IDEAS SOBRE LO DIVINO Y LO HUMANO
JOSÉ UREÑA TOLEDO (IV)
131.
Un lector inteligente es aquel que distingue lo oscuro de lo profundo.
132.
No nos debe extrañar que los grandes maestros resulten casi siempre más claros
en su exposición que sus comentaristas. Es natural que quienes merecen el
título de “creadores” comprendan mejor que nadie sus propias ideas y,
consiguientemente, estén en condiciones de expresarlas con mayor claridad que
quienes son meros espectadores externos y no poseen, generalmente, la
inteligencia de aquéllos.
133.
Desgraciadamente, para comprender lo que dice un comentarista con sus
pretendidas aclaraciones, hay que acudir a menudo al mismo autor objeto del
comentario. Por supuesto que debemos, siempre que sea posible, estudiar directamente
las mismas fuentes; pero la cuestión empieza a ser grave e inadmisible cuando
necesitamos del mismo autor comentado para que nos aclare las “aclaraciones”
del comentarista.
134.
Dejar de vivir la Verdad es como volver a ignorarla.
135.
Si el pretender un desarrollo individual digno sin cambiar las estructuras
sociales es una ilusión, la pretensión de crear unas estructuras justas
sin el previo cambio de los individuos es ya claramente una alucinación.
136.
La Religión tiene, entre otras, una enorme ventaja sobre la Política. Mientras
la Política se dirige a los hombres considerando a éstos, normalmente, como
partes constituyentes de una colectividad, la Religión se preocupa ante
todo de cada individuo en cuanto tal (por más que ciertas corrientes,
dentro de la Iglesia, hayan pretendido modernamente implantar la Sociología en
el lugar de la Religión). Ahora bien: guste o no a nuestros políticos y
sociólogos, la realidad es que no puede existir una renovación profunda y
durable de las estructuras sociales si tal renovación se produce antes en los
individuos. En otras palabras: la reforma de toda sociedad tiene que pasar
previamente por la reforma de los individuos que la componen.
137.
Estamos hartos de oír hoy, por doquier, la palabra “solidaridad”. Pero ¿qué se
quiere significar, ordinariamente, con ese término, al parecer de contenido tan
positivo? Por desgracia, una sola cosa, casi exclusivamente: unión en la
lucha contra otros. ¡Pobre forma de unión!
138.
Casi todas nuestras acciones ridículas y nuestras palabras superfluas proceden
de la vanidad.
139.
Al final veremos que solamente la veracidad y la utilidad darán la medida del
valor de nuestras palabras. Lo demás sobra e incluso es nocivo.
140.
Si no procuramos que nuestra vida se acomode a la altura que reflejan nuestras
palabras, pronunciamos éstas en vano y no merecemos, ciertamente, ser
escuchados.
141.
Hay quien prefiere la búsqueda al hallazgo, pretextando que éste mata la
ilusión. Eso no es más que una bonita figura literaria o una pose filosófica de
muy poca consistencia, propias de quienes pretenden justificar su ignorancia o
su desconcierto en lo que respecta a los fines esenciales de la vida humana.
Pero, aunque no hay que esperar hacer en esta vida hallazgos definitivos, sí
caben encuentros de trascendental importancia que debemos conseguir por todos
los medios – como el encuentro con Dios mediante la fe – y, en todo caso,
nuestro ideal último hemos de situarlo, no en la simple búsqueda – que, como
medio, es indispensable –, sino en el hallazgo más cumplido posible.
142.
El consumista medio, para justificar su postura, suele invocar razones como éstas:
“es que los tiempos han cambiado”, “es que ahora esto es necesario y antes,
no”, “es que todo el mundo tiene ya eso”, “es que, si viene alguien, qué dirá
si no tengo lo otro” etc., etc. No es raro que se enfade si uno le hace
objeciones en contra de una mentalidad semejante, mostrándose absolutamente
incapaz de aceptar cualquier idea que no se reduzca, en último término, a que
las cosas son así de hecho y que, por tanto, ninguno de nosotros puede
cambiarlas.
En
definitiva, el consumista medio es ajeno a toda actitud crítica. No comprende
que la sociedad es, muy especialmente, lo que los hombres quieren que sean y
que cada individuo, dentro de ciertos límites, puede ayudar a cambiarla o, al
menos, usar de su libertad y de su iniciativa para no seguir la corriente,
demostrando con ello que tiene personalidad. Una vez más, nos hallamos ante el
fenómeno del gregarismo (vulgarmente llamado “borreguismo”),
gregarismo que, como he apuntado en otras ocasiones, se manifiesta en tiempos
de paz y en tiempos de guerra (o sea, en este último caso, haciendo la guerra,
irracionalmente, junto a los demás). Y el mar de fondo es, sustancialmente, el mismo:
la ausencia de criterio individual.
143.
La experiencia no es sólo pasado: es también materia disponible para hacer
previsiones y actuar con acierto, es un espejo donde, mirándose, uno encuentra
su propia identidad y es, para el presente, vida acumulada.
144.
El pasado se hace eterno en la eternidad.
145.
Sin pretender criticar negativamente a los grandes artistas de estas
tendencias, creo que el surrealismo y el arte abstracto, con sus hijos y
sucedáneos, han constituido en nuestro tiempo el refugio más seguro para
legiones enteras de artistas mediocres.
146.
Generalmente – aunque resulte duro decirlo –, el peor mal que puede aquejar a
una universidad no es la falta de dinero, de equipamiento o de espacio; es,
sencillamente, la falta de vocación y de talento.
147.
La impresión que he recibido de la Universidad española es que carece de
sentido suficiente para reconocer, medir y apreciar el genio creador. Ahora
bien: mientras se corra un riesgo grave de pecar de inexactitud en esa
estimación y de confundir, por tanto, la creación válida con una actitud
anárquica o caprichosa, más vale que siga durmiendo en su propia mediocridad.
148.
Un teólogo que no ame sinceramente a Dios es en el fondo, por mucha erudición
que posea, un ignorante en teología.
149.
Abundan aquellos “cristianos” para quienes la elección de un nuevo Papa
representa la esperanza de una mayor permisividad en el orden moral. Y lo que
resulta más lamentable quizás es que van por la vida confundiendo
“permisividad” con “progreso”. Pero hay que repetirlo continuamente: el
verdadero progreso para la Iglesia de Dios sólo tiene un nombre: “santidad”. Y
la santidad queda expresada, tajantemente, en las mismas palabras del Maestro
cuando enseña: “El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame”.
150.
Aumentaría increíblemente la sabiduría de los hombres si consiguieran comprender
cuanto han conseguido aprender.
151.
Se habla a menudo de la violencia física como de la única forma de violencia, a
propósito de la vida sociopolítica. Pero existe un tipo de violencia que puede
llegar a ser mucho más satánica: la de propagandas de doctrinas intrínsecamente
perversas, valiéndose de la ignorancia y hasta de la buena fe de muchas
personas.
152.
No hay violencia más extremada que la del escándalo en sentido moral.
153.
No sólo se dan golpes de Estado con pistolas y ametralladoras. También se dan
con la mentira.
154.
El reino de Cristo no es de este mundo; pero, por medio de unas leyes justas,
de unas estructuras también justas y de una verdadera renovación en la santidad
en lo que respecta a nuestro comportamiento individual y colectivo, el Reino de
Cristo – es decir, el Reino de Dios – debe venir a este mundo.
155.
Quien no es capaz, en alguna forma, de predecir el futuro no comprende el
sentido íntimo de su presente.
156.
Es un gravísimo error entender la tiranía sólo como la que proviene de un
gobernante. No hay peor tiranía, sin embargo, que la de un pueblo envenenado.
157.
La Justicia muy rara vez será algo así como la media de lo que un pueblo desea,
de un conjunto de intereses encontrados. La Democracia – qué duda cabe – tiene
su valor, y un valor considerable; pero sería un error, y lo está siendo,
confundirla con el estado deseable de justicia.
158.
A un hombre se le perdona con relativa facilidad que piense de forma distinta
en Metafísica, en Ciencia o en Arte; pero no que tenga otras ideas políticas.
¡A cuántos hombres mediocres se les ensalza por ser del partido y cuántos
hombres eminentes han sido descalificados por ser de otro bando político!
159.
Así escribí en 1981.
13
de mayo. Día de la Virgen de Fátima. El Papa Juan Pablo II ha sufrido un
atentado en la Plaza de San Pedro, donde acariciaba a unos niños. De las tres
balas que le han alcanzado, una le ha perforado el abdomen.
La
noticia me ha afectado, naturalmente. Pero no me ha sorprendido mucho. Era algo
que yo estaba temiendo, desde hacía tiempo. Lo sorprendente más bien es que
algo así no haya ocurrido antes (dos atentados anteriores no tuvieron
consecuencias).
Muchos
no quieren comprender que el mundo atraviesa una grave situación. Llaman
“catastrofistas” a quienes ven – desde luego, no hay que ser profeta para ello
– que una libertad mal entendida está llevando al mundo al caos. Hoy el adjetivo
“progresista” se lo adjudican quienes “luchan por las libertades”, aunque se
trate de unas libertades que lesionen muy gravemente las de otros y aun a los
mismos que las proclaman, al desconocer que el hombre, para ser verdaderamente
libre, también tiene que luchar consigo mismo: tiene que luchar contra los
propios vicios, contra su propio egoísmo, contra esa parte dislocada del yo que
existe en todos nosotros y que, ante la Ley Moral y ante Dios claman: “Non serviam!” (No obedeceré, no serviré).
13
de mayo. Día de la Virgen de Fátima. ¿Lo debemos creer, Dios mío, aunque no sea
dogma de fe? Aun suponiendo que aquello no fueran hechos reales (y yo me
inclino muy decididamente a pensar que sí lo fueron), se debe reconocer que la
quintaesencia del mensaje de la Virgen Blanca es cien por cien cristiano: “Si
no hacéis penitencia y oración, vendrá la guerra”.
Pero,
Señor, ¿qué sabemos los hombres de hoy de penitencia, cuando exigimos cada vez
mayor bienestar, sin acordarnos de los que más sufren, como no sea para
hacerlos aliados útiles en una lucha común? ¿Y qué sabemos de oración nosotros,
hombres autosuficientes, que, despreciando un cristianismo “trasnochado”, hemos
creído descubrir que los asuntos humanos se arreglan sólo con medios humanos y
no esperando como niños tu ayuda?
Señor:
¡cuántos – entre los mismos católicos – consideran que la Iglesia ha andado
equivocada veinte siglos, incluso en puntos esenciales! ¡Cuántos entienden el “aggiornamento” de Juan XXIII como una especie de “borrón y
cuenta nueva” y en la práctica, cuando no también en la teoría, menosprecian a
los grandes doctores de la Iglesia porque únicamente pudieron escribir
literatura preconciliar! ¡Como si el Espíritu Santo no hubiera soplado a través
de todas las épocas y a través de todas las culturas! ¡Como si la sabiduría de
los santos, de los amigos de Dios, fuera un privilegio del tiempo actual! ¡Como
si Dios necesitara de la erudición de los teólogos, de la técnica y de la
ciencia de estos últimos decenios para manifestarse! ¡Como si hoy fuéramos
realmente en todo más sabios y más humanos! ¿De dónde, Dios mío, viene esta
soberbia del hombre actual, que utiliza el adjetivo “moderno” como sinónimo
indiscutible de “lo mejor”?
13
de mayo. Día de la Virgen de Fátima. Que la Señora dé fortaleza al Papa herido,
que le mantenga la vida para gloria de Dios y de su Santa Iglesia. Que tenga
compasión de ese criminal, signo de la podredumbre de una época. Y que – aunque
nosotros no tengamos la humildad de orar –, la Señora abra una vez más las
manos, igual que lo hiciera ante los pastorcillos, y nos envíe abundantes rayos
de gracia celestial. Porque este mundo, que se siente más adulto que nunca,
necesita, quizás también más que nunca, el auxilio de una Madre.