IDEAS SOBRE LO DIVINO Y LO HUMANO (III)
José Ureña Toledo
102.- Es tan necesario convencerse de que los caminos de Dios, conducentes a todo bien, no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros, que, sin esa convicción, fácilmente quedaremos desconcertados y llenos de angustia ante los sucesos de la vida.
103.- No existe teología más profunda, ni más moderna –y a la vez, más antigua, como es propio de todo lo eterno– que la teología de los santos.
104.- Me parece que un teólogo que no es capaz de inclinarse humilde y reverentemente ante la sabiduría de unos niños santos, no merece el nombre de teólogo.
105.- Con mucha frecuencia, de nadie puede aprender tanto un gran hombre como de un niño.
106.- Creo que a menudo los teólogos pierden demasiado tiempo empleando su ingenio en disputas de escuela, cuando incluso grandes problemas, como el de la unión de las iglesias, podrían resolverse, en un plazo no muy largo, acudiendo a la oración y al sacrificio caritativo.
107.- Muchos prejuicios de los adultos hallarían su mejor terapia en aprender las lecciones que ofrece la espontaneidad de los niños.
108.- Un filósofo es en realidad un hombre que afirma lo que todavía no ha comprobado suficientemente y un gran filósofo es aquel cuya intuición le permite acertar a pesar de eso.
109.- Indiscutiblemente, se necesitan pruebas para poder llegar a cualquier resultado válido. Pero también es verdad que unos hombres necesitan más pruebas que otros.
110.- Entre las páginas más inspiradas y más útiles se hallan indudablemente aquellas que se han escrito sobre la brevedad de la vida humana, cuando esta reflexión se cogía del brazo de la esperanza.
111.- Creo que en todas las épocas se han utilizado adjetivos especialmente eficaces para desarmar al adversario, si bien esta eficacia no siempre provenía de la realidad más profunda de las cosas, sino de una especie de propaganda ideológica que más o menos deliberadamente lanzaban ciertos sectores interesados.
Así, el adjetivo típico que hoy se emplea como arma para combatir cualquier teoría o actitud es el de “anticuado” o el que más guste de sus numerosos sinónimos: “desfasado”, “superado” (en sentido marcadamente cronológico), “trasnochado”, “rancio”, etcétera.
Un ejemplo sobresaliente lo tenemos en el incierto mundo político. Así el marxismo, revistiéndose con los aires del auténtico progreso, no ha dudado en escribir su propia historia de la Humanidad, historia que sería la definitiva y en la que van siendo arruinados cuantos sistemas o posturas no se avienen con el punto de vista pretenciosamente “científico” del marxismo.
En cuanto a las políticas tipo occidental, donde se defiende como un verdadero humanismo la sociedad de consumo, creo que sería ceguera no reconocer el papel destructivo que están jugando el adjetivo “anticuado” y sus sinónimos. Para una sociedad que cifra su riqueza en la voracidad consumista es lógico, en efecto, declarar pasada de moda cualquier cosa que es anterior al último producto ofrecido por el mercado. Y lo más grave de todo es, tal vez, que lo que empezó siendo una argucia económica se haya convertido de hecho, en una postura psicológica que invade ya prácticamente todos los ámbitos de la cultura en estos países. Y así no es raro que, con la mayor superficialidad, se aplique el adjetivo “anticuado” a un científico, a un escritor, a un artista, al hombre que profesa una determinada religión, a una institución, a un sistema, a una doctrina, etcétera, en lugar de emplear categorías tales como “demostrado”, “no demostrado”, “verdadero”, “falso”, “probable”, “bello” (con el relativismo que este término comporta), “profundo”, “exacto”, “aproximado”, “natural”, “útil”, “conveniente”, etcétera, las cuales corresponderían ciertamente más a una mente crítica.
112.- Hoy es un fenómeno corriente el levantar un monumento a tal o cual figura de las letras, o incluso de la ciencia, por razones fundamentalmente políticas. Ahora bien: la politización de la cultura es casi siempre un índice bastante claro del embrutecimiento de un país.
113.- La verdadera alegría es profunda, serena y estable.
114.- Un hombre vale lo que vale su unión con Dios.
115.- El quietismo y la pretensión de independencia frente a Dios son dos monstruosidades de las que debemos huir con igual empeño.
116.- Tanto para ser santo como para ser sabio hay que parecerse mucho a un niño.
117.- El idioma se enriquece con expresiones extranjeras gracias a los malos traductores.
118.- Uno de los grandes males de nuestro tiempo es el ansia públicamente proclamada y reclamada de una libertad que no conoce límites éticos. Se exalta la libertad como un bien absoluto e independiente, precisamente a costa de la libertad de muchos, que a menudo son los más honrados o los más inocentes. Y no quiere ver el hombre, en la ceguera de sus instintos desatados, que la palabra “libertad” tiene valores muy distintos y aun contrapuestos, según la pronuncie, por ejemplo, un honesto trabajador o un delincuente.
119.- Hoy se ha “descubierto” –o “redescubierto”– que el delincuente lo es siempre por culpa de la sociedad o de la política del gobierno. Y, con una idea tan asombrosamente simplista, se pretende justificar o minimizar en la práctica el robo y el asesinato.
120.- No hace muchos años, se presentaba al idealista don Quijote y al materialista Sancho como dos arquetipos –ciertamente caricaturizados– del genio español. Ahora, cuando estamos asistiendo a la proliferación de tanta actividad utópica revolucionaria, hemos de concluir que, muy a menudo, se han unido, en las mismas personas, la locura de don Quijote con la incultura de Sancho Panza.
121.- El error más frecuente y el más grave a la vez en que puede caer una democracia es el de confundir los resultados de unas votaciones con la expresión de la justicia misma.
122.- El adulador del pueblo no puede ser jamás un buen servidor del pueblo.
123.- No existe tiranía más cruel y peligrosa que la de un pueblo que ha caído en el libertinaje.
124.- Uno de los síntomas más terribles de la decadencia de una sociedad consiste en que los hombres más sensatos de dicha sociedad empiezan a guardar silencio.
125.- El sentido de la justicia es al hombre sensato lo que la envidia es al necio.
126.- Es rigurosamente cierto que el Maestro Divino enseña que quien quiera ser su discípulo ha de negarse a sí mismo; pero sería un error fundamental el hacer de esta negación un fin absoluto. Creo que todos los grandes maestros de la vida espiritual convienen en que el hombre que se niega a sí mismo por amor a Dios al final encuentra a Dios... y se encuentra, en Dios, a sí mismo. Las palabras de Cristo son terminantes a este respecto: “Quien perdiere su vida por causa de mí, la hallará”.
127.- Parece que algunos, para sentir interés por la cultura, necesitan que la cultura esté politizada. Los más avispados defienden, incluso, su punto de vista hablando de la necesidad del “compromiso”. En la práctica, tales individuos –en general– entienden mucho de homenajes a los “grandes hombres”, pero suelen desconocer la obra de los homenajeados.
128.- Dios mío: Este no es un pensamiento que yo emito pretendiendo especialmente enseñar algo a alguien. Se trata de una oración. Señor: no nos entregues a las cosas, de modo que, en nuestro apego a ellas, nos hagamos sus esclavos. Tampoco nos entregues a nosotros mismos, que es horrible vivir preocupados por nuestra salud, por nuestra vida y por cuanto, al ser tan ambiciosos, nos imaginamos que es nuestra autorrealización. Dios mío: Enséñanos a vivir con sencillez para que no demos una excesiva importancia a lo que se refiere a nosotros. Que sepamos aprender de tantas personas sencillas que obtuvieron de ti el precioso don de saber vivir al día, sin ansias desmesuradas, y de hallar interesantes los pequeños detalles de la vida cotidiana. Señor: Haznos pacientes en el dolor, en la enfermedad y, en general, en todas las contradicciones. Que no agravemos nuestros padecimientos revelándonos inútilmente, sino que, antes bien, aceptemos todo lo que viene de Tu mano, incluso la muerte, con esa actitud serena y esa sabiduría práctica que Tú has dado a muchos hombres que, a menudo, carecían de conocimientos teóricos especializados.
129.- Dios mío: Enséñanos a no angustiarnos por el día que no hemos visto, por esa serie inmensa de males que nuestra imaginación temerosa añade más o menos rápidamente a los males que ya estamos percibiendo. Haznos la gracia imponderable de parecernos a los niños, en cuanto que no sufren todavía esas deformaciones creadas por la ansiedad acumulada – y muchas veces, culpable – de los adultos. Señor: Que nuestra ciencia, nuestras lecturas, nuestras reflexiones y nuestras experiencias no nos sirvan para “complicarnos” la vida, sino para facilitarnos el camino que lleva a la Verdad con mayúscula, esa Verdad, Dios mío que es mucho más simple de lo que los hombres, normalmente, pretendemos hacerla con nuestra vanidad, nuestro egoísmo, nuestros miedos incontrolados y nuestros errores culpables.
130.- Dios mío: Te lo pido una vez más: porque lo necesitamos profundamente, haznos sencillos.