonáis totalmente a Él y a su suavísimo imperio, podréis gozar de aquel paraíso de paz que para todo lo demás deja Indiferentes, porque todo en su comparación parece cosa despreciable».

 

 Entrega de todo

 

            Ahora bien, para que el Corazón Divino cuide de nosotros y de lo nuestro es preciso que entreguemos todo a El y en Él lo dejemos confiados, a fin de que disponga de todo como quisiere, sin atender para nada a nuestro gusto. Esta es la primera parte: donación universal. Esta donación de sí se encuentra a cada paso en los amigos del Corazón de Jesús.

 

            «Es preciso - escribe Santa Margarita – hacer a su Sagrado Corazón un entero sacrificio de sí misma y de todo cuanto de V. depende sin reserva...; darle la gloria de todo, tributarle acción de gracias así en el bueno como en el mal resultado de nuestras empresas, y quedar siempre contentas, sin inquietarnos por nada...

 

            Después de lo cual no debe V. ya mirarse, sino como perteneciente y dependiente del adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo... »[213].

 

            A la Hª. de la Barge vimos cómo, explicándole la consagración, le exigía:

 

            «Una vida de sacrificio, de abandono y de amor: de sacrificio de todo lo que sea a V. más querido y le cueste más; de abandono total de sí misma a los cuidados de su amorosa dirección, tomándole como guía en el camino de la salvación...»[214].

 

            «Os invito a que (le) hagáis una entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal, y de todo cuanto habréis de hacer y habéis hecho, a fin de que, después de haber Él purificado y consumido todo cuanto no le agrade, pueda disponer de ello según su gusto[215].

 

            «Una vez que Él me ha hecho la misericordia de consagrarme por sí mismo a su amor y a su gloria. no me cuido más de qué manera me trata; con tal que Él esté contento, esto me basta; sea que me levante o que me abata, que me consuele o que me aflija, todo me deja igualmente contenta en su contentamiento...; mi corazón, después de haberse enteramente abandonado al de mi soberano Dueño, le deja el cuidado de perfeccionarse a su modo, sin desear en esto más de lo que El me quiera dar»[216].

 

            La misma idea se repite sin falta, de una manera o de otra, en todas las fórmulas de consagración, así de la Santa como del P. de La Colombière, Croiset, Froment, Hoyos y María del Divino Corazón, etc.

 

 

ENTREGA DEL ALMA

 

            Es lo principal del hombre, lo primero que en manos del Corazón de Jesús se ha de poner, y lo primero que aparece de ordinario en todos los documentos. El alma y todo lo que a ella toca, es decir, sus facultades: memoria, entendimiento, voluntad y libertad.

 

La libertad

 

            Ésta parece fue lo que ya desde el principio pidió el Señor le consagrara Santa Margarita, aun antes de las manifestaciones de su Corazón Divino.

            «Él me pidió, después de la sagrada Comunión, que le reiterase el sacrificio que yo le había hecho ya de mi libertad y de todo mi ser; cosa que hice de todo corazón»[217].

 

            Como Nuestro Señor es tan respetuoso con la libertad humana, y, por otra parte, en la Santa quería obrar de modo muy eficaz, puede ser que, a fin de tener las manos libres - por hablar a nuestro modo - pidiese de antemano la voluntaria y libre entrega de la propia libertad.

 

            Así parece desprenderse de las palabras con que la Sierva de Dios da cuenta de la primera donación de la libertad que el Divino Corazón le demandó.

            «Habiéndome, pues, determinado por la vida religiosa, este divino Esposo de mi alma, temiendo todavía no me escapase de sus manos, preguntóme si consentía en que Él se apoderase y se constituyese el dueño de mi libertad, porque yo era débil. No opuse ninguna dificultad al consentimiento que me pedía, y desde entonces se apoderó tan fuertemente de mí libertad, que no he gozado más de ella en todo el resto de mí vida»[218].

 

Esta última idea aparece con frecuencia

 

            Así, escribiendo al P. Croiset, pide le diga con franqueza su opinión sobre las apariciones del Corazón de Jesús, pero añade:

 

            «Si bien puedo asegurar a V. que, aunque me diese a conocer que todo esto que fe he dicho no es sino ilusión y engaño, quedaría, no obstante, en paz respecto de ello, pues me parece que este soberano Dueño se ha constituido señor absoluto de mi espíritu y de mi corazón, sin que esté en mi poder hacer de ellos otro uso, ni excitar movimiento alguno, sino como a Elle place; porque de tal manera se ha apoderado de todas las potencias de mi alma, que le siento obrar en mí, tan independientemente de mi misma, que no puedo hacer otra cosa que adherirme y someterme a lo que El hace; así que, si estoy engañada, puedo decir a V. que lo estoy de verdad, pues no me he apartado de este engaño. Cualquier esfuerzo y resistencia que haya hecho a este espíritu, siempre ha quedado él victorioso del mío»[219].

 

            «Me hará V. el favor - dice en otra carta - de indicarme netamente su pensamiento, por razón del gran temor que siempre tengo de estar engañada, sin que me

pueda desengañar por más esfuerzos que haga, a causa de que este espíritu que me conduce ha tomado tan absoluto imperio sobre todo mi ser espiritual y corporal, que me parece que vive y obra en mí más que yo misma, y por más resistencia que le haga, no puedo estorbar sus operaciones»[220].

 

            «Confieso a V. - añade en la 133 - que este Soberano de mi alma ha tomado tal imperio sobre mí que, si es el espíritu del demonio, iré, en verdad, a parar hasta lo más profundo del infierno»[221].

 

¿Por qué a todos la libertad?

 

            Todo esto hace ver el dominio extraordinario que sobre la voluntad de la Santa ejercía el Corazón de Jesús. Esta misma consagración de la libertad pide a todos sus amigos, y quién sabe si lo hará con intento parecido; pues como por este medio pretende llevar rápidamente las almas a la perfección, y para ello será, a veces, necesario intervención algo fuerte sobre nuestra torpe y rebelde voluntad, no parece inverosímil pensar que pida con este intento la libre entrega de ella. Y nótese de paso por vía de coincidencia curiosa, que San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios, hablando al principio de las cosas que deben tener en cuenta el que da los Ejercicios y el que los recibe, dice en la anotación 5ª:

            «La quinta: al que recibe los Ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad»[222].

 

            Quiere el Santo se empiecen los Ejercicios con una especie de consagración de sí, y en ella lo primero que se debe ofrecer es la libertad. También al terminar los Ejercicios, en el primer punto de la Meditación para alcanzar amor, pide que se haga otra especie de consagración más completa que la precedente, y que es bien conocida:

 

            «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer: Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia que esto me basta[223].

 

            Es una hermosa consagración; se ha de hacer de veras, según el Santo: «afectándose mucho». Véase, pues, que San Ignacio parece que comienza y cierra los Ejercicios con sendas consagraciones; y en ellas lo primero que aparece es la libertad. Al consagrar, pues, al Corazón de Jesús nuestra alma, hay que consagrarle la libertad, lo propio que la memoria, el entendimiento y la voluntad, como dicen casi todas las fórmulas y documentos; pero no es éste el punto principal en lo que atañe al espíritu; hay otro más importante.

 

Gracia y Gloria

 

            Cuanto una cosa sea para nosotros más cara y mayor solicitud pueda causarnos, con tanto mayor empeño la pide el Divino Corazón. Esto cabalmente ocurre con la salvación eterna de nuestra alma en el cielo y su santificación en la tierra. Es el asunto de mayor trascendencia que tenemos, y el que por consiguiente, mayor importancia tiene en esta primera parte de la consagración que venimos explicando. Debemos remitir a los cuidados amorosos del Corazón de Jesús, con toda la confianza segura de un pequeñuelo en los brazos de su madre, nuestra salvación eterna, nuestro grado de gloria en el cielo y de virtud en la tierra, nuestros progresos, nuestras flaquezas y miserias, en una palabra: toda esta máquina complicadísima de nuestro interior, para que Él sea en adelante el principal Director, el que haga y deshaga, quite y ponga según fuere de su agrado. Y aunque se ha de trabajar con toda la diligencia posible por adelantar en la vía del espíritu, según diremos más largamente después, el resultado debemos abandonarlo con entera confianza al Sagrado Corazón, no queriendo más de lo que El quisiere darnos, ya que nuestro bien individual ha de ser asunto suyo. Más adelante hemos de completar esta idea.

 

En las fórmulas

 

            En este pensamiento abundan los escritos de los grandes amigos del Corazón de Jesús. Léase la llamada «Consagración breve» de Santa Margarita, y se verá cómo casi toda ella se ocupa en abandonar al cuidado del Divino Corazón la vida espiritual:

 

            «Os tomo, pues, ¡oh Sagrado Corazón...!, por mi seguro de salvación, el remedio de mi fragilidad, el reparador de todos los defectos de mi vida... Sed, pues, ¡oh Corazón bondadoso!, mi justificación para con Dios... ¡Oh Corazón de amor!, yo pongo toda mi confianza en Vos, porque todo lo temo de mi malicia, mas lodo lo espero de vuestra bondad. Consumid en mi todo cuanto os pueda desagradar o hacer resistencia»[224].

 

            Igual espíritu anima la consagración del B. La Colombière:

 

            «Siento en mí gran voluntad de daros gusto (¡Oh Sagrado Corazón de Jesús!) y gran impotencia de conseguirlo sin mucha luz, y sin un socorro muy particular, que no puedo esperar más que de Vos. Señor, haced en mí vuestra voluntad; veo que me opongo a ella, pero bien quisiera, como creo, no oponerme más. Vos lo haréis todo, Divino Corazón de Jesucristo; Vos solo tendréis toda la gloria de mi santificación, si me hago santo; lo veo más claro que la luz del día; será para Vos una gran gloria; por esto solamente quiero desear y deseo aun mi propia perfección»[225].

 

            Esta idea parece la tenía muy grabada el B. La Colombière, pues al partir para Inglaterra la dejó como resumen de sus enseñanzas a Santa Margarita:

 

            «Debe V. acordarse - escribe - que Dios exige de V. todo y no exige nada. Exige todo, porque quiere reinar sobre V., como en un terreno (dans un fond) que es de El en todas maneras; de suerte que El disponga de todo, que nada le resista, que todo se pliegue, ,todo obedezca a la menor señal de su voluntad. El no exige nada de V., porque quiere hacerlo todo en V., sin que V. se entremeta para nada en ello, contentándose de ser la materia sobre la cual y en la cual, opere El, a fin de que toda la gloria sea suya, y El solo sea conocido, alabado y amado eternamente»[226].

 

En Santa Margarita

 

            De ello están llenas sus cartas: «Él quiere poseer todo sin reserva y hacer todo en nosotros sin resistencia de nuestra parte. Entreguémonos, pues, a su poder, con fiémonos a El, dejémosle hacer y veremos cómo emplea infaliblemente todos los obreros necesarios para nuestra perfección, de tal manera que la tarea estará pronto acabada, si nosotros no le ponemos obstáculos. Porque frecuentemente por querer hacer demasiado echamos todo a perder, y le obligamos a que nos deje hacer y a retirar - se disgustado de nosotros»[227].

 

            «Dejémosle hacer - escribe a una religiosa - en nosotros, de nosotros y por nosotros según su deseo, a fin de que nos perfeccione a su modo, y nos modele a su gusto»[228].

 

            «El es muy sabio, y cuando nos abandonamos a su dirección y le dejamos hacer, nos hace andar mucho camino en poco tiempo sin que nos demos cuenta de ello, si no es por los combates que su gracia empeña continuamente contra nuestra naturaleza inmortificada»[229].

 

            Ya vimos arriba cómo, explicando a la Hª. de la Barge la consagración, le decía que el Divino Corazón reclama:

 

            «Abandono total de sí misma a los cuidados de su amorosa providencia, tomándole como guía en el camino de la salvación. Además, no hará V. nada sin pedirle su socorro y su gracia, que espero le dará tanto, cuanto V. de El se fiare»[230].

 

            Y la Santa confesaba de sí misma:

 

            «Mi corazón... después de haberse abandonado enteramente al de mi soberano Dueño, le deja además el cuidado de perfeccionarlo a su modo, no deseando en esto más de lo que Él me quiera dar»[231].

 

            «Una sola cosa nos es necesaria: el puro amor de Dios con el de nuestra adyección, abandonándonos a la amorosa providencia del sagrado y amable Corazón de Jesús, para dejarnos conducir y gobernar a su gusto. Él tendrá mucho cuidado de proporcionarnos cuanto es necesario para nuestra santificación, con tal que nos apliquemos a recibirlo bien según sus designios»[232].

 

En Benigna Consolata

 

            De una manera tierna y delicada por extremo pedía el Corazón de Jesús a Benigna Consolata esta entrega del alma con sus faltas y miserias:

 

            «Benigna,[233] ¿dónde puedes encontrar un corazón que te ame más? ¿Dónde, Benigna, dónde? Mi Corazón es un abismo de misericordia, ¿y tú no lo conoces todavía?, ¿no has hecho ya tantas veces feliz experiencia de ello? Sí, Benigna; proporcióname el consuelo de darme tus miserias. Yo quiero hacer contigo el Trapero, esto es, el que se lleva los trapos viejos y encima paga al que se los da. Si tú me das tus miserias, Yo te pago, tú te quitas de encima un enredo (un imbroglio) a Mi me das un placer; pero es necesario vendérmelas con un acto de humildad profunda, no despechada sino sentida; y luego, Benigna mía, de estas cosas de que no sabrías qué hacer, Yo hago que resulte algo útil para las almas. Deja hacer a mi amor. Llámame como quieras: o el Trapero del amor o el de la misericordia, las dos cosas me agradan: Amor y Misericordia son como la respiración de mi dulcísimo Corazón. Yo aspiro, esto es, atraigo a Mí las miserias de mis pobres y débiles criaturas, para consumirlas en el fuego de mi divina Caridad, y después respiro, esto es, envío fuera de mi dulcísimo Corazón aquel fuego que lo devora, y que es capaz de inflamar muchos corazones. Yo tengo necesidad de consumir miserias de mis pobres y débiles criaturas, y no me canso jamás de lavar y relavar las almas, porque las lavo con mi preciosísima sangre. Tú no puedes creer, oh Benigna, el placer que experimento en hacer de Salvador, es todo mi contento, y fabrico las más bellas obras maestras precisamente de aquellas almas que he tomado de más bajo, más de entre el fango, porque tengo más materia, tengo más cosas sobre que trabajar»[234].

 

            Es difícil hallar páginas más bellas.

 

            «Este Dios de amor - dice en otra parte - no busca sino miserias que consumir, imperfecciones que destruir, voluntades flacas que fortificar, buenos propósitos que robustecer... »[235].

 

            «Todo contribuye a trabajar un alma, todo; aun sus mismas imperfecciones son en mis manos divinas como unas piedras preciosas, por razón de que las cambio en actos de humildad, que hago hacer al alma; de esta manera, si el alma se presta a mis designios de amor, las imperfecciones quedan en un instante trocadas. Si los que edifican las casas pudiesen cambiar los desperdicios y escombros en otro tanto material de construcción, ¡qué felices se considerarían! Pues bien, el alma fiel lo puede con mi ayuda; y hasta las faltas más graves y vergonzosas, lloradas, resultan piedras fundamentales del edificio de su perfección»[236].

 

Hasta aquí la sierva de Dios

 

            Todo esto nos ha de mover a depositar en manos tan hábiles y diestras todo el asunto de nuestra santificación, con fe y seguridad firmísimas.

 

 

ENTREGA DEL CUERPO

 

Santa Margarita

 

            Después del alma hemos también de poner en manos del Corazón de Jesús nuestro cuerpo con todo lo que a él atañe: salud, vida, etc., según lo afirman concordes los amigos del Sagrado Corazón.

 

            «Yo N. N. - dice la llamada «pequeña consagración» de Santa Margarita - doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi vida...»[237]. A una de sus novicias, exhortándola al abandono perfecto, le dice: «Abandono en lo que se refiere al cuerpo, aceptando y recibiendo indiferentemente así la enfermedad como la salud, el trabajo como el reposo...»[238]. Parece que una religiosa ursulina le había preguntado algo respecto de su muerte, y la Santa le responde: «Y cuanto al segundo articulo, que se refiere a su muerte, abandone V. eso a la Providencia del cielo, sin querer penetrar en el secreto de Dios... ».[239]

 

            «Os invito – escribía a la Hª. de la Barge - a que hagáis (al Sagrado Corazón) una entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal... »[240]. «Yo os consagro mi persona y mi vida... », decía el P. Croiset en su fórmula[241]. «Yo os consagro mi cuerpo y mi alma», escribe en la suya el Padre Froment. Lo mismo afirma la M. María del Divino Corazón: «Os consagro mi cuerpo con todos sus sentidos...»[242].

 

La idea de la salud

 

            La consagración del cuerpo, salud y vida.., tiene también su importancia; porque es increíble el estrago que produce en la vida espiritual la idea de la salud, cuando llega a apoderarse del alma, una verdadera calamidad para sí y para los que la rodean. Es una idea despótica que ocupa el campo de la conciencia, y mata a cualquiera otra que quiere edificar en ese infeliz solar. Viene de una sobreexcitación morbosa del sistema nervioso, que la misma idea fija agrava de día en día.

 

            Cierto, que a veces, y aun quizá frecuentemente, hay verdadera enfermedad; pero entonces la preocupación continua por la salud hace que la poca - más o menos - que uno tiene la ocupe toda en cuidarse o en pensar cómo se cuida; con esto viene rápidamente a perderla, con permisión de Dios justamente merecida, porque si tan mal emplea la poca salud que tiene, mejor es no le conceda ninguna y puesto que no hace nada, al menos lleve la cruz.

 

            Y ¿qué es lo que la consagración exige?

 

            Exige que tomemos los medios ordinarios y corrientes para conservar las fuerzas mientras estamos sanos, y los remedios que la razón o la obediencia demandan para recuperarlas cuando las hubiéremos perdidos porque Dios pide siempre la cooperación del hombre en lo que el hombre por sí mismo puede hacer; pero después es preciso aplicar aquí también los principios generales de la paz y el abandono que rigen toda esta primera parte, y que hemos de tratar más adelante.

 

 

ENTREGA DE LAS OBRAS

 

            Después del alma y del cuerpo hemos de ofrecer al Corazón de Jesús todas nuestras acciones virtuosas: en pos del árbol, los frutos. Todas las obras buenas y sufrimientos pasados, presentes y por venir; las que otras personas ofrecieren por nosotros durante nuestra vida, los sufragios después de nuestra muerte: todo hay que ponerlo en sus manos sacrosantas, para que disponga de ello en favor de las personas que guste y en la forma que le agrade, como señor absoluto.

 

El testamento

 

            Esta consagración fue una de las primeras cosas que el Corazón Divino pidió a Santa Margarita. Es un pasaje instructivo.

 

            «Una vez mi Soberano Sacrificador me pidió que hiciese a su favor, por escrito, un testamento o donación entera y sin reserva, según ya se la había hecho de palabra, de todo cuanto pudiese hacer y sufrir, y de todas las oraciones y bienes espirituales que se hicieran por mi; así durante mi vida, como después de mí muerte, y me ordenó pidiese a mi Superiora[243], si quería servir de notario en este acto; que El se encargaba de pagarle bien (sólidamente), y que, si ella rehusaba, me dirigiese a su siervo el R.P. La Colombière. Mi Superiora, sin embargo, quiso hacerlo, y habiéndolo presentado a este Único Amor de mi alma, mostró gran gusto por ello, y me dijo que esto era porque quería disponer de estas cosas según sus designios, y en favor de quien le agradare; pero que, como su amor me había despojado de todo, Él quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo una donación en aquel instante, haciéndomela escribir con mi sangre, según Él me la dictaba, y después la rubriqué sobre mi corazón con un cortaplumas, escribiendo allí el sagrado nombre de Jesús. A continuación me dijo que El tendría cuidado de recompensar centuplicada - mente todo el bien que se me hiciere, como si fuera hecho a El mismo, puesto que yo no tenía ya sobre ello ningún derecho; y que como recompensa a la que había redactado el testamento en su favor (la Madre Greyfié), El quería darle el mismo premio que a Santa Clara de Montefalco, y para esto uniría a las acciones de aquélla los méritos infinitos de las suyas, y, por medio del amor a su Sagrado Corazón, le haría merecer la misma corona»[244].

 

            Lo primero que de este lugar se deduce es que el Corazón de Jesús exige la donación: «de todo cuanto pudiese hacer y sufrir», dice la Santa; y no solamente lo personal de cada uno, sino: «de todas las oraciones y bienes espirituales - añade - que se hicieren por mí, así durante mi vida, como después de mi muerte».Y esto lo pidió con mucho empeño, según aparece por la forma solemne con que mandó que se hiciese, por las grandes recompensas con que prometió premiarlo, por el agrado singular que mostró después, etc. Además, es cosa notable el premio singular a la M. Superiora por su papel de notario en aquel acto, y que dice mucho en favor de la devoción al Sagrado Corazón en general, y en particular de esta parte de la consagración.

 

            También es preciso reparar en las palabras que añadió el Corazón de Jesús:

 

            «Que, puesto que su amor me habla despojado de todo, El quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto una donación, y me ordenó escribirla con mi propia sangre, según El me la dictaba».

 

            Las Contemporáneas en la vida de Santa Margarita insertan el texto de esta donación, y dice así:

 

            «Yo te constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros por tiempo y eternidad, permitiéndote usar de ellos según tu deseo; y te prometo que no te faltará mi socorro, sino cuando a mi Corazón falte el poder. Tú serás para siempre su discípula amada, el juguete de su voluntad y el holocausto de sus deseos; y Él solo será el objeto de todos tus deseos, el que reparará y suplirá tus defectos y cumplirá tus obligaciones»[245].

            No es fácil averiguar a punto fijo en qué forma realizaría Nuestro Señor aquello de: «te constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros..., permitiéndote usar de ellos según tu deseo», pero realícelo en la forma que lo realizare, se ve que aquí ha de ir envuelta alguna concesión grande.

 

En otros pasajes

 

            Son muchos aquéllos en que Santa Margarita hace alusión a este episodio y que prueban lo en serio que lo tomaba. Así, hablando al Padre Croiset de aquella unión de obras buenas, que el Corazón Divino deseaba existiese entre sus amigos, dice: «Sin embargo, vea V. si acepta esta manera de unión en la forma susodicha; y si quiere V. que permanezca, es necesario que haga V. la misma donación al Sagrado Corazón de Jesús el día que V. le ofreciere el primer Santo Sacrificio en su Misterio de amor[246], consagrándose y dándose todo a este Divino Corazón de amor, para amarle, glorificarle y procurarle todo el amor y la gloria de que por sí mismo le haga El capaz, sea de palabra o por escrito, a fin de que por estos medios constituya a V. igualmente participe de sus tesoros infinitos, mediante los cuales espero que le hará exclamar eternamente: Misericordias Domini in aeternum cantabo»[247].

 

            La Santa, pues, exigía al P. Croiset la misma donación que ella había hecho, a fin de que, mediante ella y lo demás que pertenece a la consagración, el Corazón de Jesús le hiciese «igualmente partícipe de todos sus tesoros infinitos».

 

            La M. de Soudeilles había mostrado deseos de entrar asimismo «en particular sociedad de bienes» con la Santa, y ésta le contesta:

 

            «Puedo asegurar a V. que no hago cosa buena, pero Dios es tan bondadoso que permite me apropie el tesoro de los verdaderos pobres, que es el Sagrado Corazón de Jesús; cuya celestial abundancia puede satisfacer sin escasez nuestra necesitada indigencia. Con este precioso bien es con lo que debemos hacer nuestra asociación, poniendo en este Sagrado Corazón todo el bien que podamos efectuar con su gracia, para cambiarle con los suyos, que hemos de ofrecer al Eterno Padre en lugar de los nuestros»[248].

 

            En primer lugar, pues, llama al Corazón de Jesús: «el tesoro de los verdaderos pobres» y que por ser ella tal, Dios permitía que se lo apropiase; ahora bien, la Santa era pobre, porque todo lo había dado al Divino Corazón; ésta es la razón que da ella ordinariamente, ésta fue la que dio el Sagrado Corazón al hacerle donación de sus tesoros: «Que, puesto que su amor me había despojado de todo, El quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto donación». El Corazón de Jesús, pues, es el tesoro de los que todo lo entregan; El da sus tesoros a quienes le dan los suyos, porque Nuestro Señor no quiere que sus criaturas le venzan en generosidad. ¡Qué cambio tan ventajoso para nosotros! ¿Qué son nuestros pobres bienes espirituales comparados con la riquísima mina de ese Corazón Divino?

 

 

 

 

El B. La Colombière

 

            Esta misma donación aparece clara en la fórmula de consagración del B. La Colombière:

 

            «Ofrezco a este Corazón Sagrado todo el mérito y toda la satisfacción de todas las Misas, oraciones, actos de mortificación, prácticas piadosas, actos de humildad, de obediencia y de todas las demás virtudes que practicare hasta el último momento de mi vida. No solamente todo esto será para honrar al Sagrado Corazón de Jesús y sus admirables disposiciones, sino que aun le ruego humildemente acepte la entera donación que le hago de todo, para que disponga en el modo que más le agradare y en favor de quien fuere servido. Y como tengo cedido a las benditas ánimas del Purgatorio todo cuanto haya en mis acciones capaz de satisfacer a la divina justicia, deseo que les sea distribuido según el beneplácito del Corazón de Jesús».

 

            «Esto no me impedirá cumplir con las obligaciones que tengo de decir Misas y de rogar por ciertas intenciones que la obediencia me señale, ni aplicar por caridad algunas Misas a los pobres o a mis hermanos y amigos que me lo pidieren; mas, como he de valerme entonces de un bien que no me pertenece, quiero, como es justo, que la obediencia, la caridad y las demás virtudes, que con estos actos practiques sean todas del Corazón de Jesús; en El hallaré el valor para ejercitar estas virtudes, las cuales, por consiguiente, le pertenecerán sin reserva»[249].

 

            Aquí tiene el lector expuesta con exactitud la idea, y resueltas por persona tan autorizada algunas dudas que pueden sobrevenir en la práctica.

 

            Suele versar la primera acerca del llamado: «Voto de ánimas», que algunas personas tienen hecho, como lo tenía el B. La Colombière. A ésta ya ha respondido él muy bien. La segunda tiene lugar en personas religiosas, que por obligación de regla han de ofrecer ciertas obras por determinados fines. En este caso la solución es sencilla: lo que manda la obediencia lo manda el Corazón de Jesús; por consiguiente, Él es quien propiamente dispone de aquellas obras, y el religioso es puramente ejecutor.

 

            Cuando no hay precepto alguno, sino que solas la caridad, o amistad, etc., parecen pedirlo, puede uno proceder de dos maneras: una es la que propone el B. La Colombière, o sea, que el ofrecimiento se haga con la condición de reservarse uno la libertad de disponer de sus obras en determinados casos. La otra puede ser la de Santa Margarita: no hacer excepción alguna, y cuando se presentare uno de esos compromisos, ofrecer los sufragios que se quieran, pero condicionalmente: «Ya sabéis, Señor, que todo es vuestro, no mío; sin embargo, me parece que debo en esta ocasión disponer de vuestra hacienda en favor de tal persona; mas como Vos sois el dueño, si no os agrada la aplicación a este objeto, no lo hagáis». Y no se crea que semejante condición desvirtúa el ofrecimiento, porque ella va siempre implícita en todas las promesas de este género aun sin la consagración, por razón de que no consta de cierto que Dios aplique todos los sufragios y obras buenas por las intenciones que nosotros deseamos en todos y cada uno de los casos, aunque es de creer que lo hará de ordinario, como lo hará asimismo de ordinario en el caso de la consagración al Sagrado Corazón, ya que ha prometido con frecuencia tener un particular cuidado de las cosas, intenciones, deberes, etc., de las almas consagradas.

 

            En sacerdotes seculares puede ocurrir alguna duda sobre la aplicación de las Misas. Cuando se ha recibido estipendio por alguna, se cae de su peso que es obligación de justicia ofrecerla por la intención del donante. Pero en manos del sacerdote estará determinar de antemano, si todas las Misas del año las ha de ofrecer por otros, o si ha de reservar algunas que sean íntegras para el Corazón de Jesús. Las necesidades personales y las de su parroquia le dirán qué ha de hacer en cada caso. Además, aun Misas que se ofrecen por intención obligada pueden ser, si se quiere, para el Corazón Divino, empleando el estipendio en contribuir de algún modo a su reinado. Más todavía; muchas de las Misas se encargan por el descanso de un alma; ahora bien, como quiera que de las partes impetratoria y satisfactoria del divino Sacrificio solo esta última es aplicable a los difuntos, la otra puede quedar a disposición del Corazón de Jesús. Viceversa, si la Misa se ofreciere por los vivos, puede quedar libre para el Corazón de Jesús la parte de los difuntos. Porque en todos los casos la segunda intención queda, de ordinario, a merced del sacerdote, cosa que no debe despreciarse, pues a veces vale tanto como la intención primera, v.gr.: cuando ésta no tiene objeto, como acontece en el caso de una Misa ofrecida por el alivio de un alma que ya está en el cielo o que se haya condenado.

 

            Esta donación de las obras buenas al Corazón de Jesús no es incompatible con la Esclavitud mariana, porque el ofrecer a la Virgen nuestras obras lleva siempre implícita la intención de que sea para que esta buena Madre disponga de ellas según fuere mayor gusto de su Hijo; ni jamás esta divina Señora, la más santa de todas las criaturas, procede de otra manera. Todo va a parar a Dios en ambas consagraciones, como así debe ser y así es, porque Dios es el fin último; pero en la Esclavitud mariana se ofrece por mediación de María, cosa muy buena y que todos los que se consagran al Corazón de Jesús deberían hacer en alguna forma. Pero, como algunas personas se intranquilizan con estas cavilaciones, dando y tomando sobre si se disgustará la Virgen o el Corazón de Jesús, lo mejor es que hagan su consagración completa al Divino Corazón, continúen con la Esclavitud mariana, y dejen por lo demás que el Hijo divino y su Madre benditísima se convengan entre sí como les parezca bien.

 

Otros testimonios

 

            Del mismo modo que en la fórmula de consagración del B. La Colombière esta donación de las obras aparece también en la del P. Croiset:

 

            «Yo os consagro mi persona y mi vida, mis acciones, mis trabajos y sufrimientos, etc.»[250].

 

            Lo propio se ve en la de la M. María del Divino Corazón. «Os consagro todos mis pensamientos, palabras, obras y sufrimientos, etc.»[251].

 

            En fin, es precioso el testimonio de Benigna Consolata:

 

            «Ahora, óyeme -díjole un día Jesús -: quiero pedirte en cambio del amor infinito que te tengo un testimonio particular de afecto. Quiero que te ofrezcas de un modo especial a mi Corazón Divino por la salvación de los pobres pecadores; unirás la obra a la oración, y así obtendrás más fácilmente lo que con ardor deseas y que de la misma manera deseo yo: la conversión de los pobres pecadores. Se trata de hacerme un generoso sacrificio, a saber: ofrecerme aquella parte de méritos, que todavía te sobran de la donación que me has hecho a favor de las almas del Purgatorio, mediante el acto heroico de caridad. Quiero tomártelo todo; de lo tuyo no te quedará ya nada: ni de lo que hagas, ni de lo que sufras; todo lo debes dejar a mi disposición, a fin de que Yo lo distribuya, como crea mejor y más oportuno, a favor de aquellas almas cuya conversión anhelas. Oferta tan generosa te merecerá las más escogidas bendiciones de Dios, y te hará participe de la alegría de la corredención; porque así sacrificas todo lo que haces, todo lo que puedes y todo lo que eres a favor de estas pobres almas, las cuales, gracias a ti, obtendrán de mi Corazón amante, misericordia y perdón. Pero se requiere generosidad absoluta, generosidad en no limitar los sacrificios, aun los más costosos; quiero que tengas un santo escrúpulo en dejar alguno sin ofrecérmelo; cuanta mayor repugnancia sientas, más gracias especiales merecerás. Que te sea esta promesa estimulo saludable, para que de ahora en adelante no tengas más dudas o vacilaciones ante la prueba; con un corazón generoso acéptala, sopórtala, y por premio obtendrás aquello que de Mí esperas y anhelas»[252].

 

¿Por qué ofrecer las obras?

 

            Y ¿para qué desea el Corazón de Jesús que le entreguemos nuestros míseros haberes? Santa Margarita refiere al P. Croiset esta escena del testamento, y dice:

 

            «Que Él recibía un singular placer en disponer de las oraciones y sacrificios de la santa Misa que se ofreciesen a mi intención, que no es otra que la suya, y me dio a entender que suscitaría muchas de estas almas que rogasen por mí, a fin de que yo tuviese medios de formarme un tesoro; pues aunque eran bienes suyos, El quería tener el placer de distribuirlos a su gusto, como si se tratase de un don que hubiese recibido. Y vea V. por qué aquellos que me hacen algún bien espiritual, no solamente participan de las riquezas inmensas de su Corazón, sino que además le procuran gran placer»[253].

 

            De manera que el intento del Sagrado Corazón de Jesús es tener un tesoro, formado de los bienes de sus amigos, del cual pueda disponer según le agrade. Pero si Él es infinito ¿para qué reunir un tesoro semejante? Porque no quiere redimir el mundo, ni establecer su reinado por Sí solo, sino ayudado de los hombres; en primer lugar, a causa de que éstos son miembros suyos, y la obra debe ser no de la cabeza sola, sino del Cristo completo; y en segundo lugar, con objeto de honrarnos, elevándonos a la dignidad excelsa de corredentores con El. Por eso, al modo como ha querido que los hombres completasen su apostolado y su sagrada pasión, desea también que completen el tesoro de sus méritos divinos. Esta cooperación de los hombres es de mucha trascendencia; porque la parte de Cristo ya se puso, para reinar, pues, sólo le falta la nuestra; por eso no es de extrañar que tanto deseo muestre por aumentar el tesoro de las cooperaciones humanas. ¡Cuánto ha de movernos esta causa a acrecentar sin descanso ese tesoro divino! Ya vimos cómo indicaba esta razón a Benigna Consolata.

 

            Otra muy propia de la generosidad del Sagrado Corazón apunta Santa Margarita. Después de exhortar a la Hª. de la Barge a hacer la donación indicada, añade:

 

            «Porque Él exige ordinariamente esto de sus más queridos amigos, de cuyo número creo a V., a fin de que, habiéndole dado todo sin reserva, Él pueda enriquecerlos de sus preciosos tesoros»[254].

 

            Parece que, deseando el Divino Corazón dar sus tesoros a los hombres, y siendo, quizá, ley suya entregarlos solamente a quien le entregue sus bienes, mediante la consagración entera, tiene un empeño especial en que las almas le hagan semejante donación, para de este modo poder El con toda legalidad - por expresarnos así - constituirlos herederos de sus bienes.

 

ENTREGA DE LO EXTERNO

 

            A saber: familia, ocupaciones, oficio, negocios, bienes de fortuna, etc. Las fórmulas de consagración y los escritos de los amigos del Corazón de Jesús no insisten en este punto tanto como en los pasados, porque ante los ojos de aquellas almas de Dios estas cosas terrenales significaban muy poco, y así no les parecía que merecía la pena de que en ellas se insistiese, estando ya incluidas en la donación de todo, que tantas veces repiten; pero como por desgracia no estamos nosotros tan despegados como ellos de todo lo de acá abajo, y con frecuencia estas cosas nos preocupan y distraen, impidiendo que nuestros anhelos, amores y pensamientos estén fijamente en Dios, es preciso declararlas en nuestra consagración; y cuanto más nos costare dejar la preocupación y apego excesivo de algo, más determinadamente debemos consagrarlo.

 

Santa Margarita

 

            Explicando la Santa a la M. de Soudeilles la consagración, le dice que no debe:

            «Emprender nada jamás sin pedir antes consejo y socorro (al Corazón de Jesús), dándole la gloria de todo, y tributándole acciones de gracias, así en el malo como en el buen suceso de nuestras empresas, quedando siempre contentos y sin inquietarnos por nada; pues con tal que este Divino Corazón sea contento, amado y glorificado esto nos debe bastar»[255].

 

            Aquí se ve, por una parte, la diligencia que se debe poner en nuestros asuntos, pues quien pide luz y socorro al cielo en ellos, señal es de que quiere hacerlos bien; y por otra parte la resignación, la paz, la conformidad acerca del resultado.

 

            Acababa de ser elegida Superiora de Moulins la misma M. Soudeilles y pidiendo a la Santa consejos para acertar en su cargo, ésta le responde:

 

            «Cuando Él eleva a semejante dignidad, quiere un entero despojo de todo propio interés, dejándole el cuidado de nosotros mismos, para no pensar sino en hacer bien su obra, ni mirar en todo otra cosa que su mayor gloria, ni amar sino por el amor del Sagrado Corazón de Jesucristo, ni obrar sino por su espíritu, dejándole vivir, reinar y hacer a Él mismo cuanto nos fuere posible, pues me parece que nada hay tan temible y difícil como el dar cuenta de otros... Es verdad, mi querida Madre, que su obligación es grande ahora, y que su peso no puede ser suavizado sino por Aquél que ha prometido hacer su carga ligera; pero esto se entiende cuando El nos la impone por su elección; entonces sostiene por Sí mismo el peso de ella, haciéndose nuestra fuerza y nuestro sostén, y aun, como un padre bondadoso (débonnaire), excusa frecuentemente nuestra fragilidad; y así nosotros no debemos temer nada entre sus sagrados brazos, con tal que, desconfiando de nosotros mismos todo lo esperemos de Él. Cuanto viene de la criatura es de temer, y no conviene que de ello nos fiemos. Me agrada que nuestro Divino Maestro haga ver a V. estas circunstancias que agravan el peso de la carga, porque desea que le sirvan de ocasión para recurrir con más frecuencia a su bondad, la cual hará que todas esas cosas se tornen para gloria suya y bien de V., si secunda sus designios, como creo que lo hace»[256].

 

            Como se ve por los textos aducidos, en todos estos asuntos, lo propio que en los demás, hemos de poner toda nuestra diligencia como si el éxito dependiera de nosotros solamente, mas después el resultado abandonarlo con paz, fe y conformidad al cuidado del Corazón de Jesús.

 

 

Capítulo III

 

VIRTUDES DE LA PRIMERA PARTE

 

SUMARIO. - I. - Olvido de sí mismo. - Un núcleo. - A) Testimonios. - El B. La Colombière. - Sta. Margarita. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - B) 1ª Significación: no inquietarse. - C) 2ª. Significación: desinterés. – C) 1ª La tradición. - 2.ª La exageración. - 3.ª El justo medio. - ¿Por qué? - Otro extremo. – 4ª. En esta devoción. - Nada de quietismo. – Dos aspectos de lo nuestro. - Nada de semiquietismo. - Apéndice. - El amor a la propia abyección. - II. - La confianza. - Virtud básica. - Sta. Margarita. - A ciegas. - ¿Por qué a ciegas? - Benedicto XV. - Benigna Consolata. - III. - La paz del alma. - Sta. Margarita. - B. La Colombière. - P. Hoyos. - ¿Cuál es la causa? - Virtud muy mesiánica.

 

 

EL OLVIDO DE SI MISMO

 

Un núcleo

 

            Hemos ido especificando en las páginas pasadas las cosas capitales, cuyo ofrecimiento constituye la primera parte de la consagración personal.

 

            Pero lo importante aquí no está en la materialidad de la oferta, que en sí no parece incluir notable dificultad, sino en un cierto espíritu, en unas cuantas ideas y sentimientos que a manera de atmósfera la bañan y la penetran, constituyendo su nervio y finalidad, ya que a la consecución de este espíritu va ordenada toda aquella batería de ofrecimientos diversos. Y ese núcleo o meollo, ¿en qué consiste? En dos o tres principios muy trabados entre sí y que en todas las grandes almas del Corazón de Jesús, sobre todo, en Santa Margarita y en aquel grupo de apóstoles que bullían en torno suyo, aparecen de continuo, y que pueden compendiarse en esta frase: o Rv/do absoluto de el mismo y de todo interés propio, pero abandonado que seguro en manos del Sagrado Corazón. Como éste es uno de los grandes ejes, en torno de los cuales gira esta máquina admirable, parece muy necesario ilustrarlo y comprobarlo con bastantes documentos. Su lectura y meditación nos podrá servir también para ir empapando más y más la mente y el corazón en estas ideas y sentimientos.

 

 

 

 

 

 

 

 

A) TESTIMONIOS

 

B. La Colombière

 

            En su fórmula de consagración, que fue también la que autorizaron con su práctica los Padres Cardaveraz, Hoyos, Loyola, Calatayud y demás primeros apóstoles del Corazón de Jesús en España, aparece bien claro el olvido de sí propio:

 

            «Me entrego enteramente a Vos - dice al principio - y desde este momento protesto sinceramente, como creo, que ansío olvidarme de mí mismo y de todo lo que pueda tener relación conmigo, para quitar el obstáculo que podría impedirme la entrada en ese Divino Corazón, que habéis tenido la bondad de abrirme, y donde deseo entrar para vivir y morir en Él con vuestros más fieles servidores...» Y al terminar vuelve de nuevo a la misma idea: «Sagrado Corazón de Jesús, enseñadme el perfecto olvido de mi mismo; enseñadme lo que debo hacer para llegar a la pureza de vuestro amor, cuyo deseo me habéis inspirado»[257].

 

            En carta a la M. de Saumaise escribe:

 

            «Esté V. siempre en el Corazón de Jesucristo con todos aquellos que se han olvidado enteramente de sí mismos, y que no sueñan más que en amar y en glorificar a Aquél que merece El solo todo amor y toda gloria».[258]

 

            Escribe a una religiosa inglesa y termina así su carta:

 

            «¡Adiós, mi muy amada Hermana en el Corazón de Jesucristo! Pido a Nuestro Señor que le dé su paz y su amor, y que la despegue de tal modo de sí misma, que no se ocupe V. más que de Él solo, sin pensar si todavía existe V. en el mundo».[259]

 

            No se puede decir la idea con frase más decidida. A un hermano suyo, Contador mayor de Grenoble, y primogénito de la familia, dice que su otro hermano no le escribe, y añade:

 

            «Con el designio que tiene de ser todo para Dios estoy encantado de ser yo el primero a quien olvida. Suplico a Nuestro Señor que le conceda la gracia de olvidar todo, hasta a sí mismo».

 

            «Cuando se ha empezado a gustar de Dios, como hace él, queda en el corazón poco sitio para las criaturas, y menos queda aún en la memoria. Todo está ocupado, porque Él es quien llena todo. Yo deseo, mi queridísimo hermano, que tengáis parecidos sentimientos en medio de los negocios que os ha encargado la Providencia»[260], Aun a hombres de negocios proponía tal doctrina.

 

            Escribe también a cierta persona del mundo una carta muy larga, y termina así:

 

            «Adiós, Señorita: haga V. de manera que su amor para con Dios sea más puro cada día; no omita V. nada para lograr olvidarse de sí misma enteramente; preocúpese V. de Dios, y confíele el cuidado de sus asuntos»[261].

 

            «Me voy haciendo viejo - dice en otra carta con una humildad profunda - y estoy infinitamente lejos de la perfección propia de mi estado; no puedo llegar a este olvido de mi mismo, que me ha de dar entrada en el Corazón de Jesucristo, del cual, por consiguiente, estoy bien lejos. Veo que, si Dios no tiene piedad de mí, moriré muy imperfecto. Sería para mí de gran dulzura si al fin, después de tanto tiempo pasado en la religión, pudiese descubrir por qué medio podría adquirir entero olvido de mí. «En su última me cuenta V. una especie de visión, en que el demonio le había representado sus infinitos pecados, de los cuales, sin embargo, ninguno en particular veía y me indica V. haber sospechado entonces no fuese ello efecto de ceguedad e insensibilidad interior. Yo más bien creo ser la causa que Dios quiere que V. se abandone enteramente a su misericordia infinita, y que no se entremeta más en todo lo que le toca»[262].

 

Santa Margarita

 

            Por lo que a ella se refiere, ciertamente esta idea es una de las que tenía más impresas en su mente y más inculcaba a los demás.

 

            Así, escribiendo al P. Croiset, dice: «Y todos esos impulsos, que el ardor de su amor hace sentir a V., son, como creo, disposiciones para el cumplimiento de los designios que tiene sobre y, en los cuales le pido encarecidamente por este mismo amor persevere con fiel correspondencia, mediante un perfecto abandono de sí mismo y de todo interés propio. Nada de mirar a sí, ni acordarse de sí mismo, a fin de dejarle hacer en V. y por V. según sus deseos, los cuales le serán dados a conocer en el tiempo que Él tiene escogido»[263].

 

            En la carta siguiente vuelve a recordarle lo mismo, al animarle a trabajar por el Corazón Divino.

 

            «Él sostendrá a V. y no dejará que le falte ningún medio necesario para ello, con tal que, con un perfecto olvido y desconfianza de sí, y con humilde y amoros a confianza en su bondad, espere todo de El»[264].

 

La misma doctrina inculca a la M. de Saumaise en muchas cartas. «Mas por lo que se refiere a las gracias y dones que recibo de su bondad - le dice en una - confieso a V. que son muy grandes, pero el Dador vale más que todos sus dones. Mi corazón no puede amar ni apegarse sino a Él solo. Todo lo demás es nada para mí, y no sirve frecuentemente sino para impedir la pureza del amor y establecer una separación entre el alma y su Amado, el cual quiere que se le ame sin mezcla y sin interés»[265].

 

            Ya vimos cómo ideas parecidas enseñaba a la ferviente Hª. Joly, cuando ésta le escribía preocupada de que, por pensar en los intereses del Corazón de Jesús, se olvidaba de sí propia: «¡Oh dichoso olvido que proporcionará a V. un eterno recuerdo de este amable Corazón, quien, según espero, no se olvidará de V. ni de lo que por Él hace...! No tema V. olvidarse de sí, puesto que la verdadera disposición que Él demanda de aquellos que se emplean en esto, es precisamente ese olvido de todo interés propio»[266].

 

            En las cartas escritas a la Hª. de la Barge indudablemente es donde la Santa trata mejor este punto; once son las que se conservan, y en todas, si se exceptúa la 58 que solo tiene 6 u 8 líneas, le inculca el olvido de sí misma.

 

            En la carta 78 va diciéndole que reciba y aproveche las humillaciones que el Señor quiera enviarle:

 

            «Sin entretenerse - añade - a dar vueltas en torno de sí misma, pues me parece que esto le desagrada. Debe bastar a y. el haberle dejado todo el cuidado de sí propia, pues a medida que se olvide V. de sí Él tomará un cuidado muy particular de perfeccionarla, purificarla y santificarla; mas la demasiada reflexión acerca de sí estorba la realización de sus designios sobre nosotros. Olvido y silencio, pues, respecto de nosotros mismos y de todo cuanto a nosotros se refiere»[267].

 

            «Por el excesivo cuidado de sí misma impide V. el que desearla Él tener para hacerle adelantar, sin que se diese cuenta, en un mes más de lo que pudiera hacerlo V. por la manera ordinaria»[268]. «Frecuentemente por querer hacer demasiado lo echamos todo a perder, y le obligamos a que nos deje hacer y se retire disgustado»[269]. «Yo creo que Él quiere desterrar del corazón de V. a las criaturas, y después a sí misma»[270]. « ¡Si se pudiera comprender cuanto adelantan las almas, llamadas a esta perfecta desnudez y abandono de sí mismas, cuando son fieles en corresponder...!»[271].

 

María del Divino Corazón

 

            Para que no se crea que esa manera de hablar es propia solamente de aquel grupo antiguo de Santa Margarita, obsérvese cómo se expresa esta apóstol del Corazón de Jesús, contemporánea nuestra.

            En una página de su diario se encuentran estas expresivas frases:

 

            «Dios, todo bondad, exige de mí que desde ahora no me ocupe más de mí misma. No debo pensar más ni en lo que deseo, ni en lo que espero, ni en lo que quiero, ni en lo que temo, ni en lo que sufro, ni en todo lo que el amor propio me inspira; mas pensar en los intereses del Corazón de Jesús, compenetrarme de sus disposiciones y de sus designios, someterme enteramente a su dirección, a su providencia y a su amor. Sólo así tendré paz y conseguiré unirme con Dios»[272].

 

            Y en una serie de prácticas que pretendía observar para el mes de Junio de 1890 dice:

 

            «5º, (Es la última). No ocuparme del mí misma voluntariamente; desechar inmediatamente todo pensamiento que viene del amor propio, en orden a lo que deseo, temo, espero, sufro; entrar completamente en las intenciones y disposiciones del Divino Corazón para no pensar sino en sus intereses, para entregarme a su amor»[273].

 

            Hasta ahora te has buscado todavía a ti misma; en adelante mírate como cero (comme zéro); Yo quisiera ser el todo para ti.[274]

 

            «Uno de mis principales recursos después de la oración y la sagrada Comunión, es el ejercicio del amor de Dios. Me es más fácil sacrificarme y sufrir por amor puro y desinteresado, que por la idea del acrecentamiento de mi felicidad en el cielo. Como somos seres finitos, este pensamiento solo (el de la propia felicidad) no da el ardor necesario para perseverar inquebrantablemente en el sufrimiento sin consuelo y sin alivio. Únicamente la extensión ilimitada del puro amor de Dios, de nuestro soberano y único Bien, bien infinito, puede sosegar el alma y hacerla capaz de todo. No sé si pienso bien, o si hablo de modo ininteligible»[275].

 

Benigna Consolata

 

            Es magnífico para nuestro propósito el testimonio que sigue:

 

            «¿Quién es el que debe pretender salvar las almas sino una Esposa de Jesús? - decía un día Este a su sierva-. Mas son pocas entre el número de esposas las que piensan con ardor en salvar almas; atienden más a su propia santificación individual, y no caen en la cuenta de que, ocupándose en santificar a los otros, se la procuran mejor a sí mismas. ¡Oh Benigna mía, qué difícil es vencer el egoísmo espiritual! Hay almas siempre ocupadas de sí mismas»[276].

 

            En este otro testimonio se insinúa el porqué de este olvido en el Corazón Divino:

«Valor, esposa mía, ten ánimo; estás siempre con tu Dios, si bien a veces no lo ves y no lo sientes. El sentido da certeza, pero disminuye la fe; al que quiero ejercitar con perfección en esta virtud le privo de esta prueba sensible. Se trata de creer y de creer sin comprender; así se sujeta la razón, así se alaba a Dios.

 

            ¿Quieres darle placer? no escudriñes sus designios respecto a ti, déjate tratar como Él quiera y cuando El quiera. Dios para realizar sus designios no necesita usar de aquellos medios que los hombres creen oportunos e indispensables para obtener los mismos resultados»[277].

 

B) 1ª. SIGNIFICACIÓN: NO INQUIETARSE

 

            Hemos visto cuánto hablan los confidentes del Corazón de Jesús acerca del olvido de sí mismo.

 

            Vamos a hacer algunas observaciones sobre este punto, a fin de no falsear el pensamiento de aquéllos, ni caer en error alguno.

 

            Ante todo, con aquellas expresiones pretenden significar una cosa enseñada por todos los ascetas del catolicismo, y de mucha utilidad en el camino de la perfección cristiana, o sea, que «bueno es el deseo de todas las virtudes - dice el popular asceta Alonso Rodríguez - y el andar suspirando por ellas y procurándolas, pero de tal manera hemos de desear siempre ser mejores y crecer e ir adelantando en la virtud, que tengamos paz si no llegamos a lo que deseamos, y que nos conformemos con la voluntad de Dios y nos contentemos con ella... Dice muy bien el P. M. Ávila: «No creo que ha habido santo en este mundo que no desease ser mejor de lo que era, mas esto no les quitaba la paz, porque no lo deseaban ellos por su propia codicia, que nunca dice harto hay, mas por Dios, con cuyo repartimiento estaban contentos aunque menos les diera, teniendo por verdadero amor el contentarse con lo que Él les da, más que el desear tener mucho, aunque diga el amor propio que es para más servir a Dios» (Tratado del Audi filia c. 23).[278] Léase todo este capítulo del P. Alonso Rodríguez, que es muy substancioso.

 

            Que ésta sea una de las cosas que quieren decir los amigos del Corazón de Jesús en los textos precedentes, lo habrá podido ver el lector; pues aquel: no perder la paz; el excesivo reflexionar acerca de sí mismo, el dar y tomar sobre sí propio, etc., prueban cuál sea su pensamiento.

 

            Según eso, ya se ve cómo se ha de proceder en el asunto del Sagrado Corazón. Después de colocar en sus manos todo lo nuestro: el alma con sus negocios espirituales y eternos; el cuerpo, salud y vida; las otras cosas del mundo que nos atañen: familia, hacienda, ocupaciones, negocios, etc., hemos de procurar emplear todas nuestras diligencias con tanto empeño y esmero, como si únicamente de ellas dependiese el resultado; pero luego tornarnos al Corazón de Jesús y con una seguridad y confianza ilimitadas decirle: «Señor, hice buenamente lo que estaba de mi parte; lo demás, el éxito bueno o malo, ya te pertenece a Ti; haz como más te agradare; todo lo dejo en tus amorosas manos». Y luego quedarse en paz, combatiendo con firmeza y energía todo lo que sea inquietud. Entonces viene el olvido de sí mismo y el no andar dando y tomando sobre el caso, ni haciendo mil conjeturas sobre el porvenir, con tristezas, desalientos, murmuraciones de Dios, etc., etc.

 

            Contra estas cosas tiene Santa Margarita expresiones muy enérgicas y con sobrada ratón, porque es natural que, después de hecha la consagración sincera, hayan de ser poco gratas al Corazón de Jesús, ya que es atacar directamente su fidelidad y su amor. Y téngase aquí presente aquella observación del P. Alonso Rodríguez, porque es muy atinada y muy práctica, a saber: que no hemos de perder la paz, aunque por nuestra flaqueza no pongamos, a veces, todas las diligencias debidas.

 

            En ese caso, que será harto frecuente, pedir perdón de la falta, prometerle seria enmienda y rogarle humildemente que supla Él más todavía, pues al fin, algún bien se seguirá de este mal, cual es el de que la obra y la gloria será casi toda suya, ya que ni lo poco que debíamos aportar lo hemos puesto por entero; de este modo, con oración y humildad podemos suplir el defecto de cooperación debida.

 

            Este principio de la cooperación y el abandono era muy familiar a aquel hombre de vastísimas empresas, San Ignacio de Loyola. El P. Ribadeneyra, que le trató íntimamente, dice de él:

 

            «En las cosas del servicio de Nuestro Señor que emprendía, usaba de todos los medios humanos para salir con ellas, con tanto cuidado y eficacia, como si de ellos dependiera el buen suceso; y de tal manera confiaba en Dios y estaba pendiente de su divina providencia, como si todos los medios humanos que tomaba no fueran de algún efecto»[279].

 

            ¡Soberbio principio de acción interna y externa! Después de todo, no es sino una especie de paráfrasis de aquella sentencia de Cristo Nuestro Señor:

 

            «Cuando hubiereis hecho todo cuanto se os había mandado decid: siervos inútiles somos»[280].

 

            Por lo dicho se ve cuán excelente y evangélico es este primer principio de la devoción al Corazón de Jesús.

 

            Pero no es esto solo cuanto quieren significar con aquellas expresiones de: olvido absoluto de sí mismo y de todo interés propio aquellos grandes amigos del Sagrado Corazón; llevan además otra idea más importante, más profunda, de perfección más subida y que apunta a la raíz misma de las turbaciones y congojas de que hemos hablado antes. Como es punto importante y delicado, vamos a tratarlo con alguna detención.

 

C) 2ª. SIGNIFICACIÓN: DESINTERÉS

 

1º. La tradición

 

            Es sabido que la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los ascetas y los Santos exhortan frecuentemente a la caridad perfecta, a servir al Señor, no tanto por el miedo del infierno o la esperanza del premio, cuanto por amor desinteresado a El; porque, como la caridad es reina de las virtudes, obrar por este motivo es obrar por el motivo de más perfección que existe.

 

            Ya el primer precepto del Decálogo: «Y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»[281], está respirando caridad. Bien conocido es el pasaje de S. Pablo en la epístola 1ª. a los de Corinto, en que hace aquel largo panegírico de la caridad, que está sobre todas las virtudes incluso las restantes teologales: «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad: estas tres cosas; empero la mayor de ellas es la caridad» (13,13).

 

            A ella incita a todos los cristianos: «Sin embargo, procurad los mejores dones y todavía os muestro yo un camino el más excelente» (12,31). Este es el de la caridad, cuyas alabanzas enumera a continuación, terminando con estas palabras: «Andad tras la caridad» (14,1).

 

San Gregorio Nacianceno

 

            Porque de entre los que consiguen la salvación ya sé que hay tres clases, a saber: de siervos, de mercenarios y de hijos. Si eres siervo, teme los golpes; si mercenario, espera solamente el salario; pero si te levantas sobre éstos y eres hijo, reverencia a Dios como a padre. Date a las buenas obras porque es bueno obedecer a su padre, aunque de ello ninguna ganancia se hubiese de seguir. Complacer al padre, ello mismo es recompensa[282].

 

            San Agustín, no obstante el encomio con que habla de la esperanza del premio, dice:

 

            «El alma se dice mejor cuando se olvida de sí por el amor de Dios inmutable»[283]. «Hay que amar a Dios de tal modo que, si es posible, nos olvidemos de nosotros mismos»[284]. Olvídese el alma de sí, pero amando al artífice del mundo»[285]. Que todo mi corazón sea abrasado en la llama de vuestro amor; que nada en mí quede para mí, ni siquiera una mirada sobre mí (ne quo respiciam ad me ipsum)[286].

 

            Cualquiera diría que hablaba Santa Margarita. Lo mismo afirman los demás SS. Padres, sobre todo los griegos, como San Basilio, San Gregorio Niseno, etc., etc.

 

            Los latinos no distinguen bien, a veces, el amor de caridad, que es puro y desinteresado, del amor de esperanza, que no lo es. Los teólogos en cambio lo distinguen muy bien y se expresan como los Padres antiguos. «El alma delicada casi abomina (quasi abominatur) amar a Dios por modo de interés o de premio»[287], escribe San Alberto Magno con expresión algo fuerte. Y Santo Tomás dice que el alma por el amor de caridad ponitur extra se, sale fuera de sí misma; lo cual acaece de dos maneras: una de parte del entendimiento, «en cuanto el amor -dice el Santo- hace meditar en el amado, como se ha dicho, y la meditación intensa acerca de una cosa abstrae de las otras. La otra manera es de parte de la voluntad, o, en general, de la facultad apetitiva: «en cuanto que -como dice el mismo Santo- el afecto de uno sale simplemente fuera de sí, porque quiere el bien para el amigo y obra ese bien, y como que tiene cuidado y providencia de él, por el mismo amigo»[288].

 

            Hemos insinuado estas ideas de Santo Tomás, porque explican muchas expresiones de los confidentes del Corazón de Jesús.

 

            De los Santos, ascetas y místicos, ocioso es decir que todos ellos, antiguos y modernos, espolean a las almas a tender cada vez más a la caridad perfecta, como saben cuantos han leído un poco tales materias.

 

 

2º. LA EXAGERACIÓN

 

            Como apenas hay doctrina católica que no haya sido exagerada por la herejía o el error, era natural que también lo fuese ésta.

 

            Concretándonos a los tiempos modernos, el primero que pasó la raya fue el Protestantismo, afirmando que todo acto hecho por esperanza del premio era pecado; proposición condenada como herética por el Concilio de Trento.

 

            Después vino el Jansenismo exagerando también la doctrina tradicional. Los protestantes decían que todo acto realizado por el deseo de la felicidad en el cielo era vicioso; Jansenio lo mitigó, añadiendo que el tal acto era pecado, si se hacía solamente por la esperanza de la bienaventuranza eterna, pero que no lo seria si se hiciese por la esperanza del cielo, mas considerando a éste, no en cuanto bien personal, sino en cuanto medio supremo de glorificar a Dios.

 

            Esto era sostener sencillamente que desear la gloria eterna era un acto pecaminoso, si no se hacía por amor puro de Dios. Daba un rodeo para venir a decir lo mismo que los protestantes. Rigorismo semejante fue proscrito por el Papa Clemente VIII.

 

            Los quietistas y semiquietistas no van tan lejos en esta parte, pero continúan el camino de las exageraciones. En el sistema seudomístico de Molinos y demás, el punto del amor puro de Dios no entra como principio, sino como consecuencia; el principio básico de su sistema y la finalidad que en él va buscando siempre es la aniquilación completa de toda la actividad de las facultades humanas, con el fin de que Dios sea el único que opere; el cual tanto menos puede actuar, cuanto más obrare el hombre. Como consecuencia: «No debe el alma -dice la prop. 7ª condenada- pensar, ni en el premio, ni en el castigo, ni en el paraíso, ni en el infierno, ni en la muerte, ni en la eternidad». En rigor no debe pensar en nada.

 

            No extreman tanto las cosas los semiquietistas, pero todavía van más allá de la verdad y caen en el campo del error. ¿En qué consistió éste? No consistió en afirmar que el acto de caridad sea aquel en que el alma ama puramente a Dios sin mezcla ninguna de interés propio, pues esta afirmación no solamente no es falsa, sino que es la doctrina verdadera. Y en este punto Bossuet, en sus disputas con Fenelón, no parece que siempre tuviese ideas muy claras, como no las tienen algunos que hablan acerca de estas materias[289]. Tampoco estuvo el error en suponer que puedan darse, y se den en este mundo, actos de caridad semejantes, con más o menos frecuencia, según los grados de perfección en que esté el hombre; porque suposición tal es la de la tradición y los santos. Tampoco, en fin, consistió en exhortar a las almas a frecuentar más y más el ejercicio de caridad pura y desinteresada, pues a ello han exhortado siempre la Escritura, la Tradición y la Iglesia, según vimos más arriba. El error estuvo, como escribía muy bien el teólogo Antonio Mayr, S. L., a raíz de la condenación del semiquietismo: «no en que proponía un amor de pura caridad sin mezcla alguna de motivo de interés propio, sin ninguna reflexión sobre el interés del que ama, no; jamás ha sido reprobado el acto purísimo de amor para con Dios, tan familiar a las almas santas: lo que ha sido condenado es únicamente que exista un estado habitual y permanente, en el cual el alma piadosa elimine todos los actos que miren al interés propio y, por consiguiente, todos los actos de esperanza. Esto se desprende del tenor mismo de la proposición y del testimonio de los consultores de la causa»[290].

 

            La causa de condenar semejante proposición es muy clara. En efecto, la fe, la esperanza y la caridad son de necessitate medii y de precepto divino, y, por consiguiente, obligan a todo el mundo y en todos los estados de vida espiritual; de donde admitir un estado habitual y permanente, del cual quede definitivamente excluida cualquiera de estas tres virtudes teologales, y. gr.: la esperanza, seria admitir un grado de perfección del que yace eliminado definitivamente el cumplimiento de un mandamiento de Dios, negativo y positivo, y un medio absolutamente necesario para la salvación, cosa enteramente absurda.

 

 

3º. EL JUSTO MEDIO

 

¿Por qué?

 

            Decíamos que la esperanza, lo propio que la fe y la caridad, es de precepto divino; y no puede negarse que con un conocimiento perfectísimo de nuestra naturaleza impuso el Creador este deber a todos sin excepción. El hombre es un compuesto de ángel y de jumento, y hasta la hora de la muerte llevará ambos componentes; la vida espiritual es larga, y a veces muy monótona y pesada; las luchas y tentaciones frecuentes, y en no raras ocasiones muy reñidas; aun los grandes santos, y más ellos que ningunos, pasan por períodos secos, como las arenas de un desierto; acaecen en la vida sucesos, se ve el corazón humano en trances que, no sólo para no abandonar la vía de la perfección, pero aun para guardar simplemente los mandamientos divinos será preciso echar mano de cielo, infierno y eternidad y quizá todo sea poco. Por eso San Ignacio de Loyola, aquel hombre de la caridad divina, al llegar a la meditación del infierno propone la siguiente petición: «Pedir interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado»[291]. Estas son, tal vez, las razones del precepto universal de la esperanza.

 

Otro extremo

 

            Los hombres no acertamos casi nunca a andar por el medio del camino; de ordinario avanzamos en zig-zag, dando de un extremo en otro. Así, con motivo de la condenación del semiquietismo, comenzaron a aparecer escritores y aun teólogos que, o falseaban la virtud de la caridad convirtiéndola en amor interesado, o hacían sus actos poco menos que imposibles, tachando por tanto de quijotesca la ascética que tendiese al amor desinteresado de Cristo Nuestro Señor, o dejando escapar como al descuido ciertas frases, v.gr.: «amor puro, carne pura», etc., que naturalmente no habían de producir muy buen efecto en los fieles. Sin duda estas maneras de hablar han dado algún fundamento a una acusación muy difundida entre filósofos, escritores de mística en el campo heterodoxo, y, sobre todo, personas tocadas de teosofismo, de que la ascética y la mística católicas son muy inferiores en elevación a otras, a causa del «egoísmo de ultratumba» de que, según ellos dicen, están completamente impregnadas. Cierto, que si se compara el modo de hablar de algunos teósofos con el que a las veces usa tal cual escritor católico, se pensaría quizá que la acusación no carece de verdad; pero una cosa es la manera como se expresó este o aquel individuo, y otra la doctrina tradicional de la Iglesia.

 

            Es verdad que la esperanza es de precepto divino, pero también es de precepto divino la caridad. Además no hay que exagerar lo del precepto divino de la esperanza, porque, poniendo las cosas en su punto, ¿a qué obliga? Incluye dos obligaciones: una negativa, o sea, prohibición de acciones contrarias a esa virtud, como son la desesperación con que el hombre desconfía por completo de salvarse, y la presunción con que espera alcanzar la vida eterna sin poner los medios que Dios ha ordenado para ello; ya se ve cuán razonable es la prohibición de ambas cosas. La otra parte es positiva, o sea, que prescribe hacer actos de esperanza, como medio necesario para la salud eterna. El precepto de ellos obliga a hacer un acto al principio, luego que se ha conocido el objeto o verdades de la fe, y después en la vida prescribe que se hagan algunos más. Estos no es preciso sean explícitos, pues los implícitos bastan, es decir, todas aquellas acciones virtuosas que, aunque sean de otra virtud, llevan incluida en sí mismas la esperanza de ir al cielo, acciones que los fieles efectúan a cada paso.

 

            Además, cuando el hombre ha sucumbido a la desesperación; cuando alguna tentación no pueda vencer - se de otra manera que recurriendo a los premios de la gloria; cuando urge algún precepto cuyo cumplimiento supone en si la esperanza, ya se ve que en tales casos es preciso ejercitarla.

 

            La doctrina católica, por lo tanto, no es lo que los adversarios imaginan; pues, exceptuando los extremos erróneos y perniciosos, la tendencia tradicional de la Iglesia ha sido siempre impulsar más y más a lo mejor, o sea, a servir a Cristo Nuestro Señor por caridad o amor desinteresado.

 

 

4º. EN ESTA DEVOCIÓN

 

            Esa aspiración profunda del cristianismo se refleja en la devoción al Corazón de Jesús con líneas sumamente vigorosas. ¿Recuerda el lector aquella serie de textos en que con frases tan expresivas nos hablaban los amigos del Sagrado Corazón acerca del olvido de sí mismo y de todo interés propio? Aquí tiene el principal significado de ellas: espolear más y más a la caridad perfecta, pero sin ninguno de los extremos erróneos poco antes enumerados.

 

Nada de quietismo

 

            Dos son los capítulos por los que a primera vista pudiera ofrecer algún recelo la doctrina expuesta por los grandes confidentes del Corazón de Jesús; el primero lo forman las ideas y expresiones de confianza y abandono en manos de ese Corazón Divino, fiados en que El arreglará nuestras cosas, ideas con que fácilmente podría venir a parar alguno en cierto descuido de la propia perfección, en una ascética de mera pasividad, inepta para domar las pasiones y poner en movimiento el espíritu. Sin embargo, nada más ajeno de la realidad que esto; pocos caminos habrá de tanta actividad interior y exterior como el de la devoción al Corazón de Jesús. La misma idea fundamental de la consagración: «ocúpate de Mí y de mis cosas, que Yo me ocuparé de ti y de las tuyas». «Él se encargará de santificarnos..., en la medida en que nosotros - nos encarguemos de acrecentar su reinado», a simple vista aparece que es idea esencialmente dinámica o de plena actividad. Por otra parte, léase la vida de Santa Margarita, sus cartas y, sobre todo, sus avisos e instrucciones; léanse los escritos del P. La Colombière, Hoyos, etc., etc., - como en parte iremos viendo - y se notará cómo hablan del vencimiento, modificación, cruz, observancia regular en las cosas más pequeñas y de todas las virtudes. No insistimos más por ahora en este punto, porque a cualquiera que leyere la segunda parte de la consagración, que desarrollaremos en breve, no pensamos le pasará por las mientes tachar de sistema estático a la devoción del Corazón de Jesús.

 

            Pero entonces - se dirá - ¿cómo esto se compagina con el olvido de sí, aun en lo espiritual y eterno, que tanto nos inculcaron arriba? De manera muy sencilla.

 

Dos aspectos de lo nuestro

 

            Nuestra santificación en este mundo y nuestro grado de gloria en el cielo pueden ser considerados bajo dos aspectos; uno en cuanto son bien nuestro, y otro en cuanto son gusto y felicidad del Corazón de Jesús y medios eficacísimos de acrecentar su reinado. Ahora bien, buscar nuestra santificación por este segundo aspecto, no solamente no lo prohíbe la consagración, sino todo lo contrario: manda desearla, anhelarla, procurarla con todas nuestras energías vitales; porque cuanto más adelantemos aquí, más gloria procuraremos al Divino Corazón; pero el aspecto de nuestro bien personal, del bien de este yo, que en todo va buscando su interés, y todo quiere convertirlo a sí, ése, según la consagración, hay que abandonarlo ciegamente en las manos del Corazón de Jesús.

            Esto que acabamos de decir, tocante a los asuntos del alma, se ha de aplicar de igual modo a nuestros deberes, negocios, cosas y personas de este mundo. Todo esto tiene asimismo dos visos: el de nuestro bien individual, honra, comodidad, satisfacción de los afectos naturales de nuestro corazón de carne; y el aspecto del agrado del Corazón de Jesús, cumplimiento de su santa voluntad, mayor contribución de un modo o de otro a su reinado en la tierra. Así, por ejemplo, un padre o una madre de familia, al trabajar y afanarse por la crianza, educación y porvenir de sus hijos, puede hacerlo espoleado por dos móviles: uno el amor natural que los padres tienen a sus propios hijos, sin levantar su corazón y sus miras más arriba; otro el cumplir una obligación impuesta por ley divina, y, por consiguiente, hacer una obra virtuosa, que, ofrecida por el reino del Corazón de Jesús, será acto de apostolado. El primer móvil es un poco egoísta, porque, como los hijos son carne y hueso de los padres, amarlos puramente por afecto natural es amar algo que es como una parte suya, es amar una continuación de sí mismo. El otro móvil o aspecto es de amor desinteresado al Divino Corazón. Pues bien, tocante al primero: a lo nuestro en cuanto nuestro, abandono absoluto en su providencia amorosa, y olvido tranquilo en ella. Respecto al segundo: esmerarse y trabajar con la mayor diligencia, sabiendo que ello será apostolado del Corazón de Jesús. Lo mismo puede decirse de nuestras faltas, miserias, tibiezas y demás de la vía espiritual, también tienen sus dos visos: el de ser mal nuestro, humillación propia, empobrecimiento personal, y el de ser ofensas del Sagrado Corazón, estorbos para su reinado, perjuicios para su causa por el mal ejemplo que damos a los demás, etc., etc. Esta consideración ha de ser lo que, sobre todo, nos debe llegar al alma, para sentir hondamente nuestras culpas y defectos, y tomar todos los medios posibles para evitarlas.

 

            Así que se pueden juntar muy bien gran olvido de sí mismo, y sumo cuidado de la santificación personal y de todo lo demás que nos atañe. No es sino la práctica del amor puro y desinteresado, o sea, de la caridad, de que hemos venido hablando, pero dirigiéndola al Corazón de Jesús, a su reinado en la tierra, es decir: a amarle con amor práctico, que consiste en desearle y procurarle el bien que le falta en cierto modo y que nosotros podemos en parte darle.

 

Nada de semiquietismo

 

            La devoción, pues, al Corazón de Jesús y su práctica perfecta tienden vigorosamente a la caridad o amor desinteresado, como debe tender todo cristiano que aspire a la perfección, pero dista mucho de caer en la exageración semiquietista, de querer eliminar de la perfección por completo la esperanza. Y ¿qué digo eliminarla? Difícilmente se hallará sistema de perfección que esté tan embalsamado de esta virtud. En efecto, la idea fundamental de la consagración se halla cifrada en aquel: «Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas»; «Él se encargará de santificarnos y hacernos grandes delante de su Padre en el cielo, en la medida en que nosotros nos encarguemos de acrecentar el reinado de su amor en los corazones».

 

            Ahora bien, este principio no solamente no rechaza la esperanza, sino que se halla cimentado sobre ella, y no en un grado vulgar, sino en grado superior: en esperanza que más bien sea confianza, la cual es una esperanza firme, segura, robusta: «spes roborata», como Santo Tomás la define. Y si la confianza se quita, el olvido de sí mismo cae por tierra: «me olvido y despreocupo de lo mío y de mí mismo, porque sé que otro se está preocupando de ello», es la tendencia de este acto; en el cual, como se ve, el olvido de sí mismo está en proporción directa de la confianza; y si por un imposible alguien pudiese arribar en este mundo al desinterés y olvido propio absolutos, sería por haber llegado también a la confianza absoluta en el Corazón Divino, o lo que es igual, a la suma perfección de la esperanza cristiana. Por este camino, pues, no vacile el corazón generoso en lanzarse a toda máquina al olvido de sí mismo, porque adelantar aquí es crecer en confianza; y crecer en la flor de la esperanza es alejarse más y más del vicioso extremo semiquietista.

 

            Difícilmente se podría imaginar sistema más a propósito para empujar a las almas fuertemente hacia el amor puro y desinteresado, sin peligro de parar en exageraciones erróneas. Y como Dios va enviando medicinas a su Iglesia según las nuevas enfermedades, quizá hubiese algo de providencial en aparecer el Corazón de Jesús a Santa Margarita en la época del quietismo y semiquietismo, como remedio admirable, que, por una parte llenase los anhelos hacia la caridad perfectísima, que desde entonces acá han agitado las almas con más insistencia que en épocas precedentes, y, por otra, las desviase de los falsos derroteros por donde algunas de ellas empezaban a extraviarse. ¡Qué diferencia entre el amor del jansenismo y quietismo, puro y desinteresado, es verdad, mas frío y seco como el cierzo, y el que inspira la devoción al Corazón de Jesús, tan suave y tan perfumado de ese aroma de azahar de la confianza tranquila!

 

 

APÉNDICE

 

 El amor de la propia abyección

 

            Con el olvido de sí juntan frecuentemente los amigos del Corazón de Jesús, sobre todo Santa Margarita, una idea parecida: el amor de nuestra propia abyección.

 

            No es solamente convencerse de su pequeñez, debilidad y miseria, sino amarlas, abrazar - se con ellas, abismarse en ellas, y en ese abismo gozarse y saborearse, sin querer salir jamás.

 

            No se puede negar que es éste un modo radical, pero a la vez excelente, de enfocar esta cuestión: modo que después ha sido tan familiar a la virgen de Lisieux. Como tal virtud es tan saliente en Santa Margarita y demás amigos del Divino Corazón, puede afirmarse, a nuestro juicio, ser éste un efecto peculiar que esta santa devoción produce en las almas que con decisión la abrazan, y que a la par arguye la excelencia de la causa que produce tan estimables efectos; porque como dice muy bien Santa Margarita: «¡Dios mío, que gran tesoro es, mi queridísima Hermana, el amor a la bajeza y a nuestra propia abyección!». Léanse sus cartas a la Hª. de La Barge, y se verá cuántas veces y con qué elogio y cariño habla de esta difícil disposición del espíritu.

 

            Tal virtud aparece varias veces como sinónimo de la humildad de corazón. La razón es clara: porque si soberbia es el amor desordenado de la propia excelencia, el amor a nuestra bajeza, que es lo diametralmente opuesto, será humildad; y como se trata de una abyección que se ama, será, por consiguiente, humildad de corazón. Sin duda, en este sentido dice Santa Margarita de este abismarse en su nada:

 

            «En fin, está dicho todo con decir que es la virtud del Sagrado Corazón de Jesús».

            «Estoy muy contenta - escribía Santa Margarita - de que el Señor invite a V. a abandonarse toda a El como un niño entre los brazos de su buen Padre, que es todopoderoso para no dejarle perecer. Tome, pues, como dichas a V. estas palabras: «Si no os hiciereis como un niño pequeño no entraréis en el reino de los cielos». Yo creo que ello consiste en que se haga V. pequeña con la verdadera humildad de corazón y simplicidad de espíritu... La primera la mantendrá toda anonadada en un perfecto olvido y desprecio de si misma, recibiendo de buena voluntad, y como de la mano de su buen Padre, las humillaciones y contradicciones que le sobrevinieren».

 

            Cuán propia sea esta virtud del Corazón de Jesús no es preciso recordarlo por ser demasiado claro. «Humildad, humildad, siempre humildad - repetía a Benigna Consolata el Corazón Divino - . Cuando hay humildad, doy; cuando encuentro más, doy más; y cuando veo que un alma no vive sino de humildad, no desea más que humillaciones, ese alma me atrae como un imán».

 

            «La humildad es como un microscopio espiritual; cuanto más se humilla el alma más fina es la lente y más hace ver... Un alma fiel en humillarse y que jamás rehúsa ningún acto de humildad interior ni exterior es un alma que me roba el Corazón.

 

            Por eso ha de ser una virtud muy querida de toda alma consagrada.

            Una de las razones que dan para amar las cruces, y sufrimientos, sobre todo humillaciones, es porque dicen que son «otras tantas escaleras para hacer (a uno) descender al abismo de su nada».

 

            La mansedumbre aparece también muchas veces incluida en este grupo. Es virtud muy propia del Corazón de Jesús; ha de ser una de las predilectas de sus devotos y amigos; es fruto de los más hermosos de este camino interior, y ha sido recomendada en gran manera por todas la grandes almas que por él han dirigido sus pasos.

 

            «Sea V. dulce - escribía Santa Margarita a una de sus novicias - si desea agradar al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que no se complace sino en los mansos y humildes de corazón».

 

            «Si desea y., mi muy amada Hermana, llegar a ser discípula e hija del Sagrado Corazón de Jesús, debe V. proceder conforme a sus santas máximas, y hacerse mansa y humilde como El; mansa para sobrellevar los disgustillos, mal humor, y tristezas del prójimo, sin enojarse por las contradicciones que le proporcione, sino al contrario, haciéndole de todo corazón los servicios que pudiere, porque éste es un gran medio de conquistarse la gracia del Sagrado Corazón. Es necesario ser mansa para no inquietar - se ni turbarse, no solamente por los acontecimientos contrarios a sus inclinaciones, sino aun por las mismas faltas».

 

            «Huya y. la precipitación y procure formar su interior y su exterior según el modelo de la humilde mansedumbre del Corazón amoroso de Jesús, haciendo cada una de sus acciones con la misma tranquilidad que si no tuviese que hacer sino aquello». «Toda la perfección - dice el P. Hoyos - me la descubre cierta interior luz, colocada en la santa libertad de espíritu y en la dulzura y humildad de corazón; en una palabra, en ser perfecta copia de aquella doctrina: aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón». «Nada me admira - escribía el P. Loyola – de cuanto me refieren de la dulzura y mansedumbre de corazón de Bernardo», y, hablando el mismo Padre Hoyos de su modo de proceder en el confesonario, dice: «La dulzura y suavidad predominan en mi tribunal; aun me ha venido, tal vez, escrúpulo de no reprender bastantemente el pecado por ponderar la grandeza de la misericordia».

 

            «Benigna, - decía el Corazón de Jesús a Sor B. Consolata - la caridad es ya dulce, pero la suavidad de la caridad es mucho más. Que tus palabras sean un perfume de suavidad. Quiero que seas en el Monasterio lo que es el perfume en una flor, cuyo aroma aun en la oscuridad se siente. Yo te tendré en la oscuridad para tenerte segura, pero tú, Benigna, no desistas de tu misión de traerme corazones con tu suavidad».

 

            La mansedumbre, además, entra en el grupo de virtudes que en la Sagrada Escritura se ofrecen como muy propias del reinado del Mesías, y. gr.: Salmo 36, 75, 149; Isaías 11, Sofonías, etc.; y es notable las veces que repiten la idea de que los mansos heredarán la tierra. Así, p. ej., el Salmo 36 dice: «Pero los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz» (v. 11). Varios pasajes emplean otras expresiones, pero con la misma idea, A la luz de estos testimonios aparecen como un eco de los antiguos oráculos las palabras con que el divino Redentor expresó la segunda de las ocho Bienaventuranzas: «Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra» (Mat. 5,6).



[1] Bainvel. La dev. al Cor. de Jesús, pág. 2, cap. VIII

[2] Soeur Marie da Divin Coeur, Luis Chasle, cap. VIII, pág 240, ed. 1925, París

[3] Dévotion au Sacré Coeur de Jésus, pág. 2, cap. 1, part. III

[4] En la edad media era frecuente pintar la herida al lado derecho

[5] Revelat. Sta. Gertr, lib. IV cap. IV

[6] Nilles. De rationibus festorum... L. III, p. 1ª. pág. 250

[7] Ya se entiende que la intención del Pontífice no es llamar doctor al Santo sólo por haber compuesto el Oficio y la Misa, sino por esto y por sus muchos escritos sobre el mismo tema.

[8] AAS. 1910, pág. 480.

[9]  Cœur admirable. Méd. 1, 2, 3

[10]  Idem, L. XII, ch.II

[11] Cœur admirable. L. II, ch. III § 12

 

[12] Le Sacré Cœur de Jésus, cap. XII

[13] Vida y Obras, t. 1, ed. 3ª. al principio

[14] Vida y Obras, ed. 2ª., p. l., Autob. n. 10, pág. 35, ed. frc.

Aunque nosotros seguimos el original francés, puede el lector ver la traducción castellana, Madrid, 1921

[15] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª, cart. 152, pág. 545, ed. frc.

[16] Idem, cart. 131, pág. 525

[17] Mensajero del C. de J, año 1867, t. III, pág. 37-39

[18] Vida y Obras, ed. 3., t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 566, ed. frc.

[19] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª, cart. 49, pág. 321, ed. frc.

[20] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 37, pág. 300, ed. frc.

[21] Idem, cart. 90, pág. 407

[22] Idem, cart. 132, pág. 552

[23] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª. cart. 97, pág. 425, ed. frc.

[24] Arriba pág. 30

[25] Idem, cart. 102, pág. 443

[26] Vida y Obras, ed. 3ª, p. 2ª., cart. 132, pág. 552, ed. frc.

[27] Idem

[28] Idem, cart. 97, pág. 425

[29] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 132, pág. 551 , ed. frc.

[30] Idem, cart. 133, pág. 577

[31] Idem, cart. 138, pág. 611

[32] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 132. pág. 546, ed. frc.

[33] Idem, cart. 132, pág. 547

[34] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 405, ed. frc.

[35] Idem, cart, 102, pág. 443

[36] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª, cart. 87, pág. 396-7

[37] Idem, cart. 55, pág. 336

[38] Idem, cart. 53, pág. 328

[39] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart 131, pág. 526, ed. frc.

[40] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 527, ed. frc.

[41] Idem, cart. 135, pág. 592

[42] Idem, cart. 135, pág. 600

[43] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 61, pág. 346, ed. frc.

[44] Idem, cart. 139, pág. 616

[45] Idem, cart. 109, pág. 446

[46] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 533, ed. frc.

[47] Idem, cart. 57, pág. 339

[48] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 52, pág. 326, ,ed. frc.

[49] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 27, pág. 278, ed. frc.

[50] Idem, cart. 51. pág. 324

[51] Idem, cart. 59, pág. 344

[52] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª, cart. 131, pág. 527, ed. frc.

[53] Idem, cart. 80, pág. 387

[54] Moneda antigua comenzada bajo Luis XII y reemplazada después por la pieza de 20 francos.

[55] Vida y obras, ed. 3ª, t II, p. 2ª. cart. 47, pág 316, ed. frc.

[56] Vida y obras, ed. 3ª, t II, p. 2ª. cart. 132, pág. 544

[57] Idem, cart. III, pág. 437

[58] Idem, cart. 72, pág. 365

[59] Idem cart. 53, pág. 328, ed. frc.

[60] Nilles. De rationibus festorum. L. I. P. III. pág. 471

[61] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 35, pág. 295, ed. frc.

[62] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 50, pág. 223, ed. frc.

[63] Idem, cart. 49, pág. 321

[64] Vida y Obras, ed. 3ª t II, cart. 100, pág. 434, ed. frc.

[65] Idem, p. 2., cart 97, pág. 422

[66] Vida y Obras, ed. 3ª, t II p. 2ª., cart. 141, pág. 623, ed. frc.

[67] Vida y Obras, ed. 3ª., p. 2ª cart. 131, pág. 528, ed. frc.

[68] Idem, cart. 36. pág. 296

[69] Idem, t. II, cart. 35, pág. 296

[70] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 407, ed. frc.

[71] Idem, cart. 131, pág. 532

[72] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª cart. 100, pág. 438, ed. frc.

[73] Idem, cart. 113, pág. 477

[74] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 132, pág 551, ed. frc.

[75] Idem, cart. 131, pág. 532

[76] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 22, pág. 267 , ed. frc.

[77] Idem, p. 1ª., cart. 92, pág. 416

[78] Idem, Autob. 46, pág. 63

[79] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 1ª., cart. 35, pág. 295, ed. frc.

[80] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2., cart. 90, pág. 408, ed. frc.

[81] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 142, pág. 624, ed. frc.

[82] Uriarte. Vida del P. Hoyos, ed, 2ª., p. III, e. 1, pág. 246

[83] Idem, pág. 251

[84] Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, c. VI, pág. 447, ed. 2ª.

[85] Dan. XI, 1

[86] Dan. X,21

[87] S. Jud. v. 9

[88] Dan. 121

[89] Apoc. 127

[90] Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. 3., c. VII, pág. 313-14, 2ª. ed.

[91] Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. 3. c. IV, pág. 285, ed 2ª.

[92] Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº 68, pág. 312, ed 2ª.

[93] Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº. 68, pág. 313, ed. 2ª.

[94] Idem, pág. 314

[95] Idem, pág. 315

[96] Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº 4, pág. 15, ed. 2ª.

[97] Uriarte. Principios del Reinado, c. III, nº 17, pág. 67

[98] Uriarte. Principios del Reinado.., cap. III, nº 75, pág. 363, ed. 2ª.

[99] Sœur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. Xl, pág. 353, ed. 1925. París

[100] En nuestro opúsculo precedente dimos una rápida ojeada al desarrollo que ha tomado la devoción al Corazón de Jesús en lo que llevamos de siglo, y que muestra el fiel cumplimiento de esta promesa.

[101] Esto es, los cismáticos y herejes, que al fin están bautizados

[102] Cómo León XIII cumpió también este encargo, se ve por la exhortación que, pocos meses después, dirigía el Prefecto de la S. Congregación de Ritos a todo el orbe católico: «De culta Sacratissimi Cordís Jesa amplificando». (ASS Vol. 32. part. 51)

[103] Soeur Marie da Divin Coeur. Chasle, cap. Xl, pág. 354-9 ed. 1925. París

[104] Soeur Marie da Divín Cœur. Chasle, cap. XI, pág. 365

[105] «Cujus tanti benefícit auctis nunc per nos Sacratissimo Cordi honoribus, et memoriam publice extare volumus et gratiam». Queremos que los honores al Sacratísimo Corazón, por Nos ahora decretados, sirvan de recuerdo perenne, y público testimonio de gratitud por tan gran beneficio.

[106] Sœur Marie du Divin Cœur. Chasle cap. XI, pág 375-7, ed. 1925. París

[107] «In alterum hodie oblatum oculis auspicatissinum divinissi nunque signum, videlicet, Cor Jesu sacratissimum, superimposita cruce, splendosissimo candore inter flammas elucens. In eo omnes collocandae spes; ex eo hominum peteuda atque expectanda salus». (AAS vol. 31, pág. 651)

[108] Sœur Marie du Divin Cœur. Chasle cap. XI pág. 342, ed. 1925. París

[109] Espasa, Enciclopedia, t. XXXV, pág. 926. Artículo escrito por el P. Hilarión Gil, S. J.

[110] Vida de Sor Benigna C., c. II, pág. 35, ed. 1926, Madrid

[111] Idem, pág. 24

[112] Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 30, Montevideo 1917

[113] Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 10, Montevideo 1917

[114] Idem, pág. 9

[115] Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 8. Montevideo 1917

[116] Idem, pág. 4

[117] Francisco de Sales fue dado por Dios como Director especial al P. Hoyos

[118] Uriarte, Vida del P. Bernardo de Hoyos, p. 3ª, c. VII, pág. 318, ed. 2ª.

[119] Idem, c. V, pág. 291

[120] Idem, pág. 295

[121] Migne P. G. XIII. 87

[122] La devoción al C. deJ. Apend. II

[123] Qui supra pectus Domini recumbens purissima doctrinarum fluenta potavit. Migrie. P. L. XXVI, 18

[124] Migne. P. L. XXXV, 1535

[125] Migne. P. L. XXXV, 1382

[126] L. c. P L. XXXV, 1556

[127] L. c. 1663.

[128] L. c. XXXVII, 1875

[129] L. c. P. L. XXXVIII, 210

[130] Migne. P. L. LXXVIII, 34

[131] In loan. Trac. CXX n 2, Mígne P. L. t. 35, C. 1953

[132] Idem Homil. LXXXV n. 3, G. t. 59, c. 463

[133] Cujus ex vulnere aqua et sanguis fons scilicet nostrae vitae ac salutis effluxit?

[134] Nílles. De rationibus festorum Smi. C. J. Libro III, part. 1, pág. 316, ed. 5ª.

[135] Idem, pág. 320

[136] Nilles. De rationibus festoram Smi. C. J. Libro III, part. 1, pág. 322

[137] Idem, pág. 256

[138] 2 Petr. 1,4

[139] Cor. 6,19

[140] Vida y Obras, ed. 3., t. II, part. 2ª, cart. 132, pág. 255, ed. frc.

[141] Idem, cart. 141, pág. 623

[142] Uriarte. Vida del P. Bernardo de Hoyos, p. 3ª., c. IV, pág. 277, ed. 2ª

[143] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, part. 2ª.,cart. 141, pág. 623, ed. frc.

[144] Idem, cart. 133, pág. 568

[145] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, part. 2ª., cart. 118, pág. 485, ed. frc

[146] Idem, cart. 100, pág. 434

[147] Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 30, Montevideo 1917

[148] Vida de Sor Benigna C., c. II, pág. 35, ed. 1916, Madrid

[149] Colos. II,3

[150] AAS Vol. XX, pág. 166

[151] AAS. Vol. XX, pág. 167

[152] AAS Vol. XX, pág. 167

[153] Luc. XIX, 14

[154] 1 Cor. XV, 25

[155] AAS Vol. XX, pág. 108

[156] AAS Vol. XX, pág. 168

[157] Sed etiam gaudia jam tum filias diei praecepimus auspicatissimi, quo die omnis orbis libens volens quae Christi Regis suavissimae dominationi parebit.

[158] AAS Vol. XX, pág. 168

[159] Ad Rom. XI, 25, 26

[160] Cornely in Epist. ad Rom. pág. 613, ed. 1896

[161] Epist. cd Rom. XI, 12

[162] Idem, 15

[163] Cornely in Epist. ad Rom. pág. 614, ed 1896

[164] Véase Hummelauer, in Genes. pág. 364, ed. 1908

[165] Cap. 2, 2, 3

[166] Tocante a esta abundancia de justicia o santidad, dice el mismo Profeta en el capítulo XI, hablando del reino mesiánico:

«La tierra esta repleta del conocimiento del Señor, como el fondo de los mares por las aguas que lo cubren» (v. 9). Conocimiento de Dios es en los Profetas sinónimo de santidad.

[167] Knabenbauer, In Dan., 2º, pág. 90, ed. 1891

[168] Idem

[169] In Dan. pág. 202

[170] Nilles. De rationibus festorum, SS. Cord. 1, s., pág. 198

[171] Nilles. De rationibus festortirn, SS. Cord. 1, s., pág. 198

[172] Idem, L. III, P. 1, pág. 316

[173] Idem,pág. 217

[174] Nilles. De rationibus festortun, SS. Cord. L. III. P. 1, pág. 318

[175] NilIes. De rationibus festorum, SS. Cord. L. 1. P. 1, pág. 19

[176] Nilles. De rationibus festorum, SS. Cord. L. 1, P. 1, pág. 189 - 191

[177] Sant. 1, 17

[178] Cfr. Miserentis simus Redemptor: AAS 20 (1928) 166

[179] Is. 32, 17

[180] Annum Sacrum: Acta Leonis, 19 (1000) 79; Miserentissimus Redemptor: AAS 20 (1928) 167

[181] Litt. Apost. quibus Archisodalitas a Corde Eucharistico Jesu ad S. Ioachim de Urbe erigitur, 17 de Febrero de 1903: Acta Leonis 22 (1903) 307 s; Cfr.

Encicl. Mirae Caritatis, 22 de Mayo de 1902: Acta Leonis 22 (1903) 116

[182] S. Alberto Magno, De Eucharistia, díst. VI, tr. 1, c. 1: Opera Omnia, ed. Borgnet. vol. 38, París 1890, p. 358

[183] Tametsi Futura: Acta Leo nis 20 (1900) 303

[184] AAS

[185] Doré. Le Sacré Coeur de Jésus. Son amour, cap. VIII, pág. 464, París, 1909

[186] Nilles. De rationibus festorum, SS. Cord. L. III. P. 1, pág. 220

[187] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, part. 2.8, cart. 28, pág. 279, ed. frc.

[188] Vida y Obras, ed. 3ª , t II , part. 2ª., cart. 36, pág. 297, ed. frc.

[189] El B. P. de La Colombiére

[190] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 53, pág. 328, ed. frc.

[191] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, cart. 59, pág. 343, ed. frc.

[192] Idem

[193] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, cart. 100, pág. 436

[194] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 528, ed. frc.

[195] Vida de Sta. Margarita, según las Contemporáneas, ed. 3ª t., I nº 153, tomado del «Retraite faite a Londres Van 1677», del P. La Colombière

[196] Todos los autores dan esta fecha, aunque ninguno cita las fuentes

[197] Vida de Sta Margarita, según las Contemporáneas ed. 3ª, nº 153, tomado del «Retraite faite à Londres l’an 1677», del P. de La Colombière

[198] Retiros espirituales, trad. cast. pág. 131 - 134

[199] Reinado del C. de J. por un P. Oblato... t. III, pág. 311, p, 2 cap. II

[200] Sta. Teresa, Sta. María Magdalena de Pazzis y Sta. Margarita Alacoque

[201] Uriarte. Vida del P. Bernardo de Hoyos, p. 3ª., c. II, pág. 259, ed. 2ª

[202] Uriarte. Vida del P. hoyos, p. 3ª., cap. II, pág. 262, ed. 2ª

[203] P Loyola. Vida del P. Hoyos, lib. III, cap. 1

[204] Uriarte. Principios del Reinado... del C. de J. en España, cap. 11, nº. 20, pág. 79, ed. 1ª.

[205] Soeur Marie du Divin Cœur. Chasle, cap. 1, pág, 8, ed. 1925. Paris

[206] Soeur Marie du Divin Cœur. Luis Chasle cap. 1. pág. 41-44 ed. 1925. París

[207] Uriarte. Viai del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 261, ed. 2ª.

[208] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II p. 2º., cart. 131, pág. 528, ed. frc.

[209] Idem, pág. 532

[210] Idem, cart. 54, pág. 335

[211] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 105, pág. 448, ed. frc.

[212] Idem, cart. 107, pág. 455

[213] Véase todo el pasaje, p. 2º., cap. 1. § III

[214] Idem

[215] Idem

[216] Véase todo el pasaje, p. 2.0, cap. 1. § III

[217] Vida y Obras, ed. 3ª, t II. P 1ª, Autob,. Nº 48, pág. 65, ed. frc.

[218] Idem, Autob. Nº 25, pág. 47

[219] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 153, pág. 597, ed. frc.

[220] Idem, cart. 158, pág. 611

[221] Idem, cart. 133, pág. 566

[222] Ejercicios de S. Ignacio. Anotación 5ª

[223] Ejercicios de S. Ignacio. Meditación para alcanzar amor, punto 1º.

[224] Vida y Obras, ed. 3ª , t. II, p. 2ª., cart. 54, pág. 332, ed. frc.

[225] Croiset. Dev, al C. de J., p. 3ª,, cap. IV, pág. 274, ecl. castellana, 1881

[226] Vida y Obras, ed. 3ª. t. 1, p. Iª., nº 159, pág. 149, ed. frc.

[227] Idem, p. 2ª , cart; 110, pág. 468

[228] Idem, car. 94, pág. 418

[229] Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 78, pág. 373, ed. frc.

[230] Arriba p. 2ª., cap. 1. § III

[231] Idem

[232] Idem, cart. 101, pág. 439

[233] Abreviatura italiana familiar y cariñosa de Benigna

[234] Vademecum... da un Pío Autore, pág. 105, ed. 1919. Como

[235] Idem, pág. 68

[236] Idem, pág. 84

[237] Vida y Obras. ed. 3ª., t. II, p. 3ª, Nº 24, pág, 808, ed. frc.

[238] Idem

[239] Idem, cart. 127, pág. 503

[240] Vida y Obras, ed. 3ª, T. II, p.3. Nº 24, cart. 94, pág. 419, ed. frc.

[241] Croiset. DeV, al C. de j., trd. Peñalosa, t. 1, p. 3ª., cap. IV pag. 267, ed. 1881

[242] Soeur Marie du Divin Coeur. Luis Chasle cap. XI, pág. 351, ed. 1925. París

[243] A la sazón era la M. Greyfié

[244] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 1ª., Autob. Nº 84, pág. 95, ed. frc.

[245] Vida y Obras, ed. 3ª., t. 1, p. 1ª, nº 192, pág, 173, ed. frc.

[246] El P. Croiset todavía no era sacerdote

[247] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 513-14, ed. frc.

[248] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 4, pág. 230, ed. frc.

[249] Croiset. Dev. al C. de J. trad. Peñalosa, t. 1, p. 3ª., cap. IV, pág. 272, ed. 1881

[250] Croiset. Dev, al C. deJ., t. 1, cap. IV, p. 3ª., pág. 286, ed. castellana, 1881

[251] Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. XI, pág. 351, ed. 1925. Paris

[252] Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 267 , ed. Madrid, 1916

[253] Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 573, ed. frc.

[254] Véase arriba p. 2ª., cap. 1. § III

[255] Véase arriba p. 2ª., cap. 1. § III

[256] Vida y Obras, ed. 3ª,, t. II cart. 14, pág. 253, ed. frc.

[257] Croiset. Dev, al C. de J., p. 3ª., cap. IV, pág. 274, ed. castellana. 1881

[258] La Colombière. Cartas. cart. 41

[259] Idem, 90

[260] Vida del P. La Colombière. Pouplard, c.VII, pág. 196, ed. frc. 1875

[261] Idem, c. VIII, pág. 201

[262] Vida del P. La Colombière. Pouplard. c. IX, pág. 202-3

[263] Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 514, ed. frc.

[264] Vida y Obras, ed. 3ª• t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 526, ed. frc.

[265] Idem, cart. 13, pág. 251

[266] Idem, cart. 108, pág. 458-461

[267] Vida y Obras, ed. 3ª t, II , p. 2ª., cart. 78, pág. 378, ed. frc.

[268] Idem, cart. 81, pág. 386

[269] Idem, cart. 110, pág. 469

[270] Idem, cart. 70, pág. 361

[271] Idem, cart. 94, pág. 418

[272] Soeur Marie du Divin Cœur. Chasle, cap. III, pág. 91, ed. 1925. París

[273] Soeur Marie du Divin Cœur. Luis Chasie, cap. III, pág. 88 ed. 1925. París

[274] Idem, pág. 90

[275] Idem, cap. IX, pág. 290

[276] Vademecum... pág. 140, ed. 1926. Toledo

[277] Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 30, ed. 1925. Madrid

[278] Ejercido de Perfección, part. 1, trat. VIII, cap. 30

[279] De Modo gubernandi. S. P. N. Ygn., cap. 6, nº. 14

[280] Luc. XVII, 10

[281] Deut 6.5

[282] Migne. P. G. t. 36, col. 573

[283] Migne. P. L. t. 32, col. 130

[284] Idem, 38, col. 779

[285] Migne. P. L., t. 38, col. 779

[286] Idem, t. 37, col. 1775

[287] Opera Omnia, t. 37, 1, p. 149. París 1898. Paradisus animae, c. 1

[288] 1ª, 2ª, q. 28, ar. 3, in Corp.

[289] Para que un acto de amor sea de caridad, no basta que mire o tenga por objeto a Dios; es necesario que le mire, no como bien mío (amor de esperanza), sino como bien suyo.

[290] Theol. schol. t. 1. De caritate, art. 2 Ingolstad. pág. 210

[291] Ejercicios espirit. 1º. sem. 5º ejer. 2º. preamb.